Hace unas semanas participé en la presentación de un certamen de relatos vinculado a Ciudad Real por el origen de su impulsor, aunque su familia es oriunda del norte de la provincia de Córdoba, donde nace este concurso literario. Una de las particularidades que distinguen a este premio, Café Español de relato corto, es el uso que hace de las redes sociales como soporte para publicar los trabajos conforme concurren al concurso.
Esta singularidad permite a las personas interesadas, amén de los participantes, ir conociendo la calidad y el interés de los trabajos que, posteriormente, se someterán al escrutinio final de un jurado conformado por personas de alto copete literario y periodístico. También confiere al certamen un toque distintivo, al haber optado por las ventajas del uso de las nuevas tecnologías en cuanto a una mayor difusión e incorporación de participantes al no existir barreras geográficas. Contrariamente a lo que pudiera parecer, la presentación de este certamen fue un éxito de público, como lo fue conocer el papel tan relevante de las redes como soporte único donde presentar los trabajos, abandonando el tradicional formato en papel.
La realidad es que ha sido imposible mantenernos al margen de las nuevas sociedades cibernéticas como prueba que, en pocos años, hayan acabado formando parte de nuestras relaciones personales y sociales hasta llegar a modificar los hábitos de trabajo, incorporar nuevas necesidades laborales, de consumo, ocio, etc. y convertirse en unas potentes herramientas de información y de comunicación.
Es más, su influencia ha ido más allá de simples plataformas de difusión de noticias para mediante un uso perverso, convertirse en lugares desde donde acosar e insultar al adversario, al distinto, amparándose en el anonimato que confiere la red además de contribuir a la difusión de noticias falsas para desestabilizar e influir en la sociedad en una determinada dirección.
Los datos personales
El tratamiento de los datos personales que forman parte de una red social es hoy uno de los peligros a los que se enfrenta la sociedad, por el uso no lícito que se pudiera hacer de ellos, sobre todo, en procesos electorales para lograr el voto del ciudadano. Esta situación, pese a que no es nueva sí lo es en cuanto al incremento experimentado con el uso de las nuevas tecnologías y ahí están los ejemplos de las últimas elecciones en los Estados Unidos y más recientemente en las de Brasil.
La Agencia Española de Protección de Datos (AEPD), como organismo que vela por la protección de datos de los ciudadanos y capacitado para supervisar y fiscalizar el tratamiento que de ellos hagan los partidos, publicaba esta semana una Circular sobre “el tratamiento de datos personales relativos a opiniones políticas por los partidos” y en ella aclaraba “que sólo podrán recopilarse las opiniones políticas que hayan sido libremente expresadas por ellas mismas en el ejercicio de sus derechos a la libertad ideológica y a la libertad de expresión reconocidos en los artículos 16 y 20 de la Constitución Española y que, en ningún caso, podrán tratarse otro tipo de datos personales a partir de los que, aplicando tecnologías como las de tratamiento masivo de datos o las de inteligencia artificial, se puede llegar a inferir la ideología política de una persona”.
Aún así y pese a las aclaraciones, reconozco que me cuesta suponer que alguien pueda utilizar mis datos personales con fines distintos al uso para el que los entregué, quizás, pienso ahora, de manera ingenua. No me tranquiliza el papel de la AEPD pero ante el desamparo me reconforta ligeramente, saber que hay organismos que velan por la protección de mis datos, esos que han quedado a la intemperie e incluidos en ese universo infinito que abarca el maldito “acceso público”.
No me queda más que encender las luces y mirar a un lado y otro para estar alerta durante las próximas semanas.