Últimamente duermo poco y me desvelo con facilidad. Yo lo achaco a que no estoy demasiado cansado, o quizás sea otro síntoma más de la vejez que se avecina.
En cualquier caso, a tan inoportunas horas de la madrugada y tratando de reencontrarme con Morfeo, tengo sueños raros. Son sueños a duermevela, recurrentes, interesados, donde a poco que quiera y de modo semiinconsciente logro reconducirlos al lugar placentero de mi memoria, sueños que son fantasías pero en las que me gusta recrearme.
Por ejemplo, el otro día soñé que estaba en un teatro donde cantaba J. B. Humet, y allí, el público gritaba y vociferaba porque no cantaba otro artista programado. Poco a poco se fue vaciando la sala y apenas quedamos sus incondicionales y algunas personas de su familia. Extrañamente él cantaba desde el patio de butacas y los demás, sentados, nos refugiamos en los entresijos del escenario. A mi lado estaban sus hijos Pierángela y Adriá, que ya era un adolescente. Pero no podía ser, porque cuando Joan falleció, su pequeño solo tenía cuatro años, así que era un sueño pervertido, tan extravagante como insólito y fuera de lugar. Sin embargo, yo me empeñaba en hablar con ellos mientras su padre nos deleitaba con una de sus fantásticas canciones que, a pesar de contar con unos pocos músicos, sonaba genial. Por lo bajinis le susurraba a Pierángela detalles sobre “Dentro de nada”, una balada que habla de la adolescencia y la pubertad. Una letra dedicada posiblemente a ella en la que adivina los nuevos estados emocionales, resignándose ante el crecimiento y el poder de las hormonas. Y así, tolerante y condescendiente, lo expresa en esta hermosa canción.
La conversación me conducía a evocar la excelente biografía que ha escrito Fernado G. Lucini sobre Humet; y allí, entre sus páginas, descubrir el bello epílogo que ella le ha escrito. Palabras desde el corazón a través de un poema donde le cuenta que le echa de menos, que lo necesita y que lo tiene presente ante sus inseguridades y sus logros. Guíame siempre, termina diciendo su hija.
De alguna manera sabía que esta quimera era irreal, pero era tan bonita que me regodeé en la idea. Sin embargo, estoy convencido de que esta alucinación u obsesión parte de un hecho real de hace muchos años.
Supongo que mi admiración por Joan empezó a través de “Diálogos”, una vieja cinta de casete que escuchaba una y otra vez cuando era joven. Después confirmé mi lealtad con aquel vinilo titulado “Hay que vivir”.
Más tarde, y en Barcelona, encontré un CD que recopilaba una selección de sus canciones. En aquella ocasión le pregunté al responsable de la tienda de discos si tenían algo sobre él y enseguida me confirmo diciéndome: Claro, claro, Humet, cómo no íbamos a tenerlo; solo le faltó de decir, si es casi de aquí. Porque aún no he referido que el cantautor tiene una excelente discografía en catalán, puesto que él empezó cantando en su idioma de adopción. Aquellos que conserven un vinilo de “Fulls” (Hojas) o “Fins que el silenci ve”, tienen unas auténticas joyas musicales. Yo declaro humildemente que conozco más sus trabajos en castellano, pero después de haber escuchado algunas de sus canciones en esa lengua, reconozco que tienen una musicalidad y una armonía especial.
Pero a pesar de una carrera brillante de repente llegó el silencio, la ausencia, y simplemente desapareció, y sus fieles nos quedamos huérfanos. Por eso, y después de quince años, cuando nos dijo que solo bajó a comprar tabaco, nos volvimos a ilusionar con su retorno, siendo sus doce nuevas canciones tan precisas y cuidadas como siempre.
Más tarde, o demasiado pronto, llegó la enfermedad y el dolor de su pérdida. Entonces todos pensamos qué injusta es la vida a veces, Joan apenas tenía cincuenta y ocho años cuando falleció en noviembre del 2008.
