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En el nombre de Franco

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Partamos de la base de que la historia termina por colocar a cada cual en su sitio y descubre los hechos reales pese al ensueño de las leyendas. Pero la historia no limpia el lodo de los nombres propios que cada cual se ha echado encima o se ha dejado echar, porque siempre habrá alguien empeñado en mantenerlo como abono de su propia visión. Con el tiempo, y esa es la mayor esperanza, la verdad siempre triunfa sobre la falacia, la falsedad o la propaganda.

Algunos lo han querido convertir en una serpiente de verano, como si no ocurriesen cosas cada día para llenar televisiones y argumentarios. Para otros, es la coartada de un gobierno del PSOE que, imposibilitado de tomar y hacer ejecutar decisiones de calado, se agarra a la simbología para definirse y alimentar la confrontación con una oposición de derechas dividida y convertirse en protagonista. Por fin, hay quienes creen que el gobierno quiere dejar en su camino hasta las próximas elecciones hitos, mojones que luzcan brillantes para el día del voto y marquen una línea sobre la realidad política española que suponga un punto y aparte respecto de todas las etapas anteriores.

Es cierto que desde la moción de censura y sus consecuencias -incluida la formación de un gobierno “original”- poco o nada se habla ya de si la democracia española necesitaba una nueva transición o si era más conveniente revitalizar la Constitución actual, que fue el punto de llegada de ese periodo de cambio desde la muerte de Franco, general y dictador. Sólo la Casa Real vive con ese punto de mira sobre su espalda, por razones propias. La salida del PP del Gobierno y su presidente fugado, Mariano Rajoy, trajo consigo la evidencia de que, sobre todo, lo que se necesitaba era un gobierno, gobernar; las urgencias podían tener cabida en los márgenes constitucionales actuales si había consenso para hacerlo. Así, el día a día irá introduciendo los cambios que eran necesarios después de desarbolar la pugna constitucional.

A la dictadura le correspondió poner fin a su historia esperando a que el dictador muriese de una u otra forma y todo se hizo para que muriese tarde y bien. Después hubo que construir un nuevo traje para el país, cuyas hechuras ya conocemos. No tiene mucho sentido que la propuesta de buscar un lugar más apropiado para los restos del general y dictador deba convertirse en una revisión de su tiempo ni sus obras. Nadie cree ya a estas alturas ni en aquellas de entonces que el general fuese mucho más de lo que militarmente se le reconoce, ni su política mucho menos de lo que se le permitía. El error de los dictadores es creer que ellos son el destino de los pueblos, pero una mañana descubren que reciben las ordenes sobre lo que se debe hacer por escrito o en reuniones privadas en la que son informados y todo está pendiente de su rúbrica, tampoco imprescindible. Su nombre propio está definido por la historia y ésta no le va a cubrir de los laureles que los años y la democracia le han despojado.

Hay doctos personajes empeñados en rehabilitar la vida del dictador Francisco Franco diferenciándolo de otros dictadores coetáneos, que además de dictadores y militares fueron fascistas. Vano empeño, porque tal vez eso le hubiera subido al viento de los tiempos y no hubiese dejado su curriculum vitae reducido de tal manera.

Es chusco que, por intentar buscar un lugar respetable y humanamente aceptable a los restos del Caudillo Francisco Franco, las redes sociales estén infectadas de comentarios desgarradores sobre el futuro del país y no menos desgarradores, por falsos, sobre lo que fueran los años de régimen totalitario. Ya se han difundido panegíricos de las obras o bondades que el régimen franquista trajo a los españoles, ninguno verdad, inciertos sobre quién los puso en marcha y sobre el escaso éxito obtenido en tantos casos, especialmente el económico, además, por supuesto, de los relativos a justicia y derechos humanos, derechos sociales……

Es igual de burda toda esta operación legitimadora del franquismo y de su figura principal, el dictador. Sobre todo, porque la superficialidad con que se trata esta cuestión no admite un mínimo rigor sobre esa oscura historia común.
Es probable que antes de que acabe el año, y si el Gobierno aplica algo de discreción, tengamos resuelto el destino de los restos de Franco, y dejaremos de hablar de Franco, y dejarán de hablar de su tiempo los nostálgicos, los desorientados, las llamadas viudas de Franco que ahora pasean el palmito por los platós de TV, los informados y sesudos periodistas que no ven el fondo, el objetivo ultimo de este tumulto, que no es sino el de apuntalar la recesión de derechos y libertades. Una vez cumplido el encargo entregado al PP de disminuir la presencia de Estado en los servicios públicos a través de los recortes, la segunda fase es tirar a dar a esos derechos, que se han convertido en el guión de la política del nuevo gobierno socialista y quienes le apoyan con sus votos en el Parlamento.

No perdamos más tiempo. La fúnebre algarada del Valle de los Caídos es el show que la vieja derecha (siempre oculta, siempre poderosa) ha organizado para retratarse en las playas y la derecha más moderna (es un decir) sigue sin saber cómo colocarse.

A punto de finalizar el verano, bienvenida sea la algarabía sobre la memoria franquista y sus decenios de tiranía. Pero que dejen ya al muerto en paz y no utilicen su nombre como excusa para dificultar las aspiraciones de libertad y bienestar.

*Aurelio Romero Serrano (Ciudad Real, 1951) es periodista y escritor

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