La revolución pendiente

Lanza Ciudad Real
Luis Navarrete

Luis Navarrete

El eterno debate, o amenaza, de diario público o privado condiciona, atenaza, cuando los que se ponen delante del teclado son personas, periodistas, con más criterio y formación que la fauna de las redes sociales, con mayor credibilidad, que es donde radica la esencia de este oficio

Vaya por delante mi felicitación. Llegar a los ochenta es una proeza en la era de la inmediatez, las prisas, lo virtual y el trampantojo o transpantojo, que depende de que uno se levante artista o no binario . Nada es lo que parece, y lo que parece tampoco es.

Quizá el diario que, palabra, intenté dirigir con honra y dignidad durante cuatro años, y que nació como periódico del régimen, como periódico del Movimiento, no haya cambiado tanto y lo que si ha cambiado es el Movimiento, al menos en las formas, pero es posible que no en el fondo. La lucha entre la verdad y el interés, constante en el tiempo, la subjetividad, la difícil convivencia entre políticos y periodistas, determina una apasionante y poco reconocida profesión, ahogada por los bajos sueldos, las redes sociales y la farándula. Ser periodista en provincias es un acto heroico, propio de bohemios, incluso de gente con vocación, condición reservada a curas, monjas, médicos, ingenieros agrónomos y algún que otro maestro, que no profesor.

Cuántas veces hemos oído a los políticos, en las ruedas de prensa, dar las gracias a los profesionales de los medios de comunicación por “hacer llegar” su mensaje al resto de la población. Que pocas veces hemos oído ese agradecimiento por contar la verdad, sobre todo cuando no era cómoda. Cada uno tiene su verdad, y el contar cosas tiene sus riesgos.

He contado muchas cosas, en Antena 3, en la SER, en El País, en Crónicas de La Mancha y en Lanza, donde también posibilité que otros las contaran. Dimos color al viejo papel y protagonismo a la Universidad, a los pueblos, a la cultura, a los toros, a la caza, a la educación, a la realidad. Pasamos de los obsoletos 286 con pantalla de fósforo a nuevos ordenadores, a utilizar internet, a renovar la rotativa y utilizarla para imprimir otros periódicos de tirada nacional. Cambió la maquetación y las cuentas empezaron a salir. Un proyecto complicado pero ilusionante, en el que tengo que agradecer el apoyo de muchos de los profesionales del periódico, que también tuvieron que soportar las zancadillas de la ambición y el desprecio de lo que sólo tienen una verdad, la suya.

Cuatro años en los que el fuego amigo y fuego enemigo se cruzaban alternativamente para atacar al diario decano de la región, que como una diva de la ópera ha aguantado en un escenario con desconchones pero con dignidad. Fuego amigo para intentar beneficiar a los “otros”, para alimentar las conspiraciones, y que, como amigo, es más doloroso e inesperado. Fuego enemigo cruel, mezquino, escondido en las sombras, triste, cetrino y despiadado, y sobre todo falso.

El eterno debate, o amenaza, de diario público o privado condiciona, atenaza, cuando los que se ponen delante del teclado son personas, periodistas, con más criterio y formación que la fauna de las redes sociales, con mayor credibilidad, que es donde radica la esencia de este oficio.

Hacer un periódico es fácil, caro pero fácil. Con la Inteligencia Artificial mucho más. Me imagino al editor, público o privado, ordenando a la IA “quiero 68 páginas en las que mi impagable labor sea ensalzada, en las que no aparezca ninguna noticia en mi contra y sobre todo que salga bien en las fotos”. Dicho y hecho, 68 páginas para deleite del ordenante. Afortunadamente están los periodistas, con sus errores, con sus contradicciones, con su subjetividad, pero con la deontología que da el paso por la Universidad, un barniz necesario para abrir la mente, para no caer en la tentación del provincianismo. Líbranos de Herrimancheguna. Amén

Nos queda la revolución pendiente, la permanencia, sobrevivir a la popularización de la información. El presente es digital, pero hay que conservar la esencia, la humanidad. Los miles de páginas impresas en estos ochenta años han sido escritas con alma, unas veces con buena o mala leche, pero con alma. Podemos intuir en ellas lo que se pretendía, más veraz o menos veraz, pero con una firma detrás. Una firma única, singular, con vida.

Nunca he cuantificado las canas, ni las arrugas, que me salieron en el periódico. No era hora de echar cuentas, Dejé amigos, disfruté de algunos buenos ratos. Me llevé mucha experiencia, el descubrimiento de grandes profesionales. Salvé el cuadro de Palmero que hoy cuelga en el Museo del Quijote y pensé que Lanza nunca cumpliría 80 años. Me alegro de haberme equivocado.