Estaba amaneciendo en Europa y anocheciendo en España. Como casi siempre ha sucedido. Estaba surgiendo y confirmándose la Ilustración, el acontecimiento intelectual e histórico más importante del siglo XVIII, con el que dio comienzo la modernidad. Voltaire, Enmanuel Kant, D´Alembert, Rousseau… La razón como sistema fundamental del pensamiento, de las inquietudes sociales. Los impulsores de la Ilustración soñaban con establecer una filosofía regeneradora, un código universal de la razón para la raza humana, y sus resplandores todavía siguen alumbrando a las nuevas generaciones. Kant definía la Ilustración como el salto hacía adelante por parte de la sociedad, el abandono de su minoría de edad.
Sin embargo, todo un contraste desolador con aquel movimiento, con aquellas luces que intentaron iluminar a occidente; en España se vivía la rémora de nuestro secular apego al oscurantismo, a las tradiciones caducas y sedicentes, al aislamiento de la verdadera cultura, es decir, que todavía continuamos aferrados a las grandezas conquistadoras de los siglos anteriores, a las teologías de la Contrarreforma, sin buscar salidas al inmenso deterioro que se estaba produciendo en la sociedad, aunque también, como siempre ha sucedido, con nuestros genios celtibéricos y nuestro heroico sentido de la independencia, o sea, con nuestra controvertida y singular personalidad.
Sucedió que en aquellos años finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, España dio al mundo dos personajes tan fabulosos como ya no se han vuelto a repetir: me refiero a Francisco de Goya y a Gaspar Melchor, de Jovellanos, aragonés de Fuendetodos el primero, como es bien sabido, y asturiano de Gijón el segundo, los cuales habían de coincidir durante un breve tiempo en nuestra tierra castellano manchega, en la villa de Jadraque, que no les iba en desventaja de hidalguía y grandeza a cualquier otra villa de España. La dramaturgia pictórica llevada a su mayor grado de expresividad artística y el talento humanístico derramado para el progreso de España. Y Jadraque como escenario y cobijo de uno de los episodios más significativos de la Historia de España.
Sucede que pocas veces la Naturaleza derrama dones tan prodigiosos para un mismo pueblo, para una misma nación. Francisco de Goya, el de la majas y los toros, el que dijo que el sueño de la razón creaba monstruos, el .que veía a su patria como una plaza partida, como un conglomerado de pasiones contrapuestas que urgía regenerar, entendiendo que era a él a quien correspondía exponerlo desde su pintura, desde el sentido trágico de sus dibujos, desde su deseo profundo de presentarnos aquella alucinante realidad. Goya había vivido más de medio siglo en un mundo feliz y cortesano, en medio de una especie de ballet seductor cuyos personajes eran campesinos, cortesanos, reyes y nobles. Y se encontró en una encrucijada que nunca acabó de entender. Y sobre todo esto piensa y reflexiona en Jadraque.