Nuestra cultura europea occidental, basada en un afán tan profundo por poseer que lo tenemos impreso en la conciencia y sellado por si acaso, en el imperio de la saciedad material, así, sin más horizontes ni ilusiones, empeñada en ganar batallas de ramplonería y decadencia moral… está siendo visitada en tiempo indefinido por personas con otras culturas, con un concepto mucho más espartano de la vida, pero con más ilusión y sobre todo, sobre todo… con lo que a nosotros nos falta: esperanza.
Son africanos y asiáticos, que atraídos por el relumbrón del hasta ahora primer mundo vienen a participar de ese bienestar; los primeros para vivir como personas y los segundos a aprovecharse de esa locura consumista, invirtiendo en mil negocios cantidades desorbitantes.
Unos vienen a vivir, a encontrar una forma de existir que les ha sido ajena y lo hacen desde otra que ha estado llena de carencias, vienen a conocer y disfrutar de todo aquello a lo que nosotros no damos importancia. Otros, a conquistarnos (y a seguir siendo ellos mismos)… por arriba y por abajo. Por la Deuda… y por el trapo, las flores de plástico, los Sagrados Corazones y los santos y rosarios “made in China”.
El peor error en que puede caer una civilización, es hacer depender su manera de vivir de aquello que es completamente innecesario y superfluo. Camino llevamos de ser una más en la historia. Creo que la nuestra adolece de menospreciar lo más básico, justamente lo que vienen buscando unos y a explotar otros.
No seré yo quien pretenda poner puertas ni al campo ni tampoco a las naciones sino todo lo contrario, que yo no quiero ser un Puigdemont cualquiera. El mundo es de todos y ya en otras ocasiones he expresado lo que pienso al respecto. Sin embargo lo que me produce tristeza y hasta cierto punto dolor es comprobar que los valores y derechos conquistados por la sociedad occidental europea, aquellos que trajeron el desarrollo y el saber a este continente, estén relegados, ignorados por una postura de vocabulario corto, de tumbona, sofá y litrona, tragando narcisistas selfies o como se escriba, hedonistamente zafia, un pasotismo intelectual sin interés por la cultura y que desprecia con una ignorancia supina los orígenes de bienestar del que gozamos, pero cada día en mucha menor medida.
Porque todo el saber y toda la cultura que se fraguó en nuestro continente tuvo su depósito posterior en una sociedad que la puso en práctica. Era la ilusión por el valor de una civilización, el humanismo. Sin embargo la sociedad europea aparece hoy como un organismo abigarrado en sus excesos y enormes carencias, perdida en su crasitud y sin la menor preocupación por lo trascendente.Y sin un referente que nos trascienda… no existe la ilusión.
Nuestra responsabilidad cara al futuro y a la historia será no haber querido o podido ofrecer a los que vienen de otros mundos esa riqueza cultural, únicamente sus lodos y excesos. Porque nadie enseña lo que no sabe y menos aún, aquello que no quiere aprender porque desprecia. Europa empieza a descansar en paz.