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La viuda y el profeta

Elías resucitando al hijo de la viuda de Sarepta
Elías resucitando al hijo de la viuda de Sarepta
Manuel Pérez Tendero

    Las lecturas de este domingo vuelven a presentarnos el ejemplo de la viuda pobre que echó unas monedillas en el templo: precioso y entrañable texto en el que Jesús nos enseña muchas cosas. Ya hemos hablado en alguna ocasión de ese gesto en estas páginas; por eso, os invito a considerar el caso de otra viuda, la mujer de Sarepta, que está relacionada con el profeta Elías.

    Las viudas, junto con los huérfanos y los emigrantes, son, en el Antiguo Testamento, las tres categorías típicas de personas necesitadas. Las leyes de Moisés los protegen y los profetas insisten en llamar a todo el pueblo a la solidaridad con ellos: ahí se sitúa la verdadera religiosidad. Esta perspectiva llega hasta el Nuevo Testamento: la carta de Santiago sería el ejemplo más claro de esa moral que tiene en cuenta a los más necesitados.

    Ahí radica, tal vez, la peculiaridad de los casos de viudas que encontramos en la Biblia: en su necesidad, se convierten en ejemplo de generosidad. Los necesitados no son solo objeto de caridad, sino sujetos fundamentales en la historia de la salvación.

    La sequía arreciaba en Israel en los tiempos de Elías; él, peregrino de la Palabra de Dios, huye de sus enemigos y llega al territorio de Sidón. Es un profeta necesitado: a punto de morir, busca ayuda en la primera persona que encuentra. Esa persona es una viuda pobre, a la que le queda apenas un poco de harina y aceite; a ella es a quien Elías le pide agua y pan. ¿Fue una falta de consideración por parte del profeta? Tal vez, como no conocía su situación, es comprensible que le pidiera ayuda nada más llegar; pero el profeta insiste en pedir cuando conoce la pobreza de esta mujer, una pobreza extrema que está a punto de costarles la vida a ella y a su hijo.

    ¿Por qué insiste el profeta en pedirle ayuda precisamente a ella? Es más, pide que primero sea satisfecha su necesidad: la viuda y el hijo pueden esperar. Esta es la misión del profeta: traer bendición de parte de Dios; para ello, necesita la acogida de la mujer, nuestra acogida. El gesto de generosidad de la viuda la capacita para recibir la abundancia de los dones de Dios: la harina y el aceite se multiplican hasta el final de la sequía.

    Tal vez sea este el sentido de las primicias ofrecidas por los agricultores al comenzar la cosecha: los primeros frutos, los mejores, son ofrecidos a Dios; de esta manera, él multiplica nuestros trabajos y derrama su bendición sobre nuestras vidas. Es también lo que hizo aquel niño antes de la multiplicación de los panes: dio lo poco que tenía a Andrés para que Jesús hiciera el milagro de la multiplicación.
    Dios quiere necesitar nuestra generosidad para derramar su abundante gracia sobre nosotros; necesita nuestro desprendimiento para enriquecernos con sus dones.

    ¿Qué habríamos hecho nosotros en el caso de la viuda? Seguramente, indignarnos con el profeta y guarda lo poco que quedaba para nosotros mismos, en la espera de una muerte segura; aferrarnos a lo que poseemos nos cierra las puertas del futuro. Gracias a su generosidad, la viuda hizo posible que la muerte fuera vencida por la palabra del hombre de Dios.

    Este es el Dios bíblico, el Dios de los profetas, el Dios de la gracia. Y ha sido él mismo, que suscita nuestra generosidad en lo pequeño para regalarnos todo, quien se ha hecho pequeño para que su generosidad humana abriera para todos la fuente definitiva de la gracia divina.

    La viuda de Sarepta y la viuda del evangelio son símbolo del mismo Jesús: siendo Dios, se ha hecho pobre, desprendido, insignificante; de esta manera, lo ha dado todo, toda su humanidad, todo su ser, para que Dios derrame el pan de la vida y el agua de la salvación sobre nuestra historia repleta de egoísmos.

    Para seguir su ejemplo, aquel que se hizo pobre y lo entregó todo, envió a sus discípulos por todo el mundo llenos de desprendimiento, como viudas en misión, para que se hiciera fecunda la Palabra de Dios en todos los rincones de la historia.

    ¿Qué necesita la Iglesia de hoy? ¿Con qué medios debe contar? Seguramente, lo más urgente y definitivo es que existan muchas personas parecidas a la viuda de Sarepta.

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