El corona virus ha impactado en la misma línea de flotación de nuestras vidas afectando a la salud, costumbres, relaciones y economía. Un “bichito” que se ha introducido en la cadena de montaje del día a día y ha conseguido paralizarla, o casi. Lo que empezó siendo para nosotros una amenaza lejana, se ha convertido en muy pocos días en preocupante realidad propia. Un contratiempo de tamaño microscópico que ha sido capaz de hacer tambalear a un gigante con aspecto de invencible.
Una situación a la que hemos de hacer frente de manera inteligente y solidaria. La ciudadanía en general está respondiendo de manera fiel, obedeciendo las indicaciones de las autoridades salvo algunas excepciones que no podemos estar haciendo y deshaciendo la madeja al mismo tiempo con comportamientos que van en contra de la dedicación titánica de los profesionales sanitarios, cuestión que conozco de primera mano. (Uno de mis hijos trabaja en la UCI de la Paz en la planta donde se encuentran ingresados los afectados por esta enfermedad)
La medida más lógica y útil para frenar la propagación del virus es colapsar su trasmisión; de ahí la recomendación de estar en casa disfrutando del hogar. Hogar, dulce hogar; momento para compartir experiencias, pasar revista a lo que viene siendo nuestro quehacer diario, leer, pensar, dialogar…Quizá lo único positivo de esta nueva forma de vida, no sabemos por cuento tiempo sea darnos la oportunidad de profundizar en aquello que nuestra electrizante vida nos ha impedido hasta ahora. Esta prolongada estancia en el hogar no debiera ser tomada como aburrimiento o dedicada exclusivamente a escapes virtuales a través de pantallitas, sino para hacer “más vida” en él.