“Cuando la gratitud es tan absoluta las palabras sobran”. No sé si recordarán que, hace unas semanas, cerré uno de mis escritos, dedicado a una persona que para mi es todo un referente, con esta cita del gran poeta y novelista colombiano Álvaro Mutis.
Hoy vuelvo a traerla a mi artículo ya que quisiera reflexionar acerca de esta palabra que, significado aparte, se me antoja de una brillante sonoridad: gratitud.
Gratitud es mucho más que decir gracias; es un sentimiento, una emoción, un intangible que ha impulsado siempre mi día a día. Es un agradecimiento a la vida, que me ha dado tanto (inolvidable María Dolores Pradera), a cada persona que me ha ofrecido su mano en momentos difíciles, a aquellos que me han dado una oportunidad sin apenas conocerme cuando creía tener todo perdido.
En este punto es imposible no recordar a Conchi Sánchez Hernández, directora que fue de este diario y merecidísima destinataria de mi más inmensa gratitud. Por su apuesta decidida y valiente hacia mis escritos, por hacer realidad ese pequeño sueño olvidado tantos años en un cajón que me permite llegar a ustedes cada quincena. Mi deuda con ella es inmensa, como inmensa era su dimensión personal y profesional.
Recuerdo, a modo de anécdota, uno de mis primeros escritos para Lanza. Se titulaba “Baldosas Amarillas” y en él establecía un paralelismo entre las personas que la vida nos va presentando en nuestra andadura vital y aquellos personajes que Dorothy, la protagonista de El mago de Oz, iba descubriendo en su camino en busca del famoso mago. Lo envié temblorosa, esperando que aquello no pasase de un mero conato de ser publicado. Sin embargo, y para mi sorpresa, recibí un correo de Conchi en el cual me expresaba que le había encantado y que estuviese atenta a la publicación del viernes. Cerraba el mensaje, no lo olvidaré, un emoticono de carita sonriente.
Aquel viernes abrí el diario, presa del nerviosismo y del vértigo que produce asomarse a un mundo que en aquellos momentos me era completamente desconocido. Al pasar las páginas encontré el artículo, con aquella magnífica ilustración del camino de baldosas amarillas que, ni en mis mejores sueños, habría imaginado. Conchi, emulando a Glinda, la bruja buena del Sur, me había hecho uno de los mejores regalos de mi vida. La llamé para darle las gracias y la emoción me robaba las palabras, algo que la hizo sonreír. Me animó a seguir escribiendo, a no dudar de que podía hacerlo y aquello fue para mí el espaldarazo definitivo. Quedé asombrada por su capacidad de trabajo, por aquella personalidad risueña y arrolladora, por su preocupación por mi bienestar, por el agradecimiento tras cada escrito.
No dudo, compañeros, que su espíritu presidirá la redacción para siempre, pues su luz es inextinguible. No lo dudéis, Tintín nos ayudará.
A Conchi Sánchez Hernández, in memoriam.