La empatía como ese movimiento que nos hace proclives hacia determinadas personas, situaciones o más diversas cosas sin saber muy bien porqué; como fuerza que hoy mueve a los ciudadanos más allá de los calculados y cerebrales pensamientos y decisiones en aquello que afecta a nuestra vida cotidiana sobre todo en cuestiones relacionadas con los demás.
Hoy casi todo es valorado con la medida de si algo o alguien nos es o no agradable, placentero, simpático. La empatía se convierte de este modo en una especie de rollo existencial donde penetramos llevados por un viento interior imposible de controlar y del que resulta muy difícil poder por no desear, salir. La empatía es esa fuerza que pone en jaque a todo el organismo al servicio de un flujo afectivo-sensorial en favor de un hecho o persona determinada. Una corriente de complacencia, ayuna de premeditadas reflexiones y consecuentes deducciones, en definitiva de un racional porqué.
Empatizar con algo o alguien en principio es siempre positivo si con ello favorecemos situaciones o ayudamos y beneficiamos a personas. Que empatizar es la antesala del querer y el querer es otro movimiento afectivo más profundo y duradero, quizá el más totalizante e irracional del ser humano o al menos en esencia así debiera ser.
Pero empatizar en sentido profundo creo que no resulta fácil. Para ello deben darse determinadas circunstancias que lo posibilite o favorezca. Estas circunstancias hablan de un mínimo bienestar material, una cierta comodidad de vida que haga de nuestra siquis un lugar suficientemente reposado y ausente de inseguridades y amenazas para que estos sentimientos puedan aflorar.
Si bien las empatías siempre han existido en mayor o menor medida, dependiendo como digo del nivel de confort personal y social, creo que hoy se han desprendido en gran medida de mediaciones ambientales para quedar identificadas como opción más estrictamente personal.
De otro lado considero que para llegar a empatizar hay que poseer el sistema afectivo suficientemente desarrollado. Ni el niño, ni la persona inmadura pueden hacerlo porque no son sujetos capaces identificarse y compartir los sentimientos, que en definitiva en esto consiste empatizar según el diccionario.
Como peligroso sucedáneo, algo que suele aparecer con frecuencia en cualquier parte y diversas situaciones, sobre todo en política: Empatizar con algo si quien lo procura me cae simpático, aunque ese mismo hecho acaecido a doscientos metros o a un año vista, lo rechace si quien ahora lo promueve no es de la cuerda en que milito.
En estos casos, más que empatizar estaríamos hablando tal vez de subyugar el pensamiento a la dictadura de la anti-empatía y sinrazón. Y es que, siento decirlo, en nuestra democracia aún quedan demasiadas adherencias ideológicas totalitarias en el pensamiento. Creo que esta es la revolución más importante que tenemos aún pendiente.