Nuestros mayores decían que a veces tenía que ocurrir algo fuera de lo normal para darnos cuenta de nuestra realidad, de nuestras debilidades. ¡Qué razón tenían! Ha tenido que venir a visitarnos el coronavirus para avisarnos de que tenemos muchos y muy variados problemas estructurales; muchos vicios y muy arraigados. Y con un poco de inteligencia y honestidad deberíamos poner remedio a las carencias descubiertas, para que además de vencer al virus, avancemos en la consolidación de nuestra democracia; para mejorar nuestro futuro; para que las generaciones venideras no caigan en los mismos errores. En eso, y solo en eso, debemos poner todo nuestro empeño, apartando la deslegitimación como práctica política.
¿Seremos capaces de reconocerlo y consensuarlo? Empecemos por reconocerlo. La pandemia ha puesto de manifiesto el hecho de que la prioridad en nuestra agenda cotidiana es echarle la culpa al de enfrente. A veces por el ego supremacista de que yo soy más listo que los demás. Pero también porque de paso escondemos nuestras propias vergüenzas. Sí. La mejor defensa es un buen ataque.
Ante las situaciones difíciles lo normal es que las reacciones sean muy parecidas. Discutir si este o aquel lo hubiera hecho mejor es una pérdida de tiempo que solo conduce a sembrar confusión y alejarnos de lo esencial. Si en lugar de estar este gobierno, hubiese sido otro, las medidas que hubieran tomado serían iguales o parecidas, porque hay muy poco margen de actuación. No es, pues, problema de “quién” sino más bien de actitudes y herramientas. Hay que combinar la actitud a la hora de afrontarlo y las herramientas con que se cuenta.
Gobierne quien gobierne, si encuentra un ambiente de crispación endémico, como método de hacer política, incapaces de analizar y consensuar, y una administración ineficaz por falta de recursos y actualizaciones, una administración excesivamente rígida por una burocracia absurda, la lucha contra la crisis resultará francamente difícil. Por tanto la solución entra por romper con la inercia de la crispación y dotarnos de una administración pública moderna y actualizada. Si somos capaces de hacer política en ese territorio habremos aprendido de la pandemia. Los ciudadanos empezaremos a confiar en la política como única vía de solución y convivencia.