¿Sería posible la fe cristiana si Jesús de Nazaret no hubiera resucitado? ¿Seguiríamos celebrando la eucaristía cada domingo, se habrían inventado procesiones y actos de piedad? ¿Habría tenido fuerza la vida pública del Maestro de Galilea para engendrar a la Iglesia y extender el Reino por todos los rincones de la tierra? Sabemos cómo acabó todo a las puertas del sepulcro: los discípulos huyeron, las mujeres se mantuvieron a distancia, con un amor devocional y sincero. ¿Qué habrían hecho después? ¿Cuánto tiempo habría durado su memoria del Amigo crucificado?
Sin la resurrección, el mensaje de Jesús se habría desvanecido y no habría nacido la Iglesia. La resurrección de Jesús, el primer día de la semana, da razón del origen de la misión, del cambio absoluto de actitud en los discípulos; pero esa misma victoria sobre la muerte da razón también de la verdad de todo lo anterior: del mensaje y las pretensiones del Maestro de Galilea. Sin la resurrección, Jesús habría sido un profeta más, que predicó su visión de las cosas y su experiencia de Dios; valiente, coherente, profundo, entregado, veraz, libre… pero no sería el enviado de Dios; toda su tarea habría terminado en un heroico fracaso.
“La piedra que desecharon los arquitectos se ha convertido en piedra angular, es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”: Dios ha actuado acogiendo la entrega de Jesús-piedra, desechado por las autoridades de su pueblo, para convertirlo en piedra angular del Reino que se está construyendo. Con la resurrección, Dios reivindica definitivamente a Jesús y se abren para el hombre las puertas de lo eterno.
La resurrección de Jesús es la clave del origen del cristiansimo y de la verdad de su mensaje. Pero, ¿cómo sabemos que resucitó? ¿De dónde proviene nuestra convicción de su victoria? Ninguno de nosotros estuvo allí ni lo ha visto después.
¿Se basa nuestra fe en un sentimiento emocional interior que nos hace conmovernos ante la idea de Dios o el sufrimiento de Jesús que nos han contado? ¿Cuál es la objetividad del cristianismo, su pretensión de verdad más allá de los sentimientos de los seguidores de este credo?
Sabemos que Jesús resucitó porque así lo contaron los testigos de sus apariciones, desde María Magdalena hasta el propio san Pablo. Sin los crisitanos primeros no habría cristianismo; la Iglesia es “apostólica”: se fundamenta en el testimonio primero de los apóstoles. Hemos creído su anuncio y, por ello, hemos creído en Jesús, en la verdad de su persona y su misión.
Todo el edificio del cristianismo se fundamenta en el testimonio de un conjunto de judíos, la mayoría galileos, que vivieron un tiempo con un hombre de Nazaret. Si ellos mintieron, nuestra fe es un fraude. No desaparecería la fe en un Dios único, creador, providente… no se vendrían abajo los cimientos de la religión, pero sí los del cristianismo.
Es verdad que, después, aprendemos a pensar y razonar la credibilidad del mensaje de Jesús y la coherencia de sus testigos; es verdad que las claves del cristianismo tienen que ver con la sed más honda de nuestros corazones en búsqueda, es verdad que han sido muchos los que han dado la vida por este hombre que nos trajo el Reino… Pero todas estas dimensiones, que corroboran nuestra fe, no están en su origen, no son la causa por la que creemos.
Tenemos fe porque Dios mismo ha movido nuestros corazones y mentes para que acepten el testimonio de aquellos primeros discípulos, hombres y mujeres, sobre el sepulcro vacío y las apariciones del Crucificado. El mismo Simón-Pedro lo dijo ante Cornelio: “Dios le concedió la gracia a Jesús de aparecerse, no a todo el pueblo, sino a los testigos que había escogido de antemano: a nosotros, que comimos y bebimos con él después de su resurrección”.
Agradecemos este testimonio que dio origen a nuestro cristianismo. Y nos preguntamos, además, si no será el testimonio la clave de la evangelización en estos tiempos nuestros. Cristo no se ha aparecido a todo el pueblo, sino a un grupo de discípulos con los que come y bebe cada domingo: desde ellos y su testimonio va creciendo la Iglesia en cada generación.