08 diciembre 2023
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La Xantipa, una mujer de leyenda

La Jantipa
La Jantipa
Pilar Serrano de Menchén / ARGAMASILLA DE ALBA
De luto y encorvada, Jantipa, siguió regentando la fonda hasta alcanzar fama; pues el hospedaje fue referido en periódicos y otros medios de comunicación por los visitantes que a nuestra localidad vinieron en 1905. Una sonrisa irónica asomaba a su rostro cuando sus hijos, en las largas trasnochadas de invierno,  leían lo que los periódicos decían de su madre. Entonces, con gracia,  ella decía a su familia, que tenía fama de artista.

Proemio

Jantipa García Jiménez fue una señora manchega que alcanzó notoriedad, aún la tiene, en 1905, al incluirla, entre otros, el poeta Rubén Darío en una crónica publicada en el diario La Nación de Buenos Aires y el escritor José Martínez Ruiz, ‘Azorín’ en los artículos que le encarga el director de  El Imparcial para conmemorar el III Centenario del Quijote; artículos que después se convertirían en el famoso libro «La Ruta de Don Quijote».

Unas breves pinceladas nos acercarán a esta mujer nacida en 1843, en la famoso pueblo de la Mancha de Ciudad Real, titulado Alhambra; lugar donde los romanos, entre otras culturas, se asentaron y actualmente se pueden visitar sus vestigios.

La Xantipa (tal como la nombra ‘Azorín’ irónicamente haciéndose eco del uso gramatical que en el s. XVII se hacía de la J), tuvo, para la época, una larga y longeva vida; pues falleció a los ochenta años en Argamasilla de Alba (20-08-1923).

jantipa
La Jantipa. Fotografía cedida por su biznieta Aquilina Carrasco Aparicio, a la que agradecemos todas las atenciones que siempre ha tenido hablándonos de su bisabuela y cediéndonos o mostrando otras fotografías familiares

Mujer de carácter tenaz se instala en nuestra localidad, de donde ya no se marchó nunca, al casarse con Pascual Aparicio Sánchez,  personaje singular con nacencia y ancestros en La Solana del Campo de Montiel, viudo y con seis hijos que, en aquel tiempo, se dedicaba al transporte de maderas y su posterior industrialización, llegando a ser uno de los mayores contribuyentes del municipio.

Sin embargo, no estuvo exento de críticas, como sucedía en la época, la unión de un viudo con una moza de buen ver: Jantipa era 25 años más joven que su marido. Mas, poco le importó a ella el cotilleo. Y menos se preocupó de los correveidile que sistemáticamente la zaherían, porque muy ocupada se hallaba criando los ocho hijos que tuvo con Aparicio: Isabel, Remedios, Luis, Tomás, Pascual, José, Mercedes y Gabriel; y parte de los seis retoños que Aparicio había aportado de su anterior casamiento con María Santos Gómez, natural y vecina de la localidad: José Vicente, Eugenia, Tomasa, Antonia, Prudencio y Juliana.

Pero no fue sólo la juventud lo que molestó a los herederos de la primera esposa del patriarca de la familia, sino el capital que había logrado reunir su padre con María Santos y que Aparicio manejaba personalmente sin repartirlo entre sus seis primeros vástagos.

Ajena parecía vivir Jantipa a dichas desavenencias cuando en 1887 fallece su esposo. Fue este tema: triste, peliagudo y difícil, el que obliga a la viuda a vender buena parte de los bienes que le habían tocado a ella en la testamentaría del fallecido.

La Fonda de la Jantipa

Aunque llorosa y prácticamente arruinada por la debacle que se organiza con la muerte de Pascual, Jantipa baraja varias posibilidades para sacar adelante a su numerosa familia y, para no quedarse sin vivienda, llega a un acuerdo con el comprador que le oferta adquirir la casa,  y, en uno de los lados: justo en el que daba enfrente de la Glorieta, punto neurálgico de Argamasilla, se reserva una estrecha franja, alrededor de unos cuatro metros de fachada, para convertirla en la famosa FONDA DE LA JANTIPA.

