Reconozco que mi primer contacto con la prensa escrita no resultó muy agradable que digamos. Vagos recuerdos infantiles me envían a un día especialmente ventoso de los años sesenta del pasado siglo. A la vuelta del colegio recogí aquel ejemplar del diario Madrid que mi padre leía habitualmente. Un fuerte soplido de Eolo me lo arrebató de las manos y varias hojas volaron a su antojo por la calle del Buensuceso, al recogerlo comprobé que aquello era un desastre, los restos de barro en las arrugadas páginas formaban un revoltijo que en nada se parecía a un periódico. Aquel episodio que aún recuerdo me costó una severa reprimenda de la época, y no digo más.
Después en mi juventud me aficioné a comprar los domingo una publicación muy cercana a la iglesia. Más tarde y para combatir el “síndrome del lunes” dedicaba la última tarde del fin de semana a leer un rotativo que, durante mucho tiempo, ha sido el escaparate de los cambios que se han producido en nuestro país. Luego durante el transcurso de la semana leía con deleite su suplemento dominical, cuadernillos que guardo con mimo porque reflejan la historia cercana que me ha tocado vivir como generación.
Y llegó un momento en el que ese hábito lector me anunció las secuelas de la edad en mis ojos, un claro aviso para que empezara a utilizar las lentes de cerca.
Pero los tiempos cambian a velocidad de vértigo, las nuevas tecnologías han supuesto una transformación en las tareas informativas relegando a las publicaciones en papel. Los nuevos soportes digitales han sobrepasado al tradicional periódico de una forma tan contundente y radical como drástica, dejando su lectura diaria o semanal para los eruditos, los románticos y los ociosos.
Antes, cuando alguien adquiría un periódico podías fácilmente identificar el ideario del lector, por la elección del grupo editorial podías intuir si era liberal, monárquico, creyente, conservador o progresista, de más izquierda o de menos. Porque en el fondo, aunque pretendemos informarnos, seguimos los criterios lectores en función de nuestro sentimiento o ideología.
Ahora los hábitos han cambiado tanto que, leer la prensa ha pasado de ser un acto social o compartido a una actividad íntima y personal. Los casinos, los bares y los lugares de trabajo o de ocio eran espacios donde se podían hojear una o varias publicaciones e incluso debatir su contenido. Esa costumbre tan habitual ha desaparecido de un plumazo, quizás en las bibliotecas puedas echar un vistazo a la prensa en un lugar público, pero lo más normal ahora es hacerlo en privado frente a la pantalla del ordenador o a través del teléfono móvil.
Ese gran abanico o despliegue de posibilidades que nos propone la nueva prensa tiene riesgos y ventajas. Indudablemente la posibilidad de acceder a una amplia oferta informativa nos abre una ventana al conocimiento a través de la información. Pero ese enorme escaparate al que nos invitan los medios audiovisuales tienen otros objetivos menos definidos y aleatorios. Porque aunque crean opinión dejan muy poco margen a la crítica, además su simulada diversidad es ficticia, todos tienden a parecerse, sólo la prensa provincial o comarcal nos ofrecen otras noticias que se desmarcan del pensamiento único que difunden los grandes grupos.
También podemos comprobar que aunque existan diferencias en la linea editorial en demasiadas ocasiones las imágenes que acompañan a las noticias o a los textos son idénticas, no existen otros planos distintos. Ves un telediario y ves todos, o escuchas la radio por la mañana y todo el día es igual, apenas existen diferencias en las cabeceras de los grandes periódicos, ese monopolio no es bueno para el receptor.
Como contrapunto a la concentración de los grupos mediáticos en el periodismo se está imponiendo la figura del autónomo, modelo que se expresa con otro anglicismo más. Los periodistas “freelang” son la vanguardia de la información, herederos de los viejos reporteros de guerra ahora cubren los conflictos en la más extrema soledad, siempre ofertando sus reportajes a los grupos mediáticos de la comunicación, que se los comprarán más en función de sus intereses que teniendo en cuenta la llamada libertad de prensa.
Que las redes sociales están repletas de información manipulada es un hecho contrastado, montajes fotográficos incluidos. Pero sobre todo están saturadas de noticias o reseñas inexactas, sucesos banales e intrascendentes, publicidad y basura que entra en nuestro subconsciente a través de las imágenes que muestra la pantalla. Hay que tener un criterio muy claro para no dejarse seducir por esa información tan fácilmente conseguida, como perversa y viciada.
Cuando el reportaje y el testimonio no está refrendado por los profesionales del periodismo hay que considerar ciertas reservas, sobre todo si a opinión se refieren. Estamos abrumados por el pseudoperiodismo, un amplio espacio donde la noticia apenas está contrastada, aceptamos con naturalidad y sin verificar primicias, datos y medias verdades, juicios basados en el rumor. Información contaminada que sirven de consumo a una sociedad dócil y sin capacidad de crítica o debate.
No todo es negativo, los formatos digitales tienen sin embargo múltiples ventajas, por ejemplo, la inmediatez o la accesibilidad. Pero para tener un juicio claro sobre la información que nos llega debemos hacer una sesuda reflexión basada siempre en el sentido común. Por eso, para evitar los descarados excesos interesados de la nueva prensa hay que observar aquella expresión que nos decían los mayores: “Hay que tener la cabeza bien amueblada”. No te creas todo lo que lees, sé crítico, valora tu opinión y no caigas en la trampa.