Los versos sentidos de tantos poetas vienen en busca de nuestro entendimiento, los versos suspirados y fementidos por una honda y oscura derrota, que se ve venir pero el poeta se niega a ver porque ha concluido en que mejor vivir lo que el mundo ofrece y saborear la tristeza si llega, sabiendo que llegará, porque también en el amor hay una gran fase de mentiras dulces y sabrosas que sabemos que lo son pero el entendimiento humano las sigue, haciéndose el no advertido, por si son las últimas sensaciones de una larga vida de esas misma desorientadas proezas.
“…las rosas del desierto se abrían mostrando su belleza interior, enigmática, poblada de mariposas multicolores que surcaban los prados, en los que cabalgaban en estampida, enloquecidos, los blancos y viriles caballos del deseo y los negros alazanes del sexo que relinchan a luna de cuarzo y amatista…”
Cuando el poeta está solo, el poeta puede alzar el vuelo y no es capaz de averiguar hasta donde llegará su capacidad de amar, pero el poeta sabe que hay un techo que su sensibilidad es capaz de divisar sin demasiados esfuerzos, pero no desea verlo para domar tanta soledad insurgente que podría impedirle alcanzar la parte de mínima felicidad que otros parece que han logrado, pero que no es así, porque el amor en todos nosotros va, regresa y vuelve a escapar sin despedidas ni cierres, sin caída del telón, como “, con un par de frases necias en la mensajería del teléfono móvil, para evitarse siquiera una emoción, una lagrimilla, un gesto torcido en la boca ante la amargura que somos los humanos capaces de dar a otros, con amor o sin él, con maldad o con oscuros rasgos de poca salud mental.
“…te coroné y adoré, amor mío, como un dios…”
La lectura de este texto, que sigue estando encuadrado en la poesía de la experiencia que Brotóns siempre ha practicado con gran personalidad, suscita en el lector la honda pregunta de cuáles son las reacciones de los hombres cuando son tratados como dioses, y cómo reaccionan ante una designación que no les corresponde, porque son hombres y se comportan precisamente como tales, y traicionan como tales y así acaban demostrándolo como leemos en el texto de prosa poética de Joaquín Brotóns, lleno de desánimo pero también animoso, porque el doliente sabía el fin como vio en el momento del inicio, y presume un final que si en algo se le escapa es en el modo de cerrarlo con un mensaje, como ya se ha dicho, de teléfono móvil.
La poesía de Joaquín Brotóns, tan estudiada y tan definida, fue siempre sincera, abierta, fruto de sus noches y de sus días, razón de su existencia, que aparece con su sempiterna corona de laurel y su copa de vino de Valdepeñas, vino que no ahoga penas, vino que pone de relieve la más hermosa faceta de nuestras vidas. Y a estas alturas, que yo hable de su trayectoria editorial y de su poesía poco aportará a lo que ya se ha dicho, no obstante es el poeta más clarificador y directo de los poetas que ejercen los versos homoeróticos, y eso es algo que algún día se le debería reconocer, porque los que en ello ponen empeño, son demasiado desapegados y frívolos, cuando Brotóns es la vitalidad y la verdad de sus experiencias vividas y contadas con el filo de la verdad, que algunas veces ofende, y las más produce efectos placenteros en el lector.
Joven Ilicitano cuya aparición se remonta al año 2007, nos muestra a un poeta capaz de componer prosa poética, y de darle un baño personal. Es el dolor de un amor que no pudo ser más breve ni más longevo de lo que fue, y acude al paladar de Joaquín Brotóns aquel verso que llevamos en la memoria, y que dice Nadie te amará como te amó el poeta, verso que tuvo un destinatario que a uno se le pone un nudo en la garganta al recordarlo.