Críticas al parecer hubo por parte del dueño del Mesón del Rosario, que estaba situado enfrente de la fonda, por haberse atrevido una mujer, joven viuda: Jantipa contaba en esa fecha 44 años, sin saber leer y escribir, a poner una fonda. Pero Jantipa obvió la requisitoria y las críticas; y se afanó para sacar  a sus hijos adelante y modernizar su exiguo hospedaje y así ofrecer mejor calidad, dentro de lo posible, que la que ofrecía el mesón.

Para llevar a cabo sus fines trata de reunir en sus limpias y relimpias habitaciones a lo más granado de la intelectualidad local, comprando algunas revistas y periódicos; pero no logra su propósito; porque el boticario,  don Carlos Gómez, vecino suyo, un gran aficionado al Quijote, ya reunía y tenía adeptos diariamente, para hablar de lo divino y de lo humano, en la rebotica que regentaba; personajes que ‘Azorín’ también visitó en la famosa rebotica.

Sin embargo Jantipa no se amilana por las dificultades; porque si bien es verdad que la iniciativa de la joven viuda dispara comentarios jocosos entre el vecindario, ella no cede en cuanto a utilizar su aseada vivienda como hospedaje útil, según pensaba, para los viajeros que no deseaban pernoctar en la desangelada posada de su vecino.

Deudas familiares y otros sucesos

En tan dramáticas circunstancias corren los meses y las deudas de Jantipa son incontables y los acreedores más. Pero no opta por el camino fácil que era mandar a trabajar a sus hijos; sobre todo a los niños, una costumbre muy arraigada en aquel tiempo en las poblaciones nuestras, sino que los envía a la escuela; pues uno de sus anhelos era, según su nieta Mercedes Aparicio, que aprendieran a leer y escribir y las cuatro reglas de la aritmética: sumar, restar, multiplicar y dividir.

Haciendo realidad esos pensamientos y planes, con gran dolor, porque suponía perder patrimonio, Jantipa empieza a pagar los numerosos débitos que tenía su esposo vendiendo y malvendiendo bienes. Y cuando ya pensaba que todos los deudores habían recibido lo adeudado, dos años después que su marido falleciera, en mayo de 1889, Tomás Pelayo Gutiérrez, natural del Provencio y vecino de Tomelloso, acompañado de Alejandro Cappa, que actuaba de hombre bueno, se presenta en casa de Jantipa para reclamarle  una cuenta pendiente de liquidación que el tal Pelayo tenía con el difunto Pascual, según expresó éste último, desde 1885: “ascendiendo la misma a 1390 reales y siete céntimos”. Deuda por la que había recibido el demandante del difunto “35 tirantes de madera a precio de 14 reales y medio cada uno, que importan 507 reales y medio, quedando por tanto el débito en 883 reales”.

La cifra del débito hace que Jantipa ponga el grito en el cielo y, presurosa, manda llamar a todos sus hijos; y  a las casadas del primer matrimonio de Aparicio (éstas acompañadas de sus maridos), y ante ellos y un grupo de vecinos exclama, que le extraña sobremanera las reclamaciones que le hacen, pues la cuenta databa de hacía veinticuatro años; es decir de 1854:

Tiempo suficiente tuvo con mi difunto Pascual de arreglarlo y pedírselo, como igualmente cobrarlo; porque sabido es por los vecinos y por los aquí presentes, que mi difunto gozó de buena posición para efectuar el pago. Tanto es así, que a su fallecimiento dejó bienes por más valor que la deuda que se reclama. Además,  mi difunto, al otorgar testamento no declaró tenía cuenta ninguna con el demandante, pues conforme manifestó las tenía con otros, lo mismo hubiere hecho de esta que se reclama, y por ello digo no reconocer la petición que se me hace.

