Si comparamos la reciente primavera con las de años anteriores, me atrevo a decir que, en cuestión de meteorología, la actual, me parece más lógica y coherente. Días alternos de frío y calor, jornadas ventosas y desapacibles, chaparrones y, sobre todo, la aparición de tormentas.
Las tormentas siempre me llevan a la infancia, truenos y relámpagos junto a una lluvia fuerte e intermitente. A mi hermana y a mí no nos daba especial miedo este fenómeno natural. El oscurecimiento del cielo nos hacía valorar el acogimiento que nos ofrecía nuestra modesta casa; una casa con patio y corral de paredes encaladas.
Después de la precipitación, llegaba la calma. Era inconfundible el olor de la tierra saciada y después, acometer la limpieza de la parte baja de las paredes. Cubos de agua para quitar las salpicaduras de barro y, sobre todo, nos ilusionaba la aparición de los caracoles en los arriates; lentamente atraídos por la humedad salían de sus escondrijos, deslizándose entre las hojas de la pluma rizada y la hierbabuena mostraban su majestuosidad.
En aquellos años de la infancia también jugábamos con los caracoles. Atrapados después de la tormenta los reuníamos en una caja de zapatos y, alimentados con hojas de lechuga u otra hierba, conseguíamos que se reprodujeran en cautividad depositando sus huevos transparentes y minúsculos. Después aparecían las crías con sus delicadas conchas.
En las tardes de primavera hacíamos carreras con ellos, o los poníamos al borde de la caja apostando para ver cual se caía antes del improvisado precipicio. Nos podíamos tirar horas mirando su lento desfile y las vicisitudes de tan extraño espectáculo.
Más tarde y de mayores, nos cuentan que aquella estela de babas servía para hacer delicados cosméticos de belleza.
Ahora, cuando se anuncia la tormenta, rememoro aquellas tardes tan lejanas en el tiempo. De repente, los negros nubarrones se imponían a un sol picajoso, después el chispazo del rayo y el sonido de los truenos anunciaban el diluvio. Primaveras con meriendas de pan y chocolate en la penumbra de la cocina y aquellos olores primarios de una estación que cada vez se prodiga menos con esto del cambio climático. Pero sobre todo, aquellos recuerdos me invitan a reconocer y comprobar la importancia que tiene la infancia en nuestra vida, un tiempo donde el aprendizaje y la inocencia priman sobre cualquier otro valor.