El exilio está ensamblado sobre la base de un mito: el resto del mundo es un lugar mejor.
EDUARDO SÁNCHEZ RUGELES
(Escritor venezolano)
La primera vez que tuve información de primera mano sobre un país que, muy a su pesar, está de actualidad en estos momentos, fue a mediados de los años setenta del siglo pasado. Se trataba de Venezuela. Un señor que había estado exiliado en aquel país durante varios años, me hablaba de lo interesante que era y que su economía le hacía ser considerado uno de los más prósperos de Hispanoamérica.
Este hombre estuvo en Madrid durante toda la Guerra Civil. Formaba parte del equipo directivo de una empresa y, al iniciarse el conflicto bélico, fue colectivizada. Los trabajadores lo eligieron a él para dirigirla. Permaneció en ese puesto hasta la caída de la capital. Se ganó la confianza de los compañeros y el respeto de quienes habían sido sus dueños, a quienes mantuvo informados de la evolución de la empresa.
Al terminar la contienda, él confiaba en que no le afectaría la represión del nuevo régimen, por lo que permaneció en España. Pero fue llevado a un campo de concentración en Astorga (León). Luego lo condenaron a varios años de prisión que cumplió en un centro de Madrid. Por tratarse de una persona formada ayudó a muchos reclusos y no complico la vida de quienes dirigían el establecimiento penitenciario.
Pero, como a otros presos, se le aplicó la redención de penas por el trabajo y, poco tiempo después, obtuvo la libertad definitiva. Cuando pudo, después de completar los engorrosos trámites que le exigían, decidió exiliarse a Hispanoamérica y se fue, con algunos compañeros, a Venezuela, donde permaneció hasta los años sesenta. Entonces volvió a Madrid, se casó y se fue a vivir al pueblo de su mujer. A El Toboso.
Recuerdo que este hombre me hablaba de varias fincas en la región de Los Llanos venezolanos. Sus propietarios eran exiliados españoles que regresaron a nuestro país. Ellos querían mantener la propiedad, pero necesitaban que fueran gestionadas por técnicos españoles, para seguir controlándolas.
Viendo mi interés por lo que contaba, me dijo: “allí se recorren los campos a caballo, ya que los caminos a veces son impracticables y hay que llevar el arma apropiada”. Yo le pregunté: “¿Una escopeta de caza o algo así?”. Y él me contestó: “bueno, de esas también. Pero lo que allí se necesita es una buena pistola o un revólver para defenderse de los cuatreros y salteadores de caminos”. Con su comentario mi interés decayó.
Pero él me contó algunas cosas de aquel país. Que era uno de los más ricos de la región por sus recursos petrolíferos; que tenía piedras preciosas en abundancia, como las esmeraldas; y que poseía otros recursos naturales por explotar, como la agricultura, la ganadería o la selvicultura. Y que había muchas oportunidades de negocio relacionado con el turismo y el desarrollo de las principales ciudades del país.
Luego me habló de cosas de la política. Que allí había democracia, constitución y que el Estado de derecho funcionaba, aunque era mejorable. Habló de un político que presidía el país en ese momento. Carlos Andrés Pérez. Este hombre pertenecía al partido Acción Democrática, de ideología socialdemócrata. Y en su primer mandato consiguió que el PIB alcanzara su nivel más alto. Nada que ver con la situación actual.
Hablaba de las mejoras incorporadas en el país, pero reconocía que la política en aquella región era muy diferente a la europea. Los recursos eran mucho menores y la sociedad no contaba con las protecciones sociales que había en la mayoría de los países occidentales. Pero disponían de un sistema democrático, con elecciones periódicas y existían unos contrapesos de poder que impedían perpetuarse en el gobierno.
Años después, antes de que llegara al poder Hugo Chaves, tuve un contacto indirecto con aquel país. Un asesor de la Secretaría de Estado para la que yo trabajaba, me pidió que elaborara una proyecto para el desarrollo de actividades agropecuarias en instituciones pertenecientes al Ministerio de Justicia venezolano. Este asesor me comentaba que teníamos que ir los dos para la puesta en marcha de estas actividades.
Semanas después, entregué mi informe. Y ya no supe más sobre el tema. Años después me contaron que este señor se desplazó a Venezuela. Él era una persona incómoda en los Servicios Centrales del Ministerio; estaba amenazado por ETA, de cuando tuvo responsabilidades en el País Vasco; y se acababa de separar. Todo ello facilitó su marcha a aquel país hispanoamericano, a la vez que le facilitaban una salida digna.
Volviendo a nuestro exiliado, él acabó sus días en el pueblo en el que se avecindó. Y en estos días lo he vuelto a recordar. Seguramente, con lo que se está viviendo en el país que lo acogió hace más de setenta años, estaría entristecido. De todo aquello que él hablaba, apenas queda la esperanza de un pueblo que hoy vive en la miseria, sin libertad o en la diáspora.