Confieso que mi presencia en redes sociales es cada vez más superficial. He dejado de participar en X, hace tiempo borré mi perfil en Facebook y mantengo Instagram para formar parte de ese scroll infinito con el que, ciertamente, echo buenos ratos. Lo de Tik Tok me ha pillado demasiado tarde, como para andar improvisando coreografías mal aprendidas o para usar filtros, que es una palabra que sólo me gusta porque me recuerda a la que decía Chiquito de la Calzada.
Sospecho que mi algoritmo me conoce mejor que yo y de ahí que de vez en cuando me aparezcan vídeos que con el tiempo se han hecho míticos y con los que hemos crecido todos los de mi generación. Algunos de mis favoritos tienen que ver con momentos que dejaron programas como ‘El Diario de Patricia‘, ‘Next‘, ‘Crónicas Marcianas‘ o ‘Callejeros‘.
Vistos desde la distancia, al igual que muchas de las películas que triunfaron al principio de los 2000, hoy serían imposibles que se produjeran, por más que se le explicara al mundo que se tratan de entretenimiento y que cualquier parecido con la realidad, nada tiene que ver.
En esta sociedad de cristal donde todo ofende, muchos de esos momentos célebres serían etiquetados como misóginos, xenófobos, racistas, como bullying o como todo junto, cuando no hace tanto se asumían desde la normalidad, desde la mirada crítica de una sociedad asentada en la modernidad, donde no nos escandalizábamos por según qué contenido, porque ya se tuvo ración de naftalina más que suficiente.
‘El Diario de Patricia‘ era una cita familiar antes de la cena, como lo era ‘Sinchán’ un poco antes. Tengo la sensación de que a los niños ahora se le taparían los oídos por si acaso salen diciendo lo del ‘culito, culito‘.
El AS luce sin contraportadas sugerentes, la Interviú yace enterrada, el porno en la televisión no existe si no es de pago cuando en los 90 fue la mina de oro para muchos de los canales locales que surgieron. En la radio ya no se anuncian puritos y hasta la libertad de prensa parece estar en entredicho. La modernidad está envejeciendo mal y huele a rancia, como seguramente alguno pueda pensar de estas reflexiones en voz alta.
Todo ofende, todo se saca de contexto para sacar rédito político o para montarse un cortijo con forma asociativa con la que trincar alguna subvención pública para vivir con cuatro ideas que muchas veces son de apropiación importada en las que ni siquiera se creen. Miren a su alrededor y comprueben cuántas de ellas hablan de lo mismo: “Techos de cristal”, “dar voz”, “igualdad real de oportunidades”…entre otros tantos mantras que sirven para todo.
De hecho, me llama la atención que hayamos cambiado tanto como sociedad, que hasta vemos con normalidad que en los JJOO, los atletas rusos participen sin bandera, pero los de Isreal sí lo puedan hacer, no vayan a tacharnos de antisemitas. Me resulta curioso que en la polémica surgida en boxeo femenino en la que ha participado una boxeadora vetada por la Asociación Internacional de Boxeo (IBA) por incumplir las normas, haya voces que defiendan la libertad de alguien que juega claramente con ventaja respecto a sus rivales, en pos de la libertad de género.
Pero bueno, también hay quien defiende que los resultados en las elecciones de Venezuela han sido democráticos…y no se les puede decir nada, porque seremos extremistas.
En fin. Echo de menos cuando éramos capaces de reírnos de todo sin complejo. Puede que espectáculos como el de ‘La capital del pecado‘ de Juan Dávila sea uno de los pocos oasis donde podemos seguir siendo libres.