Y, dándose la vuelta, se entró en la casa, dejando al reclamante de la deuda atónito por la desenvoltura; pero no tanto que no la amenazase con poner en el Juzgado Municipal un Acto de Conciliación, que obligó a la viuda, por medio de sus hijos: Mercedes y Gabriel, a leer una y otra vez, los diversos papeles de la testamentaría, quejándose ella, con lágrimas en los ojos, no poder hacer la lectura sin molestar a sus hijos.

Con dichas pesadumbres, ya a principios del s. XX, la familia protagoniza un hecho inaudito que hace peligre su buen nombre. Tan insólito suceso nos lo narró su nieta Mercedes Aparicio, hija del más joven de los hijos de la dueña de la fonda, Gabriel.

Trata sobre  una de sus tías, la cual “dio a luz una mola hidatiforme o embarazo molar que se tiraba contra las paredes”.

Dicho trastorno del embarazo se caracteriza por la presencia de un crecimiento anormal de un embrión no viable implantado y proliferante en el útero​. Dicha mola, según nuestra informante, la hija de la Jantipa: “La trajo en un recipiente lleno de alcohol para que mi abuela la viera y lo enterrara en el estercolero de la casa y, cuál no sería la sorpresa de todos que, una vez enterrada, la mola salió con mucha violencia del basurero y se quedó pegada a la pared”.

Comentarios malévolos hubo entonces en el pueblo por tal suceso; pero Jantipa y su familia los ignoraron, evitando darle pábulo a la maledicencia.

Otros datos sobre la Xantipa

Pero, ¿qué aspecto físico tenía la que se llamaba con nombre igual que la mujer de Sócrates?… Verdad es que ahora lo sabemos por la generosidad de su biznieta, Aquilina Carrasco Aparicio: que conserva una fotografía de Jantipa cuando era joven, pero hasta hace poco se ignoraba el aspecto de tan notoria mujer. Y aún ignoramos cómo era cuando contaba 62 años de edad. Pero  ‘Azorín’, en uno de los capítulos del libro reseñado, concretamente en el  titulado: Siluetas de Argamasilla, nos narra el semblante que  tenía la dueña de la fonda donde se hospedaba:

La Xantipa es de ojos grandes, labios abultados y una barbilla aguda, puntiaguda; la Xantipa va vestida de negro y se apoya, toda encorvada, en un diminuto bastón blanco con una enorme vuelta.

De luto y encorvada, Jantipa, siguió regentando la fonda hasta alcanzar fama; pues el hospedaje fue referido en periódicos y otros medios de comunicación por los visitantes que a nuestra localidad vinieron en 1905. Una sonrisa irónica asomaba a su rostro cuando sus hijos, en las largas trasnochadas de invierno,  leían lo que los periódicos decían de su madre. Entonces, con gracia,  ella decía a su familia, que tenía fama de artista.

Rubén Darío y ‘Azorín’ se hospedan en la Fonda

Fue el poeta Rubén Darío el primero que saca a colación la fonda, cuando visita nuestra localidad en febrero de 1905; pues éste dice:

En Argamasilla de Alba, no existe fonda ni cosa por el estilo. Hay que ir a la posada con los arrieros o ser hospedados por algún particular. A mí me recomendaron a la madre del sastre del pueblo, que se llama como al mujer de Sócrates, Jantipa […] ¿Cómo referiros la exigüidad de sus recursos y la revolución causada con mi presencia en aquella casa mantenida como seguramente se mantenían las de hace tres y cuatro siglos?…

Un mes más tarde, ‘Azorín’ nos explica la estrecha y alargada casa que daba cobijo a la fonda:

