La cámara cae desde el cielo. Se distinguen algunos rostros. Los hay nerviosos, airados y hasta de los que pasan de todo. Vamos haciendo un zoom lento hacia quienes se encuentran presos, atrapados.
Y entonces, por la megafonía de la estación de Atocha se escucha: “Esperan… y esperan… y esperan… y esperan”.
¿No lo oyen? Es como en el inicio de Casablanca.
Si en la película inmortal era la guerra la que tenía secuestrados al rosario de personajes que trataban de escapar de Casablanca, hoy es la pobre gestión socialista la que nos obliga a vivir en una Casablanca eterna.
Esperamos y esperamos y seguimos esperando. Y mientras tanto, la vida pasa en medio de una estación, refugiados en las sombras escasas o viviendo entre sudores, con el tren parado en mitad de las vías que cicatrizan España.
Quienes usamos el tren hemos cambiado aquella ciudad “del Marruecos francés” por Madrid, Ciudad Real, Puertollano o las distintas paradas andaluzas. ¿Es que acaso hay diferencia?
Ni “el mejor momento de nuestra historia ferroviaria”, ni los “sabotajes” que luego terminan por desmentirse. Las excusas interminables que llegan desde el Ministerio de Transportes serían suficientes para tener entretenido a Santos Cerdán en su celda, pero poco pueden hacer para satisfacer a los viajeros a los que Óscar Puente tiene presos en las estaciones.
Pero volvamos a otro momento de la película. Los alemanes se mueven como quieren por el bar de Rick. Tanto es así que han tomado la pianola del local para cantar viejas canciones de la armada prusiana. Y mientras tanto, todos callan.
Es descorazonador comprobar que cuando el mal extiende su veneno por algún sitio, quienes debieran alzar la voz mantienen un matrimonio repugnante con el silencio. El servicio de trenes está infestado de ese mal que hoy produce declaraciones afectadas, de las de puñitos bien prietos y poco más.
La corrupción no solo debe indignarnos por las cantidades de dinero robado. No solo debe enfadarnos por los vicios personales sufragados. Debe hacernos levantar la voz porque, como con los trenes, todo aquel servicio que debiera ser pagado y debidamente mantenido no lo está siendo.
En la película, Víctor Laszlo, héroe de la resistencia húngara frente al proyecto totalitario (y sí, globalista) de la Alemania nazi, se abre paso entre quienes guardan silencio. Habla con la banda de música. Él mismo se pone a cantar. El resto de la taberna recupera el ánimo, el coraje perdido. Ahora se escucha otro sonido bien distinto.
¿No lo oyen? Es la Marsellesa.
En momentos así resuenan con fuerza palabras como las del Papa León XIV en su primer discurso a los fieles: “El mal no prevalecerá”. Un mensaje de esperanza, pero que requiere de la acción de quienes tienen las herramientas para verdaderamente combatirlo.
La corrupción del PSOE ha llevado a España al borde del abismo. Y frente a quienes pretendan hacernos creer que se puede cambiar París por un “siempre nos quedará Page”, lamento anunciarles que su estancia en Casablanca no ha terminado.
Qué útil sería que, en vez de alzar la voz contra la autocracia sanchista con recursos de inconstitucionalidad que sabe que no van a ninguna parte, el presidente de Castilla-La Mancha entonase la defensa del servicio de trenes.
Pero claro, eso sale poco en los titulares de las cabeceras de Madrid.
Y es que, se mire por donde se mire, qué poco acostumbrado está el PSOE a que se utilicen los trenes políticamente en su contra.