Solía decirse que el Real Madrid no sabe despedir a sus leyendas. Ya hay que decirlo en condicional, y casi que en pretérito. Los hay que han elegido irse bien o muy bien del club, como Casemiro o Arbeloa. Algo menos Benzemá. Quizás no es que el Real Madrid no sepa despedir a sus leyendas, es que las leyendas no han sabido despedirse del Real Madrid. Que se lo digan a Ramos.
Pero Toni Kroos ha elegido la grandeza. Y con ello ha forjado un epílogo que irá unido de manera inherente a esa camiseta blanca con el ocho que vistió una década un rubio alemán de corte elegante. Lo cierto es que había nacido para ser jugador del Real Madrid.
En el partido ante el Betis, el alemán jugó su último partido con la camiseta blanca y también sus últimos minutos como profesional en el fútbol de clubes en competiciones domésticas. Le queda la Eurocopa con Alemania. Kroos ha vuelto expresamente al combinado germano para despedirse. Y le queda la firma del epílogo: la final de Wembley. Una cita con su propia historia.
Encaja esta decisión de retirarse con la selección nacional en cómo entiende Kroos el fútbol, y no es una casualidad; es el reflejo de un jugador que siempre entendió la redonda como algo colectivo y no como una búsqueda individual de gloria. Como un oficio sin estridencias. Era uno de los callados. Es un expediente sin mácula.
Kroos ha sido el eje sobre el que giró el medio campo madridista durante una década. Su precisión quirúrgica, su visión de juego y su capacidad para mantener la calma en los momentos más críticos le convirtieron en un pilar fundamental del equipo en las noches más complicadas. Y lo difícil en el Real Madrid suele tener olor a gloria. El alemán emergía poderoso en las eliminatorias de la Copa de Europa, cuando la primavera ya se va tornando en verano. Más allá de sus estadísticas y logros, su verdadera aportación al club ha sido su habilidad para hacer jugar bien a los que le rodeaban. Así se ha visto en la despedida.
Su despedida no ha sido menos elegante que su juego, y mira que era difícil igualar. Sin estridencias, sin grandes declaraciones, simplemente dejando que su fútbol hablara por él hasta el último minuto. Su partido ante el Betis ha sido una clase magistral de control, de cambios de juego y de profesionalidad. Justo antes de ser cambiado casi marca al lanzar una falta a 35 metros. Hubiera sido demasiado hasta para él.
Dijo que se retiraría en el Real Madrid, y así lo ha hecho. Rodeado de su familia, de sus compañeros y de su afición. Una afición que ha llorado, que ha reído y que se ha abrazado mientras cantaba «Te quiero, Toni Kroos». Porque él avisó: «Quiero retirarme en el club más grande del mundo, que es el club de mi vida». Sus hijos, y especialmente su hija, han salido corriendo, llorando a mares, para abrazar a su padre. Hacía muchos años que no se veía a un Bernabéu tan entregado y tan emocionado con un jugador. Quizás cuando Zidane, y ya ha llovido. Y ambos tienen una cosa en común: entendieron el Real Madrid a la perfección.
En un fútbol cada vez más dominado por la superficialidad y los focos mediáticos, la figura de Kroos destaca por su autenticidad y un aura entresoñada de haberse escapado de otra época. Él ha sido, en muchos aspectos, el antídoto perfecto a la efervescencia del fútbol moderno. El alemán usaba las mismas botas desde hace años y sólo gastaba tres o cuatro pares en un año. Es más, acabó la final de la Champions de 2022 con un agujero. Y las limpiaba él. Por atreverse, lo hizo con los petródolares y se ha ganado la animadversión de aquellos imperios, aunque la luce como una medalla, lógicamente.
Es difícil imaginar el centro del campo del Real Madrid sin su presencia. Los aficionados madridistas se han acostumbrado a su figura imperturbable, a sus pases milimétricos y a esa serenidad que solo los grandes poseen. Su retirada deja un vacío que no será fácil de llenar, no sólo por su calidad futbolística, sino por lo que representaba dentro y fuera del campo.
El legado de Kroos en el Real Madrid no se mide en títulos, que también, porque son veintidós, sino en la forma de influir en una generación de aficionados que crecieron admirando su elegancia, su eficiencia y su saber estar. Sublimó la estadística avanzada y la salpicó de clase y de un je ne sais quoi que se llevó a todos de calle. Se marcha uno de los grandes, pero lo que significa Kroos en el fútbol perdurará en los futuros mediocampistas que intenten emular su estilo.
Que se lo digan a Federico Valverde, que hoy ha despedido en el campo con un abrazo a su ídolo de infancia y que, probablemente, será heredero de la ocho. El alemán es para la generación de los noventa -la suya- el adiós definitivo de la juventud, es la despedida del amor de verano en las postrimerías de un agosto cuando refrescan las noches y donde se sabe que quizás la despedida es para siempre. Pero el idilio de verano con Kroos ha durado una década prodigiosa.
Del ocho ya sólo quedará su epílogo y la satisfacción de haber disfrutado de las mariposas en el estómago cuando vestía la blanca. Un amor que dejó huella y que, como los grandes amores, perdurará en la memoria de todos aquellos que alguna vez vibraron con un pase magistral de Toni Kroos. O cuando levantó los brazos animando a la afición al ser sustituido, como Juanito, aquella noche de junio en Cardiff en la que el Real Madrid aplastó a la Juventus en una final de Copa de Europa.