«Era necesario que el Mesías padeciera, así está escrito en Moisés y los profetas»: esta afirmación de fe de los inicios del cristianismo, ¿es la interpretación puntual de un hecho del pasado, aplicado solo a Jesús, o es la clave para comprender la historia posterior de los seguidores de Jesús?
¿Cómo se llegó a la «inteligencia de la cruz»?
Podemos afirmar que el pueblo de Israel, con los discípulos incluidos, no estaba preparado para aceptar un Mesías fracasado. La cruz de Jesús no es el cumplimiento directo de unas Escrituras que eran comprendidas de forma clara por los miembros del pueblo de Dios. El movimiento fue el contrario: desde la cruz, gracias a la resurrección, se fueron comprendiendo las Escrituras y el aparente fracaso de Jesús desde la perspectiva del plan de Dios, cuyos caminos no son los nuestros.
La cruz de Jesús no cumple de forma evidente el Antiguo Testamento: es necesaria la fe, es necesario que Jesús nos explique esas Escrituras, es necesaria la presencia resucitada de Jesús, no solo para vencer la muerte, sino para comprenderla como voluntad amorosa de Dios que quiere vencer la muerte desde dentro y acabar definitivamente con el poder del pecado.
Jesús no es solo el Mesías que cumple las Escrituras y el Señor que nos salva, sino el Maestro que nos hace comprender los caminos de Dios y hace posible nuestra fe.
Como en tantas otras dimensiones de la vida, lo más importante no siempre lo comprendemos cuando está sucediendo: a menudo, la realidad nos desborda y solo se puede comprender más tarde, cuando algunos acontecimientos arrojan nueva luz sobre lo que hemos vivido. También se lo dijo Jesús a Pedro cuando le lavaba los pies: «Lo que yo hago no lo entiendes ahora, lo comprenderás más tarde».
La cruz de Jesús, por tanto, se ha convertido en la llave para comprender de una forma nueva la Biblia y, desde ahí, los planes de Dios para el mundo. Para que esta llave funcione, por otro lado, necesitamos a Jesús vivo, resucitado, que nos explique esta relación entre su entrega y las Escrituras.
Por todo esto, creo que podemos afirmar que la cruz de Jesús no es solo la clave para comprender la Biblia, sino la luz perenne para entender los caminos de Dios en la historia, también en los tiempos que nos ha tocado vivir en el presente.
Puede suceder que la cruz, tan importante para la fe cristiana, quede reducida a un símbolo para iluminar la espiritualidad personal del creyente. Pero es mucho más: es el contenido que la Iglesia tiene que predicar y el estilo que tiene que aprender a vivir.
Cuando, tarde o temprano, las cosas van mal y nos toca sufrir; cuando se apaga la luz del éxito de los creyentes; cuando Jesús parece ser insignificante para nuestros contemporáneos, la reacción de la Iglesia suele ser la tristeza, el desánimo, la decepción, y nos preguntamos qué hemos hecho mal y qué debemos cambiar en nuestros métodos para bajar a Jesús de la cruz de nuestra sociedad.
Pero, tal vez, el plan de Dios, de nuevo, no coincida con nuestros planes y estrategias; tal vez, el sitio de Jesús de Nazaret, en toda sociedad, sea la cruz y el fracaso. ¿No será necesario, también hoy, que el Mesías sea rechazado para que pueda salvar a todos? ¿No será necesario que el Resucitado, saliéndonos al encuentro en los caminos de nuestra decepción, nos explique los caminos de Dios y haga posible la fe, el amor al mundo a los pies del Hijo de Dios levantado en la cruz?
El Maestro de Galilea sigue enseñando a sus discípulos, más allá de su muerte, los caminos del seguimiento, las claves del cristianismo, los pormenores del amor. Cada domingo, reuniéndose con los suyos, él viene para abrir nuestras inteligencias y darnos a conocer el misterio de la vida y de Dios. Cuando vamos comprendiendo, podemos convertirnos en testigos sencillos de los caminos desconcertantes de Dios.
Ahí seguimos, semana tras semana, aprendiendo y avanzando, a la escucha del que vive, con los brazos abiertos de nuestra inteligencia y nuestro corazón para dejar que nuestro Amigo y Maestro nos siga acercando a Dios y regalándonos la alegría de la fe.