En 1982 el 3% de la población activa tenía título universitario y, en consecuencia, sus salarios eran significativamente muy superiores al resto de los asalariados. En esta época el ascensor social funcionaba muy bien, la demanda de titulados universitarios para puestos de trabajo era superior a la oferta, es decir, el ascensor llevaba a muy pocos y, por tanto, la velocidad era alta.
Actualmente 9,5 millones de trabajadores, más del 55,3% de la población activa, tienen formación de grado superior, el 48,7% de la población entre 25 y 64 años tienen dicha formación. Además, entre 2013 y 2023 el desempleo en el colectivo de titulados universitarios ha descendido del 29,2% al 12,5%. Igualmente se ha reducido el porcentaje de jóvenes con titulación universitaria que están subempleados, pasando del 30% al 22%.
Es conocido que los cambios económicos, sociales y tecnológicos producen efectos en el mercado laboral. Estos efectos se notan más rápidamente en la demanda de perfiles de trabajadores con unos determinados conocimientos y capacidades. Hace algunos años, pero aún más hoy y, casi seguro, mucho más en el futuro, los cambios apuntan en la dirección de una demanda de trabajo dual: empleos de baja y alta cualificación.
La tendencia a la desaparición paulatina de la demanda de trabajos de mediana cualificación y, en consecuencia, la polarización de la demanda laboral puede, y de hecho ya hay signos claros de ello, llevar a la polarización social de la sociedad. Nunca ha habido más millonarios que ahora y, a la vez, nunca han existido tantos trabajadores pobres, que aún con trabajo fijo y continuo no pueden llegar con su salario a fin de mes.
Los trabajos de media cualificación han permitido la creación de una amplia clase media, sostén de la democracia liberal que disfrutamos. Conforme vaya aumentando la polarización de la demanda laboral, la desigualdad social también aumentará, aunque existan políticas redistributivas. Para reequilibrar la situación se necesitan políticas educativas y sociales que permitan que los trabajos de menor cualificación y salarios escasos pasen a ser de mediana cualificación y mejor retribuidos: trabajos en sanidad, educación, servicios sociales, turismo, etc., que van a ser demandados cada vez más en un país de servicios como es España. Los datos son inequívocos: Más del 75% del PIB y del empleo vienen del sector servicios, y va creciendo.
Una herramienta que sin duda puede multiplicar las capacidades de los trabajadores, en aras de conseguir mayores productividades, es la formación en el sentido más amplio de la palabra. Los estudios del premio Nobel de Economía Daron Acemoglu nos ofrecen caminos posibles para conseguirlo.
La encuesta del CIS sobre “Felicidad y valores sociales” nos informa que el 80,4% de los españoles mayores de edad se declaran felices. Además, manifiestan que dicha felicidad se debe a que sus vecinos disfrutan de dicha felicidad, es decir, comparten la felicidad.
La prosperidad compartida que hemos disfrutado durante décadas los occidentales, debido al consenso Keynesiano, creador del Estado de Bienestar, ha permitido que la felicidad sea una aspiración alcanzable, más que una utopía.
Sin conseguir buenos empleos la prosperidad y, por extensión, el bienestar social conseguido se puede ver comprometido. La inversión en educación para conseguir una buena formación de jóvenes y menos jóvenes es la palanca necesaria para alcanzar dicho objetivo.
Francisco Ureña Prieto, Ángel García Gómez, Antonio Manuel Vargas Ureña y Sergio González López son profesores