Nos acercamos con curiosidad a unas vidas enlazadas con la historia que viven una tradición importante entre nosotros. Vidas de personas que, por el hecho de serlo, tienen padres, familia y entorno donde han crecido y desarrollan su vida. Es la simple anécdota de ser hombres corrientes que, de repente, dan visibilidad a una tradición importante.
Arrancar esas vidas de su historia y entorno es caer en la tentación de utilizar unos frutos del momento que tienen unas raíces fortalecidas en el año. Los armaos de Miguelturra, como ocurre en el Campo de Calatrava, vienen de una historia de sencillez, es el protagonismo que adquiere gente humilde a la que se invita a ser visibles en un momento especial del año. Van a ser custodios de un momento clave en la historia de occidente y con alcance a la toda la humanidad. Son los testigos del Resucitado. Las guardias, los registros, las confesiones, las vigilias, los protocolos… todo está mirando hacia la Resurrección de Jesucristo. Son los testigos de la búsqueda y del encuentro, de las armas y de la paz.
Sin la muerte del Hijo de Dios sus vidas no viven. Sin la Resurrección del Hijo de Dios no viven los armaos. La tentación de no tener en cuenta la familia y el entorno cuando nos aproximamos a algunas realidades sigue existiendo a nuestro alrededor. Convertirnos en museos que hablan de un patrimonio inmaterial puede ser la mirada corta de quien aísla la vida de la vida y recreando la historia aborta el futuro. Los armaos son los testigos de un acontecimiento expiatorio y salvador. Los sencillos y los humildes fueron testigos de la Encarnación y la Resurrección. Hoy son los herederos de ese testimonio y sin el conocimiento y profundización del mismo sólo serán vidas sin reflejo de vida.
Mucha historia nos toca seguir construyendo y acompañando para que los testigos lo puedan seguir siendo. De este modo, cada detalle de alabardas que se levantan, de espadas que se inclinan, de caracoles o estrellas que aparecen, de armaos que se rinden ante la evidencia
deberá ser cuidado desde el fondo y no por la forma. Las imágenes de la retina y las lentes de las cámaras no pueden recoger las vidas de los que viven en el año para ser armaos y formar parte de una escuadra. Saber que se confiesan antes de la Vigilia Pascual para estar preparados es un gesto más de esa vida que les hace vivir.
Si fuera posible desvelar el momento en el que cada armao se prepara para ser testigo, para poner cada parte del atuendo correctamente y que esté todo en su sitio. Si se pudiera grabar lo que hay en la mente del armao que tiene presente a quienes ese año y esa vida quieren reflejar, a quienes lamentan no poder ser testigos una vez más de la historia de la salvación.
Qué distinto es todo cuando el que hace, sabe lo que hace y el que contempla valora lo que se hace. En un momento histórico, tan efímero y pasajero, será buena ocasión para poder valorar a los guardianes de una historia que a ellos mismos les trasciende, que muchos arrebatan o ignoran y que otros sólo quieren rentabilizar. Son vidas llenas de vida que sin la Vida no podrán vivir ni existir.
Detrás de la vida de cada armao hay una historia que cuidar y proteger que acompañar y formar. La mayoría de los armaos vienen desde una tradición familiar que no se ha roto desde el principio. Mirar a los armaos es abrirse a una vida que les trasciende y llena de sentido. Detrás hay mucho de fe que, en cumplimiento pascual, asumen el papel de hacer visible una historia que a todos nos trasciende y nos llena. Sumarse a ella sólo como espectadores, curiosidad o estudio será perderse lo más importante de la vida de un armao.
José Manuel Llario Espinosa es natural de Daimiel, con raíces de Calzada de Calatrava, sacerdote de la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción de Miguelturra y Arcipreste del Campo de Calatrava.