Hace unas fechas leía un anuncio sobre «la escasa probabilidad de que Dios exista» afirmación, que confieso, me resultó tan novedosa como incomprensible pese a que tanto la filosofía como las matemáticas han sido y siguen siendo mis dos ciencias favoritas.
La existencia o no existencia de Dios siempre ha sido un tema recurrente si bien hoy se utilicen reflexiones y expresiones menos excluyentes de la que Nietzsche hiciera a finales del siglo XIX: «Dios ha muerto.» En esta nueva perspectiva matemática sobre la existencia de Dios, subyace el alto grado de escepticismo por gran parte de la sociedad actual ante todo lo que no sea empírico, tangible; que hoy a dios, a los dioses o a Dios no hace falta eliminarlo porque ya no oprime tanto en nuestras vidas y podemos «pasar de él». Para el padre del existencialismo Dios era un problema; para quienes hoy son seguidores más o menos conscientes de sus ideas no se trata sino de una pequeña e inútil probabilidad a la que sólo hace falta darle con el dedo un pequeño empujoncito para que se desprenda definitivamente de nuestras vidas y siquiera eso.
«La probabilidad» como concepto medidor único y universal a la vez que juez para decidir que alguien existe, presenta dos límites o inconvenientes cara a su correcta aplicación. El primero, que sólo es probable lo que no es necesario y por lo tanto seguro. El segundo límite o inconveniente es que sólo es probable lo que aún no ha sido. El mundo de las probabilidades por tanto tiene como órbita y método correspondiente averiguar si un hecho no producido tiene un tanto por ciento de posibilidades de que se haga efectivo o no.
En la historia del hombre siempre ha existido el Hecho Religioso, la Gran Experiencia en un ser transcendente más o menos lejano, desconocido, terrible, justiciero y temido, más tarde cercano, próximo y querido. A esta experiencia los seres humanos le han puesto distintos significados y nombres desde sus antepasados más primitivos; tótem, dios, dioses, Alá, Dios; De esta manera quieren expresar lo no abarcable, aquello que les precede, les supera, lo inexplicable, todo aquello que siempre ha tenido presente a lo largo de su existencia como certeza amplificadora de sus posibilidades.
Para quienes tienen la experiencia vital de esta realidad mayor la probabilidad no existe sino la certeza, el convencimiento interior y personal que en religión y en concreto en la Fe, es siempre muy profundo y a veces poco claro y peligroso. Es la fuerza de lo empírico, de lo evidente y la fuerza de la experiencia íntima, de la certeza más profunda frente a frente. Y es que para quienes aceptan su existencia, Dios no es una creación filosófica, ni una realidad empírica; es pura experiencia personal más o menos desarrollada y cultivada.
Si existe la transcendencia, aquello que nos supera, los buscadores de «las probabilidades de Dios» han elegido el método equivocado. Carlo Carreto ya lo describió con la sencillez de un gran experto en la vida interior. “Ningún niño en el seno materno puede coger en brazos a su madre”. Una imagen que ciertamente refleja lo que Dios supone para el ser humano.
Para los creyentes seguirá la certeza, para los agnósticos la duda, pero nadie nunca podrá demostrar de manera empírica ni filosófica la inexistencia de Dios. Aunque hoy este tema para muchas personas no sea algo a tener encuenta.