Es de techos bajitos, de puertas chiquitas y de estancias hondas. La Xantipa camina de una a otra estancia, de uno a otro patizuelo, lentamente, arrastrando los pies, agachada sobre su palo. La Xantipa, de cuando en cuando, se detiene un momento en el zaguán, en la cocina o en una sala; entonces ella pone su pequeño bastón arrimado a la pared, junta sus manos pálidas, levanta los ojos al cielo y dice, dando un profundo suspiro: ¡Ay, Jesús!… Y entonces, si vosotros os halláis cerca, si vosotros habéis hablado con ella dos o tres veces, ella os cuenta que tiene muchas penas… Se trata –dice la Xantipa- de una vieja escritura; de un huerto, de una bodega, de un testamento…

Pero si bien ‘Azorín’ nos narra, muy detalladamente, la vida cotidiana de tan sobresaliente mujer, es Rubén Darío (acompañado que llegó por el periodista: Pedro González-Blanco, escritor que tenía un bagaje muy halagüeño y un futuro prometedor¸ pues contribuyó con  Helios y La Vida Literaria, revistas en las que se dieron a conocer los componentes más notables de la llamada Generación del 98 y asimismo escribió en los periódicos: El Imparcial, El Liberal, La Lectura, y la Revista Contemporánea), el que refiere las atenciones culinarias con las que agasajaba Jantipa a sus huéspedes:

Desde luego se me pidió ─dice el nicaragüense─  que indicase lo que quería comer. 

Copiando a Cervantes, Darío le pide a la dueña del hospedaje todo el menú que Cervantes señala para don Quijote.

Jantipa se puso las manos en la cabeza y me manifestó, que a lo más me serviría un ajo de patatas.

Este plato de nuestra cocina popular tiene como base bacalao sin desalar, aceite crudo, patatas, ajos enteros, tomate, cebolla, laurel y un poco de pimentón dulce (en algunos sitios le añaden unos gajos de pimiento verde o rojo); es plato recio de cuchara; se cocinan todos los ingredientes a la vez, es decir, en crudo como un estofado. No debió parecerles bien a los huéspedes tan recia comida; porque Jantipa, además, ofreció “abadejo a la arriera”; otra variedad de bacalao, esta vez desalado, que en Argamasilla se cocinaba con un sofrito de cebollas y ajos: los primeros en más cantidad que el tomate.

Tampoco agradó al poeta nicaragüense y a su amigo el agasajo; y entonces la dueña de la fonda les ofreció: huevos pasados por agua, gachas y algún chorizo de su matanza.

Protesté –dice Darío- y mi protesta ocasionó el agregado de un pollo, todo lo cual y un vinillo blanco sin clasificar me fue servido sobre dudosos manteles y ante las tijeras y las medida, que atestiguaban la profesión del hijo de la viuda socrática. (Uno de los hijos de la Xantipa era sastre).

Poco nos dicen, sin embargo, las crónicas, del arduo trabajo que ella realizaba, y menos de la responsabilidad de criar y casar a parte de los hijos de su marido y a los ocho suyos, o los problemas devenidos de la fonda: hospedaje que siempre mimó comprando algunos libros para lectura de sus huéspedes y visitando a los priostes locales para que enviaran o llevaran a tan modesto hospedaje a todos los intelectuales viajeros  y políticos que venían a la Villa.

Lo anterior nos lo confirmó y amplió su nieta, Mercedes Aparicio, refiriendo que, hasta que murió en 1923, durante el tiempo que regentó la pensión, su abuela fue mejorando el servicio con la compra de vajillas, cristalerías y cuberterías; pues el Ayuntamiento, cuando ciertas autoridades visitaban Argamasilla, le encargaban sirviera el protocolario convite. Y dado que era su hijo Gabriel el que ayudaba a su madre en el negocio, cuando Jantipa fallece, se queda al cargo del mismo. En 1 905 ‘Azorín’ nos la describe: “con sus ojos grandes y muy limpia”.

Los problemas que la Xantipa narra entonces al escritor eran los mismos que le preocupaban hacía años y su letanía la de siempre. El tiempo, en nuestro pueblo y en nuestras gentes, tal como escribió el autor de «La Ruta de Don Quijote»: “se había desvanecido, no había pasado”.

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