Lo reconozco, soy uno de esos muchos aspirantes a futbolista que quedaron en nada y que apostaron por el periodismo atraído por la radio, donde pensaba mi futuro estaría más cercano a ese rectángulo verde salpicado de cal donde se tejieron tantos de mis sueños de héroe sin conciencia.
No hubo lesión de rodilla a edad prematura, como tampoco hubo nunca esa calidad diferencial que te hace destacar entre millones de aspirantes a ídolo. Tal vez por eso deje de centrar mis esfuerzos en golpear un balón, para fijarme en otros detalles que poder contar con las palabras.
Fui de la generación que creció con la batalla de De la Morena y José María García en pleno apogeo en nuestra radio y de los que tenía que imaginar los partidos cuando no se daban en abierto y no existía Internet para conseguir alguno de esos enlaces tan mal visto hoy día, pero que tantas veces me salvaron un domingo. Y diría que lo sigue haciendo si no se hubiese convertido en delito.
De ahí la determinación por dedicarme a una profesión anclada en la bohemia, en la que no se puede aspirar a ser rico y donde las grandes cosas que te llevas entre disgustos y una cuenta corriente tiritando la mayoría de meses, son las personas y los momentos que puedes vivir en primera persona, a veces, muchos de ellos, intranscendentes para la mayoría pero con gran carga simbólica para ti.
Uno de ellos tuvo lugar el pasado 24 de marzo, teniendo el Cerrú de Puertollano como escenario de un momento que ya es historia del deporte en la ciudad y que posiblemente toque verlo desde la distancia del tiempo para darle el valor real de lo vivido.
Con motivo del partido de la Liga UCLM Preferente Femenina entre el Calvo Sotelo y la UB Conquense, saltó sobre el césped, Josefa Cano Gómez, exjugadora calvosotelista de los años 70, una de esas pioneras que se enfundaron la elástica azulona para disfrutar de un deporte reservado para los hombres y que disfrutaron de la pelota más allá de las miradas, de los juicios de valor sin valor y de todo cuanto pudiese desprenderse de una sociedad que olía a puro y a carajillo mañanero.
Pelé, Cruyff, Best, fueron futbolistas en esos años y acapararon todos los focos y la gloria de un fútbol que se estaba transformando en lo que hoy significa el estrellato. Sin embargo, que una mujer como Cano sea protagonista por un día de las portadas locales y de las redes de un Club longevo como el Calvo, dignifica un deporte como el fútbol y un escudo donde se han narrado tantas historias y recuerdos.
De la foto, del gran y poco valorado para el trabajazo que hace desinteresadamente, Santos Jiménez, lo que me impacta, es la mirada de una niña también vestida con los colores azules del Puertollano, que observa los aplausos del público a su abuela y de su abuela con los presentes con el rostro iluminado de orgullo y felicidad.
Puede que la pequeña no entienda por qué aplauden todos, por qué su abuela hizo el saque de honor en un partido, pero también puede que, dentro de unos años, cuando vea más fotografías en blanco y negro de aquel equipo femenino de los años 70, ella sea futbolista y sin que sea consciente, estará disfrutando de un deporte como el fútbol gracias a pioneras como Josefa, que abrieron las puertas de par en par a todas las chicas que hoy calzan botas de taco -sin n- con la libertad que siempre merecieron.