Un año más, la Iglesia celebra el Domingo de la Palabra de Dios: poco a poco, va calando en el pueblo cristiano la importancia de la Biblia y la Tradición en la vida de la Iglesia y de cada creyente.
Con este motivo, ayer pudimos disfrutar de la Tercera Jornada de la Palabra de Dios en el pueblo de Daimiel: queremos prepararnos para que el Domingo de la Palabra tenga fruto en nuestras parroquias y en nuestras familias.
Pudimos rezar juntos, caminar, bendecir nuestras Biblias como verdaderos instrumentos de espiritualidad y misión, escuchar la reflexión de algunas personas sobre la importancia de la palabra y la Palabra; también comimos juntos y, por la tarde, pudimos rezar en común con el método de la Lectio divina: todo fue un regalo de Dios.
Como sucedió en la sinagoga de Nazaret, también nosotros queremos seguir e imitar a Jesús en su docilidad al Espíritu y la Escritura. Él ha realizado, como nadie, una «lectura espiritual de la Biblia»; fijémonos en los detalles de esta lectura.
Con el Bautismo, Jesús ha recibido el Espíritu Santo que, después de conducirlo al desierto, lo lleva a la misión, comenzando por la sinagoga. Allí, Jesús lee el texto bíblico, lee al profeta Isaías; la vocación del profeta le ayuda a Jesús a expresar su misión y a explicársela a sus paisanos: ha venido a ser el libertador de los oprimidos, el evangelizador de los pobres, el que cura a los ciegos y aquel que inaugura el jubileo definitivo, el «año de gracia del Señor».
Lectura espiritual es aquella que nos hace comprender la obra que Dios realiza en nosotros, es sentirnos interpelados por la Palabra que, al ser escuchada, se convierte en vocación que mueve nuestras vidas en nombre de Dios.
Gracias al Espíritu, comprendemos que la Biblia habla de Jesús y, desde él, habla también de nosotros, nos habla a nosotros para configurar nuestra vida desde la voluntad de Dios. Lectura espiritual es lectura vocacional, oyente, obediente, discipular.
Después de leer, toca hacer la homilía; todos ponen los ojos de Jesús: ¿qué palabra pronunciarán sus labios? Una muy breve y, a la vez, muy prolongada: «Hoy se cumple esta palabra que acabáis de oír». El «hoy» de Jesús en san Lucas abarca toda su vida, desde Belén hasta la cruz, pasando por la casa de Zaqueo y tantos otros lugares que él visita. La vida de Jesús, su misión, es la verdadera homilía de este texto.
Lectura espiritual es lectura hecha vida, es encarnación de la Palabra en nuestra propia existencia. La vida del creyente está llamada a ser un despliegue de la Palabra, un comentario vivo a los textos de la Biblia. La moral y nuestras costumbres, nuestra teología, nuestras catequesis: todas las dimensiones de nuestro cristianismo son un despliegue de la Palabra, una homilía de carne y hueso. Así lo comprendieron los Padres de la Iglesia, que convirtieron la Biblia en la fuente de sus catequesis, de sus reflexiones teológicas, de su oración, de su predicación a los no creyentes.
Como en el seno de María, el Espíritu de Dios es el responsable de que la Palabra se haga carne en nuestras vidas y pueda dar fruto en nuestros días.
Estas son las cuatro etapas principales de una lectura espiritual de la Palabra: escuchar o leer, orar, cumplir y proclamar.
Es fundamental un contacto directo con el texto; debemos superar el deseo de quedarnos en las explicaciones previas, o esperar a comprender para empezar a leer. «Toma y lee» nos dice el Espíritu, como a san Agustín.
En un segundo momento, toca meditar, dejar que lo escuchado llegue dentro, descubrir a Aquel que nos habla en las palabras. En el primer momento, es fundamental el oído; en este segundo momento, quien obra es el corazón, el centro de la persona.
En un tercer momento, los protagonistas son las manos y los pies: se trata de cumplir la Palabra en cada circunstancia de nuestra vida; todo lo que hacemos, por dónde caminamos, el estilo con el que tratamos a los demás: ahí se cumple la Escritura.
Por fin, aquello que hemos escuchado, orado y vivido, lo transmitimos a los demás, nos convertimos en apóstoles de la Palabra, testigos de aquello que hemos creído y que nos esforzamos por vivir. Ahora, son los labios, pero también la vida entera, quienes se convierten en protagonistas de la tarea que las Escrituras nos piden. Porque ha dado fruto en nosotros, porque ha habido espiga, podemos sembrar en otras tierras el grano nuevo de la Palabra germinada.
Enhorabuena a aquellos que van siendo configurados por la fuerza, la belleza y la ternura de la Palabra de Dios.