“No es cierto que tengamos solo una vida: si leemos podemos vivir tantas
y de tantos tipos como queramos”
SAMUEL I. HAYAKAWA
(Escritor y político estadounidense)
La buena literatura, como los buenos vinos, ha de saborearse sosegadamente. La precipitación y las prisas no son buenas consejeras para la lectura de una extensa y gran obra clásica. Pero hoy, la utilización de las redes sociales, permite obtener la información sin necesidad de dedicar un gran esfuerzo, lo que ha facilitado el abandono de la lectura de una buena obra literaria, olvidando las de nuestros escritores clásicos.
Mario Vargas Llosa, —a quien le preocupa el desapego por esta tradicional práctica—, dice que nuestro tiempo libre lo podemos disfrutar lenta y gozosamente, leyendo El Quijote, de Cervantes; La montaña mágica, de Thomas Mann; el Ulises, de James Joyce; o Los episodios nacionales, de Galdós.
El temor de los expertos es que las grandes obras literarias, en calidad y extensión, se acaben olvidando como referente colectivo de cultura, por esas formas imprecisas de obtener información. En la mayoría de las ocasiones, lo obtenido carece del rigor necesario, de la sabiduría y del conocimiento que sí proporciona la lectura reposada de una de esas grandes obras, cuya pérdida acarrearía una devaluación cultural imperdonable.
Según los especialistas y críticos literarios, —las obras clásicas que podrían ser “olvidadas”—, serían: La Regenta, de Leopoldo Alas “Clarín”; Los hermanos Karamazov, de Fiódor Dostoievski; Guerra y paz, de León Tolstoi; Los miserables, de Víctor Hugo; o Del tiempo y del río, de Thomas Wolf. A las que yo añadiría: La Celestina, atribuida a Fernando de Rojas; Cien años de soledad, de García Márquez; o El hereje, de Miguel Delibes.
En estos días he tenido la oportunidad de conocer algunas cosas interesantes sobre estas prácticas en mi patria chica: en El Toboso. Un buen amigo, —que adquirió una segunda vivienda en esta localidad—, dispone de la que, seguramente, será la biblioteca privada más extensa de la localidad, ya que cuenta con más de diez mil volúmenes de diversos estilos, épocas y autores que él sigue tratando con mimo y casi con devoción.
Me ha sorprendido un conocido, próximo a la jubilación, que está leyendo algunas de estas obras tan extensas y de la máxima calidad que requieren ser leídas tranquilamente para gozar haciéndolo. Está leyendo, de seguido, El Quijote, —ya que hasta ahora, como muchos, había leído capítulos sueltos de esta obra inmortal—; leyó la extensísima obra de Los episodios nacionales de Benito Pérez Galdós y El hereje de Miguel Delibes. Y en este momento es capaz de apreciar, como merecen, y de tener criterio propio sobre estas obras clásicas.
Además, en la Patria de Dulcinea, la afición por la buena literatura está presente en numerosos actos culturales que se programan anualmente y que se cultiva a través de un club de lectura local, Ínsula Barataria, que organiza actividades, —como las presentaciones de libros o los debates con escritores reconocidos sobre sus obras—, especialmente con escritoras, como las conocidas periodistas Sonsoles Ónega o Isabel San Sebastián.
Según la ciencia, —la lectura habitual—, entre otras muchas cualidades, estimula la creatividad, ejercita la memoria y, en los primeros años de niños y de adolescentes, aumenta la inteligencia de quienes la practican asiduamente. Uno de los aspectos en los que mayor fracaso tienen los escolares españoles —según el conocido informe PISA—, es la falta de comprensión lectora de nuestros educandos, lo que influye en la carencia de otras habilidades.
Sería imperdonable que por el uso de dispositivos móviles y la utilización desmedida de las redes sociales, este caudal inagotable de cultura, —que es el de las buenas obras literarias clásicas—, se fuera olvidando poco a poco. La pérdida que ello ocasionaría, sería irreparable para la cultura de la humanidad. Y además la imaginación y la consecuente creación literaria de las próximas generaciones, se vería seriamente comprometida.
Decía el escritor argentino, Jorge Luis Borges, —llevando casi al límite la necesidad de la lectura para sí mismo—, “hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros; hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros”.