Citando un texto del Antiguo Testamento, el libro del Apocalipsis habla de Jesús de Nazaret con el símbolo del «león de la tribu de Judá». En la saga de las Crónicas de Narnia, el león es, precisamente, el símbolo de Jesús resucitado en medio de la historia, con todo su poder y mansedumbre, con su presencia y su ocultamiento.
El león –lo saben bien los que han visitado Venecia– es también el símbolo del evangelista san Marcos. Este símbolo del profeta Ezequiel llegó hasta el libro del Apocalipsis, formando grupo con los Cuatro Vivientes; desde ahí, los Santos Padres aplicaron el símbolo a los cuatro evangelistas: el león le correspondió a Marcos porque comienza en el desierto; en aquella época, todavía eran numerosos los leones que habitaban el desierto de Judá y la espesura del Jordán.
No sé si fue esta simbología evangélica o cristológica la que inspiró al papa León I, san León Magno, a elegir este nombre. Realmente, tuvo que ser un león en su época: frente a la amenaza de los bárbaros y frente a las herejías internas en la Iglesia.
El último León, como todos saben a estas alturas, ha sido León XIII, el papa que inició muchas cosas para la Iglesia en los tiempos modernos. Su gran encíclica sobre las cuestiones sociales, Rerum Novarum, inició la Doctrina Social de la Iglesia. El cristianismo no se podía quedar al margen de los problemas nuevos que surgían en la sociedad industrializada. También comenzó las Encíclicas sobre la importancia de la Biblia para la vida de la Iglesia escribiendo Providentisimus Deus.
Tal vez el nuevo papa ha encontrado en estos antecesores suyos claves y fuerza para realizar su misión en medio de nuestra sociedad.
Una palabra ha quedado clara en su pequeño discurso inicial: paz; una paz desarmada y desarmante para tantos conflictos como el mundo vive. Paz dentro de la Iglesia, con una llamada a la unidad de la gran familia de los hijos de Dios, una llamada a caminar juntos –la palabra sinodalidad también apareció– para ser un pueblo misionero y abierto a todos. La columnata de Bernini, en la plaza de san Pedro, ha sido interpretada siempre como un signo de los brazos abiertos con los que la Iglesia quiere recibir a toda la humanidad.
Esta apertura se hace especialmente significativa cuando se acerca a los más necesitados y excluidos de este mundo. La cercanía a los pobres no es doctrina moderna en la Iglesia, sino constitutivo secular de su estructura teológica y pastoral. Se remonta a Jesús de Nazaret, con antecedentes también en el Antiguo Testamento.
También es nota constitutiva de la Iglesia su carácter misionero. Lo es desde Jesús, lo es con san Pablo y todos los apóstoles, con los misioneros medievales y las órdenes mendicantes, con los jesuitas y la gran misión en América, en Asia, en África, en todos los rincones del mundo. Ahora, el mismo papa ha sido elegido entre los misioneros que dejaron el hogar para predicar en tierras lejanas la Buena Nueva de Jesús.
Francisco era jesuita, León es agustino: dos órdenes religiosas tradicionales en la Iglesia, con un gran recorrido y profundas raíces espirituales y teológicas. ¿Será una casualidad? Quizá como nunca está la vida religiosa tradicional en crisis, sobre todo de vocaciones; pero nos ha regalado los dos últimos papas: ¿no será un guiño del Espíritu para que reconozcamos una fecundidad que nunca podemos controlar?
«Con vosotros, cristiano; para vosotros, obispo»: son palabras de san Agustín que resumen el significado del ministerio para el pueblo de Dios. Cristiano y obispo: me recuerda al «discípulos-misioneros» del papa Francisco.
El pasado jueves pudimos ser testigos de uno de los acontecimientos más importantes de nuestra sociedad globalizada; fue un ejemplo de comunión misionera, de una Iglesia unida que quiere llegar a todos. Se aplaudía la fumata blanca cuando no se conocía el nombre del papa; se aplaudía cuando se reveló su identidad; se volvía a aplaudir con entusiasmo cuando se dijo el nombre de León. Todos se alegraban como vencedores del cónclave, todos recibían de parte de Dios al pastor que los cardenales habían elegido.
Es un privilegio formar parte de esta comunión abierta, alegre y llena de esperanza, que transmite al mundo la paz del Resucitado. Rezamos por el nuevo papa y damos gracias a Dios por su disponibilidad.