Llevo días reflexionando mucho sobre la sociedad, tal vez me esté haciendo viejo y sigo sin asumirlo a mis 36 recién cumplidos. Muchos me siguen diciendo que ojalá tuviesen mis años, sabiendo lo que saben, aunque realmente tampoco sé qué me aportaría esa sapiencia que responda a lo de “uno sabe más por viejo que por sabio”.
El caso, es que la generación Millennial, entre la que me encuentro, está metida en un bucle de cabreo permanente del que no sale, en parte por el nulo interés de conocer el mundo y en otra, por resumir nuestra vida a lo que pasa detrás de un puñado de aplicaciones móviles que intuyo nos brindan una seguridad que perdemos al pisar la calle y que falsamente definen muchas de nuestras relaciones personales.
Las redes sociales se han convertido en testigo de este estado emocional de permanente negatividad, propiciando la facilidad para ser un campo de tiro donde la crispación vuela de un lado a otro, dejando olor a estercolero. Ni siquiera nos ponemos de acuerdo cuando deberíamos celebrar juntos, y sí, me refiero incluso al triunfo de la Selección Española en la Eurocopa, sometido a la estigmatización de la etiqueta fácil del facherío y del machirulado, o a sacarle punta a un vídeo que cuelga una persona en sepa Dios qué parte del mundo, que pretende hacer reír y recibe lo contrario, los comentarios de otro que ha interpretado que eso no es gracioso y que además es ofensivo.
No hay quien no tenga sus razones para sentirse agraviado entre algún post de ese carrusel infinito. de las redes. Hemos perdido el sentido del humor y somos de resentimiento fácil disuelto entre perfiles que ni siquiera usan foto propia. Consumen energías como si fuesen los dementores a los que un día se enfrentó Harry Potter y te hacen temer que como te salgas de lo normativo y de lo políticamente correcto, corres el riesgo de que alguien te critique, que es lo peor que puede sucederte en medio de esa necesidad del like.
El 25,5% de los jóvenes españoles de entre 16 y 29 años sufren soledad no deseada
No me extraña que con esa dependencia emocional que tenemos por lo general de la aprobación de los otros, a los que muchas veces ni conocemos, las consultas de psicólgos se hayan ido llenando. A mayor sometimiento de redes, mayores posibilidades de acabar con problemas de salud mental. No es una regla científica, pero viendo la evolución actual de la sociedad, sospecho que son dos caminos que avanzan en paralelo. Los problemas del coco han dejado de ser un tabú y se ha viralizado decir que vamos a consulta. Pero realmente, me pregunto si estamos entendiendo qué es lo que verdaderamente pasa. Creo que hay un trasfondo social que responde al cambio en la forma de relacionarnos y eso, alguna vez, alguien debería explicarlo.
Este año el Observatorio Estatal de Soledad No Deseada publicaba un informe en el que se alerta del crecimiento de las tasas de soledad no deseada entre gente joven. En él destacan, entre otros parámetros que, el 25,5% de los jóvenes españoles de entre 16 y 29 años se sienten solos actualmente, que tres de cada cuatro jóvenes dicen sufrir soledad no deseada (75,8%) o que el coste al PIB para su atención se acaba elevando a 14.141 millones de euros anuales en nuestro país. Es decir, es muy preocupante.
Los niños ya no quedan en verano para jugar pasadas las cinco de la tarde o para montar en la bicicleta haciendo guardia por el barrio. Comer bocadillos de chóped mientras cambian cromos, es algo que parece que está mal visto. Los chavales, durante el curso escolar, pasan más tiempo en extraescolares que jugando o haciendo deporte. Pero claro, tal vez sus padres basen sus relaciones de amistad con otros padres, basándose en mensaje de textos y emojis sonrientes.
Quizás, y sin pretender resolver este problema social, nos faltan más horas de charla, más cafés compartidos y muchas menos de teléfonos. Es posible que así dejásemos el hate de lado, para disfrutar de este regalo llamado vida que es mucho mejor, cuando la compartes con la gente que quieres.