Muchos de nuestros pueblos están estos días en fiestas. ¿Por qué en estas fechas? Porque la Iglesia celebra, desde el siglo cuarto, la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz el día catorce de septiembre. Es, según la tradición, el día mismo en que santa Elena, madre del emperador Constantino, habría encontrado, debajo del templo de Zeus y Venus en Jerusalén, el madero de la cruz en la que Jesús de Nazaret entregó su vida.
A partir de aquel momento, la cruz se multiplica como signo cristiano. Favoreció este crecimiento el hecho milagroso de la aparición del signo de la cruz, en el puente Milvio de Roma, como signo de victoria de Constantino contra sus enemigos. Tres siglos después del descubrimiento de la cruz y de la construcción de las basílicas constantinianas en Jerusalén, los persas invaden Tierra Santa y lo destruyen todo a su paso, llevándose la reliquia de la cruz como trofeo. El emperador bizantino Heraclio habría recuperado la cruz y la habría llevado a Constantinopla el 21 de marzo del año 631. Esta circunstancia, de nuevo, favoreció la consideración de la cruz como gran signo de los cristianos.
Pero la importancia de la cruz, su simbología y teología, se remontan al mismo Nuevo Testamento: san Pablo, sobre todo en la carta a los Gálatas y en la Primera carta a los Corintios, desarrolla toda una teología y espiritualidad de la cruz. San Juan es también un gran teólogo de la cruz, así como san Marcos, el primer evangelista, que relata toda la misión de Jesús desde la perspectiva de la cruz.
¿Por qué la cruz, cuál es su simbología? Se trata, ante todo, de un memorial: la cruz es un signo porque fue ahí, históricamente, donde Jesús fue llevado a la muerte por los romanos. Se trataba de una muerte ignominiosa, pública, de escarmiento.
A partir de aquí, los creyentes reflexionan y buscan significados que ayuden a descubrir el misterio de la muerte de Jesús. Uno de los que primero lo hacen es san Juan. Para el cuarto evangelista, utilizando el texto veterotestamentario de la serpiente en el desierto, Jesús murió en la cruz para poder ser elevado, como la serpiente de Moisés, y, de esta manera, hacer posible que todos lo puedan mirar, que todos puedan creer en él. Gracias a la cruz, Jesús se eleva para atraer a todos los hombres hacia él. La humillación se convierte en exaltación, en atractivo desde la fe para que todos descubran la belleza de Dios y se acerquen a él.
Relacionada con esta dimensión teológica propia de san Juan, los Santos Padres desarrollan el símbolo de la cruz cósmica: los dos maderos apuntan a los cuatro puntos cardinales porque el Evangelio está llamado a impreganar todas las culturas, porque Cristo ha muerto por todos los seres humanos.
Todavía en relación con la universalidad de la cruz que proviene de san Juan, algunos escritores antiguos desarrollan otra simbología: solo en la cruz se puede morir con los brazos extendidos, abiertos. De esta forma, Dios está abriendo las puertas a todos, tanto a los judíos (un brazo), como a los paganos (el otro brazo): “Cristo atrae a todos hacia sí”, acoge a los pecadores en su seno. Aunque parece lo contrario, la cruz es la belleza más atrayente de la historia, es el gran tesoro del cristianismo para seducir con libertad a todas las gentes.
Otra simbología proviene de san Pablo y se apoya en el libro del Deuteronomio: “Maldito aquel que cuelga en el madero”. Jesús debía cumplir la maldición bíblica para traernos la bendición: por eso murió en el madero. Está relacionada esta simbología con el significado histórico de la cruz: la ingnomina del que muere desnudo, en sufrimiento público y vergonzante. Es la humillación más grande del Hijo de Dios para redimir al hombre desde lo más profundo.
Como todos los signos, también la cruz se puede desvirtuar y convertirse en un signo vacío o, incluso, en un signo que pasa a significar lo contrario a lo que comenzó significando.
Deberíamos preguntarnos qué sentido tienen nuestras fiestas y cuál es su relación con la memoria que les dio origen.