De corazón italiano y de cabeza española: san Francisco y san Ignacio son, probablemente, los dos santos que más han configurado la vida y la misión del papa Francisco.
Al final de su vida, la Iglesia, por encima de todo, agradece a Dios el cuidado que nos ofrece. Él es garante de que este rebaño, tantas veces disperso y pecador, no quede «como ovejas sin pastor». La figura del vicario de Cristo es una de las claves de la providencia de Dios sobre su pueblo. Parafraseando a santa Teresa de Jesús, podríamos decir que, en los «tiempos recios» que nos ha tocado vivir, el Señor nos ha concedido «amigos fuertes de Dios».
Además de agradecer, la Iglesia también reza, intercede. Pide a Dios, en primer lugar, por la persona del papa que acaba de morir: que Dios lo recoja en su seno y pueda compartir, con tantos santos hijos de la Iglesia, la alegría definitiva. Pedimos a Dios, también, por el presente y el futuro, muy especialmente por la elección del próximo papa: que se cumpla la voluntad de Aquel por quien vivimos y a quien predicamos.
Mucho se ha escrito y se seguirá escribiendo sobre la aportación y legado del papa Francisco a la Iglesia y al mundo. Es tiempo propicio para agradecer, rezar y reflexionar.
Lo primero que habría que tener en cuenta es que, una figura de estas características, solo puede ser comprendida con el paso de los años. Necesitamos perspectiva para percibir mejor lo que ha significado Francisco desde Roma para todos.
Por otro lado, creo que también es importante otra consideración: lo más importante de un legado no es racionalizarlo, sino acogerlo. En este caso, como en muchos otros, podemos tener la tentación de funcionar más como jueces que como discípulos. Como diría el apóstol Santiago, si juzgamos la Ley ya no la cumplimos. Sucede también esto mismo ante ciertos discursos y homilías: opinamos sobre ellos, los juzgamos y, tal vez, dejamos de hacer lo principal: dejarnos interpelar por ellos.
La reflexión sobre la figura del papa, al menos para un creyente, tiene que estar al servicio de una finalidad fundamental: la acogida de la voluntad de Dios a través de la vida y el mensaje de este vicario suyo. No somos, ante todo, expertos, sino discípulos. La Palabra y los profetas no nos son enviados para que los juzguemos, sino para dejarnos juzgar por Dios, para discernir nuestras vidas desde su voluntad que, a menudo, nos desconcierta.
Creo que los comienzos del papado de Francisco podrían definirse desde una palabra clave: alegría. Todos sus documentos llevaban este título. ¿Habrá visto Dios en su Iglesia un poco de tristeza y cansancio para enviarnos este mensaje?
Otra de las claves que han acompañado este papado es la misericordia. En este tema, como en tantos otros, Francisco ha continuado una línea que sus predecesores comenzaron. Tuvimos incluso un Jubileo de la Misericordia. Creo que tenemos aquí una dimensión fundamental de la esencia del cristianismo: Dios es misericordia y nos llama a vivir la misericordia como programa de vida.
Otro de los temas fundamentales y repetidos en el ministerio del papa Francisco ha sido la ecología y su vinculación con la marginación humana. Ha dedicado una de sus encíclicas a este tema y no ha dejado de insistir con sus escritos y sus gestos en esta dimensión. También aquí se muestra como un continuador –con un toque personal y actual– de lo que ya se apuntaba en Juan Pablo II. Relacionado con este tema, se podría hablar de la cercanía de este papa a todos los grupos marginales en la Iglesia y en la sociedad.
En el interior de la Iglesia, el papa ha insistido en la vivencia de la sinodalidad. También aquí se retoma una idea y una práctica de la antigüedad recuperadas por el Concilio Vaticano II. Caminar juntos es la clave para llegar a la meta adecuada. Creo que nos queda mucho camino por recorrer en la Iglesia en esta dirección: que el legado del papa no sea un mero tema para definirlo a él, sino una llamada a todos de parte de Dios para seguir creciendo.
Desde el principio de su ministerio, también nos ha pedido ser una «Iglesia en salida». Recordamos a Pablo VI y la encíclica Evangelii nuntiandi, o la insistencia de Juan Pablo II en la «nueva evangelización». La misión forma parte de la estructura constitutiva de la Iglesia: debemos superar temores para obedecer las palabras de envío del Resucitado.
Por fin –estamos en el Jubileo–, también la esperanza ha sido una clave, casi un testamento, del papa Francisco. Me recuerda esta perspectiva a insistencias anteriores de otros papas, como la encíclica Spe Salvi, del papa Benedicto, o la Exhortación apostólica sobre Europa de Juan Pablo II.
Eso es lo que queremos vivir: llenos de esperanza, caminando juntos, viviendo la misericordia con todos para ser testigos de una nueva manera de construir el futuro de la humanidad, de la creación y del Reino, de la mano de Aquel que nos ha amado.
Descanse en paz. Gracias.
