Estos días he tenido la oportunidad de volver al continente africano. Hacía siete años que hice el último, pero esta ruta la tenía pendiente. Era la tercera vez que lo hacía, aunque, en esta ocasión, las circunstancias han sido diferentes a las anteriores.
Este viaje fue turístico, —los anteriores fueron de todo, incluso profesionales—; lo hicimos en barco, —el primero lo hicimos en avión y el segundo en helicóptero—; y, entre otras cosas, estaba organizado por una empresa turística, —los anteriores los preparamos nosotros—. En cualquier caso, todos ellos han sido muy estimulantes.
Iniciamos el viaje en el puerto de Tarifa donde tomamos el barco. Aquella mañana estaba nubosa y hacía un fuerte viento de levante en el estrecho. Aunque parecía haber marejadilla, la navegación fue tranquila y la travesía se hizo cómoda. Tras una hora de viaje llegamos a nuestro destino. El puerto y la ciudad de Tánger.
Otras ciudades marroquíes, como Nador, eran distintas. En ellas no había el desarrollo urbanístico que se veía allí. Su ubicación era tierra adentro y esta era estratégica. Con el océano Atlántico a un lado y el Mediterráneo al otro. Esta ha sido una urbe cosmopolita. La habitaron los fenicios; y fue cartaginesa y romana en la antigüedad.
En la edad media, la ocupó Bizancio, los visigodos o los bereberes. La conquistó Portugal en 1471 y la mantuvo casi dos siglos. Después la cedió a Inglaterra, aunque pronto fue recuperada por los marroquíes, forzando la huida de los británicos tras un prolongado bloqueo. Luego tuvo una breve ocupación italiana en el siglo XIX.
A principios del siglo XX, se convirtió en una ciudad perteneciente al protectorado español. En 1923 se transforma en la conocida Zona Internacional de Tánger, de condominio de las potencias europeas —Francia, España, Inglaterra, Italia y, entre otras, Portugal—. Con la creación del estado marroquí en 1956, se incorpora al país alauita.
Es una ciudad muy diversa y condicionada por las creencias de la mayoría de su población. Cuando estuvimos eran los últimos días del Ramadán, el mes del ayuno musulmán. Había zonas de construcción occidental, edificadas durante el Protectorado español o cuando tuvo el estatus de ciudad internacional de los países occidentales.
El guía local era un personaje un tanto estrafalario. Vestía una llamativa chilaba azul y llevaba una especie de kufi —gorro con el que los musulmanes muestran lo orgullosos que se sienten de su cultura—. Llevaba unas gafas modernas muy oscuras que alguien asoció a las de un soldador. Algún comentario suyo fue inoportuno, causando malestar.
En la parte exterior de la medina —la ciudad amurallada interior—, había barrios modernos y construcciones más recientes realizadas por los franceses y por los españoles, principalmente. También se distinguían viviendas de familias judías, donde residieron los sefardíes que fueron expulsados de España a finales del siglo XV.
Una de estas casas, fue en la que nació y vivió el conocido judío, Shlomo Ben Ami, un tangerino muy reconocido en España y respetado en Marruecos. Intelectual de prestigio y profesor universitario, fue embajador de Israel en Madrid, además de ministro de Asuntos Exteriores de su país. Hoy posee la doble nacionalidad israelí y española.
La época internacional de Tánger, atrajo a numerosos artistas, escritores, intelectuales, bohemios y gentes que ansiaban la libertad absoluta en tiempos en los que ese concepto se aplicaba poco en toda Europa, cuando parecían haber fracasado las conocidas democracias liberales, como consecuencia del triunfo del fascismo y del comunismo.
Allí llegaron los pintores franceses Matisse y Delacroix; o el español Mariano Fortuny. Escritores como Paul y Jane Bowles, Tennessee Wiliams o Truman Capote, entre otros. Dentro de la medina, en el conocido Zoco Chico, siguen abiertos el Café Central y el Hotel Fuentes, donde los exiliados republicanos españoles, preparaban sus operaciones.
En el interior de la alcazaba, pudimos contemplar sus mezquitas y madrazas remozadas y algunas viviendas antiguas reconvertidas en hoteles, entre calles sinuosas y estrechas, con muy poca luz. Había todo tipo de tiendas en las que se vendían dulces a base de almendra y miel, o dátiles, además de especias y marroquinería.
Sus propias supersticiones las transmiten al turista a través de la venta de los más variados productos. A modo de bálsamos de Fierabrás se ofertaban en sus tiendas, productos “curalotodo” para la piel, desde una mancha a una pequeña pústula o un melanoma. Otros cicatrizaban y algunos decían que eran un sustitutivo natural de la Viagra.
La escritora María Dueñas puso de moda esta ciudad a través de su novela El tiempo entre costuras. En su relato nos hablaba de una época de espías durante la Segunda Guerra Mundial, en la que España ejerció el control de la ciudad. En ella se citan el Hotel Continental y el Hotel El Minzah, centros de conspiración para alemanes y británicos.
Por la tarde, la vuelta a la península fue un poco más movida. La mar estaba revuelta, —había marejada—, lo que propició fuertes movimientos de la nave, que hizo que muchos pasajeros se marearan. Las olas se rompían en los cristales del barco.
Hasta siempre a la enigmática Ciudad blanca.