A veces, la Historia es el reflejo de los hechos y sortea las imperfecciones del terreno, las cuestiones menores. Otras, la Historia es una buscona de contradicciones y los saca a relucir para satisfacción de unos y amargura de otros. Puestos a eliminar la trascendencia real de los días, hay quien se empeña en hablar de “la hemeroteca”, que no deja de ser un abuso de lo accidental convertido en titular para llenar espacios de televisión. Pero la historia real se enciende y aparece con la fuerza de lo dicho y el contexto.
Ignacio Varela, hombre tan de la Moncloa felipista como lo pudiera ser el recordado Julio Feo, supo de las entrañas de la historia de muchos momentos lúcidos de los gobiernos socialistas de aquella época, desde la atalaya del experto sociólogo y politólogo. No en vano fue el responsable desde la sede de la calle Ferraz de muchas de las campañas del PSOE y quien tomaba el pulso de la calle para el entonces omnipotente Alfonso Guerra.
Varela habla estos días del fallo de cálculo del presidente Pedro Sánchez: fiar los Presupuestos y su continuidad en La Moncloa a la suma parlamentaria con Podemos y los 25 del nacionalismo y otros: 150+25. Y todo lo demás sería barbecho a ir sorteando pese a los pinchazos en los tobillos.
Ha hecho falta que volviese a aparecer Felipe González para hacer una sucinta reflexión sobre esa estrategia: nada vale tanto, y recoger la inquietud general de que quien estaba perdiendo en este increíble pulso sobre Catalunya era la idea de país, con mayúsculas. Era, por si vale la memoria, lo contrario del “caiga quien caiga” de Zapatero y el mismo error: no apelar a una convocatoria electoral antes de que el camino se llenase de abrojos para pies descalzos.
Ignacio Varela, cómo no, cita el día negro de Andalucía, y los que quedan por venir en esas tierras. Tal vez aquello, y el “no va más” del gobierno a los nacionalistas que buscan la independencia catalana, son esos momentos en que la historia de revuelve por debajo de la alfombra y saca la cabeza para avisar que la pizarra aguanta todo menos el peso de la quimera.
Pedro Sánchez cumplió formando un gobierno que iba a ser de transición y preelectoral y pudo obtener el rédito de gobernar sostenido por mil palancas ancladas en aguas movedizas. Cierto que el rendimiento electoral de aquello hubiera sido insuficiente para recuperar un gobierno mayoritariamente socialista y autónomo como el último de Zapatero, pero no menos cierto ha sido la incapacidad socialista para navegar entre las inquina y el guirigay interno del movimiento independentista catalán. La justicia tenía y tiene su agenda, pero la política la suya y tan error es judicializar la política, versión PP, como renunciar o no acertar en la iniciativa política.
Mariano Rajoy nunca a dimitir, porque eso era convertirse en un antisistema, aunque la hidra de la corrupción le hubiera cegado la visión personal y como político a él y a su partido. La batalla posterior por conseguir poner en pie unos Presupuestos Generales del Estado sin hundir el salón de columnas de Moncloa se ha convertido en un laberinto por el que los nacionalistas han conseguido extender su alfombra sin que se haya podido enjaretar una estrategia de comunicación social que frenase los dos relatos coincidentes: el independentista y el anticatalán.
Preso de sus compromisos, Pedro Sánchez comprobará que no puede gobernar con unos viejos Presupuestos heredados del Partido Popular y sin mayoría asegurada para retocar vía decreto ley y su confirmación posterior como proyecto de ley, porque las alianzas, incluida la de Podemos, tenían por objeto desbancar a la derecha, no fortalecer la socialdemocracia que Pedro Sánchez quiere defender.
Algo así viene a decir Ignacio Varela. También Felipe González.. Lo curioso es que la historia saque a la luz las palabras del expresidente y a casi nadie le parecen ya fuera de lugar.
Aurelio Romero Serrano (Ciudad Real, 1951) es periodista y escritor