“Julia en el mundo de las sombras” es una colección de relatos escrita por el montieleño Tomás Martínez García. Esta obra fue publicada en 1991 por la Diputación Provincial de Ciudad Real en su Biblioteca de Autores Manchegos (N.º XVIII de la colección “Ojo de Pez”)
A veces, podemos encontrar libros de calidad en mercadillos al aire libre, en ese tumulto de poemarios, novelas y obras de teatro que se apila sobre el hule de unas mesas plegables y bajo esos toldos rasgados que intentan protegerlos de la intemperie. Es lo que ocurrió con este ejemplar que comienza con la narración “Julia en el mundo de las sombras”, una obra que da título al conjunto y que fue galardonada con un accésit en uno de los premios de novela corta Felipe Trigo. Tras ser rescatado de aquella feria de quincalla y libros viejos, de aquel mercadillo que auguraba, quizá, su inminente venta al peso en algún centro de reciclado, comenzó la liturgia de su lectura, un proceso que resultó satisfactorio, sorpresivo y edificante.
En “Julia en el mundo de las sombras”, un narrador en tercera persona relata, en tiempo pasado, una historia salpicada de descripciones fluidas, intensas, perspicaces. El tema de la obra condensa algunas de las desgracias que acarreó la guerra civil de 1936 y, en el argumento, Julia, la protagonista, abandona la ciudad y llega a un pequeño pueblo en busca de la revelación de un secreto familiar. Es allí donde se enfrenta, entre dudas existenciales, al conflicto, a una realidad arrumbada tras décadas de olvido, a esa herida profunda y silenciada que quiere restañar. El relato muestra los sentimientos de esta joven y del resto de personajes con descripciones cercanas y tangibles en las que intervienen los cinco sentidos. Hay, en la narración, diálogos breves, precisos y, sobre todo, una atmósfera amortajada de melancolía, penumbra, sombras que cuelgan de los ángulos de las paredes, rostros taciturnos, campanadas tristes, colores mortecinos, cielos grises y un casi táctil olor a incienso muerto. También hay súbitos destellos de luz clara, transparente que atenúan lo opresivo de aquel ambiente. El autor introduce, con dosis tasadas y habilidad, la evocación retrospectiva —sucesos de la guerra civil española, decisiones que alteran el curso natural de la vida, recuerdos de la primera comunión de la protagonista—, una técnica narrativa que otorga coherencia y significado a la historia. El oficio impecable de Tomás Martínez describe los rostros de los personajes con la precisión de las emociones. Y así, en esta obra, contemplamos cómo las circunstancias, inclementes, modelaron —pragmatismo, promesas, cobardía, obediencia— el futuro de sus personajes. Si el destino no hubiera sido tan despiadado, seguramente, el camino transitado por ellos habría sido distinto.
Julia descubre, al fin, el asombro que envuelve una realidad conocida solo en parte y que parecía oculta bajo el lienzo del olvido.
Álvaro Mutis escribió que la única función que debe tener una obra de arte es crear valores estéticos permanentes. Y Julio Cortázar aseguraba que, para que se produzca la comunicación literaria, el escritor debe lograr ese clima propio que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que le rodea para después volver a conectarlo con su circunstancia de una manera nueva, enriquecida, más honda o más hermosa. Tomás Martínez García consigue fascinar al lector, sumergirle en ese clima que sugería Cortázar y llevarle sin oposición posible a un desenlace que se embadurna de belleza expresiva. Solo reproduciré un párrafo escrito casi al final de la obra para que disfruten de las palabras del autor, de su lenguaje, de esa atmósfera de tristeza y senectud, de la manera de manifestar sentimientos y de emocionar al lector:
“Había permanecido prisionero en el paisaje lóbrego de la calle largo rato, subyugado por la génesis del agua. En ese tiempo, redujo la distancia que lo separaba del infinito, primicia reservada solamente a la solera clamorosa de sus años. Luego el color del cielo se fue degenerando hasta alcanzar un gris plomizo indescifrable. El anciano dejó de mirarlo repentinamente, como todas las cosas que se olvidan.”
No sé si podrán tropezarse con ella en una librería, en alguna página de Internet o en un mercadillo de libros usados, pero seguro que esta obra permanece, desde el año 1991, en los anaqueles de algunas bibliotecas públicas. Búsquenla. Encuéntrenla. Y después de leerla, despacio, disfruten de esa emoción que hallará reposo en la conciencia, en la memoria, en el corazón.
*Escritor