Sentirme integrado e identificado con el barrio y la ciudad donde resido es algo que necesito reafirmar de vez en cuando. Por eso llevo mucho tiempo pensando cómo contar el estado de ánimo sobre el entorno cercano que me rodea.
Todo sucede un lunes de este frío invierno y, aunque es laborable para la gran mayoría, yo acabo de empezar mi descanso semanal. Para empezar el día, nada tan necesario como un café con leche caliente y una buena tostada de mantequilla con mucha mermelada, alimentos para empezar la jornada con buen pie.
Me calo el sombreo y salgo a la calle para comprar algunas cosas que necesito para cocinar; apenas han pasado unos minutos de las nueve de la mañana y el ajetreo en el la calle es algo habitual. Acaban de abrir el pequeño mercado y la churrería lleva seguramente un par de horas funcionando. Los diferentes negocios aún tardarán un poco más en abrir sus puertas, pero ya se nota el bullicio y los tranvías se saludan con la campana cuando se cruzan en el bulevar.
Mi barrio está situado en el centro de la ciudad y es un lugar de paso para llegar a la estación de cercanías, así que desde muy pronto puedes encontrar gente con prisas que se dirige al trabajo, aunque también puedes distinguir a los jubilados que salen a caminar por la mañana, casi antes del amanecer y protegidos por gorros y gruesas sudaderas, marchando presurosos los primeros kilómetros que serán más efectivos que alguna que otra pastilla para la tensión y otras dolencias propias de la edad.
Treinta años llevo viviendo en esta zona, desde que decidí cambiar de vivienda y, durante este tiempo, han cambiado algunas cosas, sobre todo, el tipo de vecinos pues, aunque somos gente trabajadora, hay que reconocer que el barrio se ha vuelto multirracial porque en él convivimos varias nacionalidades. Si echo la mirada atrás, recuerdo que alguna que otra calle ha cambiado de sentido, pero la gran transformación fue cuando empezó a funcionar el tranvía, una obra conflictiva y casi faraónica que duró demasiado tiempo pero que sirvió para peatonalizar algunas calles y ensanchar el antiguo bulevar, una zona donde, a pesar de las obras, se ha respetado el arbolado tan necesario para soportar con cierta placidez los meses de verano.
Anteriormente residí en otra barriada al norte de la ciudad, pero el ritmo frenético de aquellos años jóvenes no me permitió disfrutar o tener vínculos con el vecindario, siendo apenas un lugar de paso y de descanso, pero no me sentía integrado.
Éste, sin embargo, aparte de que está más en el centro de la ciudad, se ha vuelto para mí y para mi familia más acogedor y sociable. Un lugar donde puedo ser reconocido y reconocer, me agrada la familiaridad que supone llamar por su nombre a David el carnicero, a Paco el pescadero, comprar en la frutería de Juan, acudir a la farmacia de Alfonso para reponer, entre otras cosas, Ibuprofeno y Paracetamol como quien llena la despensa de patatas y arroz, y es que cada día escuchamos más la tópica frase: “Gastamos más en medicinas que en comer”. Porque para mí es muy importante personalizar a mi interlocutor para romper el anonimato y socializar con la rutina diaria de los recados y la compra.
Y es que necesito tener vínculos con los que me rodean, conversar y comunicarme con el semejante es algo importante y necesario, poder compartir una conversación amigable, aunque aceptando ciertos límites y siempre respetando la privacidad es algo que preciso en mi vida diaria.
Porque las grandes ciudades son muy proclives a la individualidad y al aislamiento del individuo, todo en aras de la intimidad frente a la solidaridad del vecindario, valores que nunca deben estar enfrentados. También se simplifica la idea de pertenecer hasta extremos insospechados e inabarcables. Hay mucho “moderno” que muestra una conducta tan exageradamente ambigua entre el hermetismo total a la mayor sociabilidad que justifica su actitud con la manida frase: “Yo soy un ciudadano del mundo“, tratando así de excluir lo cercano y accesible que puede ser nuestra barriada, nuestra calle o nuestro bloque, esa idea tan generalista no la comparto porque me gusta sentirme parte de algo, soy de tal sitio, habito en esta ciudad y en este barrio resido y convivo con mis vecinos.
Pero no todo en mi barrio es estupendo y apacible. Existen algunos modernos locales de apuestas que, aunque no provocan demasiados conflictos, a su alrededor se crea un mal ambiente. A pesar de que los políticos dicen que ya hemos salido de la crisis, se siguen cerrando negocios y otros no acaban de remontar. Otra asignatura pendiente que es algo habitual en cualquier ciudad es la suciedad de esquinas y aceras a consecuencia de las deposiciones de las mascotas, o los comportamientos incívicos de algunos impresentables en los fines de semana, pero como ya digo que es un lugar de tránsito, apenas deja de ser una incomodidad pasajera que no afecta al ritmo de la rutina diaria.
Vuelvo a casa y escasamente ha pasado una hora. En la bolsa de la compra unas patatas, algo de fruta, unos filetes y una barra de pan, no demasiado, porque mañana podré volver a bajar. En mi barrio, si quieres, todo es cercano y accesible, sobre todo, la mayoría de los vecinos…
Bueno, entre ellos seguro que algún impresentable habrá, pero hoy vamos a ser positivos. Me gusta mi barrio.