Una circunstancia que no viene a cuento explicar me motivó a viajar a Navarrés para asistir al Festival de la Canción de Autor “Otoño en Navarrés”. Un evento que organiza cada año la asociación “Amigos de Humet” y que en realidad es un acto de homenaje para mantener viva su memoria.
Así, y de esta forma, podría cumplir con esa promesa auto-impuesta de visitar su tumba y recorrer algunos de los lugares que tanto reivindica en sus canciones. Pero ya antes, y en un acto de homenaje, en una sala de la capital había conocido personalmente a los hermanos Paco y Rubén Martínez Climent, que son los promotores y el alma máter de la asociación Amigos de Humet.
Sin embargo lo de Navarrés fue algo especial, un acontecimiento que me permitió conocer a un ramillete de gente que mostraba el mismo interés, el mismo sentimiento que no es otro que el de compartir el legado de Joan a través de sus canciones.
Estoy seguro que me olvidaré de alguien, pero allí coincidí con mi vecino Juan Antonio Ordóñez que tiene una voz especial y que interpreta “Otoño en Navarrés” como nadie. Pude saludar a Daniel Hare con el que comparto una amiga común, conocí al argentino Rolo Diorio que es un músico enorme, un bohemio trovador y trotamundos que recaló en aquella ciudad valenciana. A la gaditana y madrileña de adopción Laura Granados siempre reivindicando el papel de la mujer, a José Manuel Noriega que a cada momento piensa en un tributo sobre cualquier artista. No podía faltar nombrar al virtuoso de la guitarra Javier Maroto que es uno de los impulsores del evento que se celebra allí a finales de octubre. A los valencianos Juanjo Pérez y David Calabuig, al navarro Nanés Lanz que tiene una voz preciosa, y que tuvo la gran suerte de verle en directo en Zaragoza en el 1982, ahí es nada.
En un huerto recogiendo naranjas y, por casualidad, también conocí a Lola Bañón, que es la madre de sus dos hijos mayores Esteban y Joan. Sin embargo, a pesar de tan poco tiempo, pude apreciar su enorme personalidad, tanto, que me atreví a decirle que no me extrañaba que Joan hubiese pensado en ella cuando escribió esta estrofa: ¿Y qué tendrá, su majestad? / ¿Qué es lo que me hizo beber esa mujer? / que ni soy libre / ni me siento libre al cantar / yo pongo la canción / ella el corazón.
Pero además de músicos me encontré con el periodista y escritor Víctor Claudín, hombre polifacético que ha vivido tanto, que sabe tanto, porque es un lujo escucharle en cualquier disertación. Conocí por fin a Milagros Del Mazo con su pelo teñido de color y que comparte conmigo el interés por Humet.
A esta cantidad de personas le sumo a Rafa Mora, al que conocí en la presentación de la biografía de Joan, que es un enamorado de la poesía y que igualmente es vecino de la localidad donde resido. También, al otro lado del océano le siguen otros cantantes como el uruguayo Juan José De Mello que ha venido en alguna ocasión a Navarrés, o Alba de León, otra uruguaya que está siempre atenta a todas las publicaciones de los Amigos de Humet.
Todos juntos formamos un universo, un micro-cosmos con una estrella de referencia que nos ha dejado la luz de sus canciones. Nuestra labor, lo que nos une a esta red de leales, es confrontar su talento frente a la dictadura del pachangueo que nos propone la industria musical actual.
Si por casualidad escuchas ahora una de sus canciones comprobarás que son atemporales, que en cualquier momento te servirán para entender qué te pasa, qué nos pasa, dónde estamos. Tonadas siempre acertadas, siempre reivindicativas sin perder la cadencia y el ritmo.
En estos días que se acercan se cumplirán dieciséis años desde que nos dejó Joan Baptista Humet, pero su memoria permanece entre nosotros, un grupo de fieles que suele escuchar sus canciones y, en todo momento o en cualquier ocasión, reivindica su obra para que sea recordado como el gran cantautor que fue.