Madrid va perdiendo sus lugares más típicos o clásicos donde solían reunirse los artistas y los intelectuales para comentar lo que sucedía en el mundo. Sobre todo en España. Ya no quedan ni las huellas de la cripta donde pontificaba Ramón Gómez de la Serna, y otro tanto sucede con Fornos, Platerías, la Granja del Henar y tantos otros. Entre ellos destacaron las tertulias literarias del Madrid de la Restauración, de la dictadura de don Miguel Primo de Rivera y de la república de don Manuel Azaña. Nombres como Ramón María del Valle-Inclán, Jacinto Benavente, Francisco Villaespesa, los hermanos Machado…con sus libros y comedías todavía no estrenadas, con sus más recientes poemas, dando a la ciudad un ambiente culto, extrovertido y popular.
Como digo, de todo aquello apenas queda lo mínimo: sólo el caserón palaciego del Ateneo, el romántico y recoleto Café Gíjón y el isabelino restaurante Lhardy, en pleno Paseo de Recoletos. El primero, presidido por el gran manchego José Prat, ya en los últimos años de su vida y recién llegado de su penoso exilio. El ilustre albaceteño, con el que tuve largas conversaciones en la Cacharrería. Prat fue un antiguo ateneista, secretario en los años en que lo presidió don Miguel de Unamuno y mucho de aquel ambiente intelectual intentó insuflarle. En lo que se refiere al Café Gijón, continúa siendo un admirable puerto para muchos jóvenes que sueñan con acercarse a la literatura, a las bellas artes, con el fin poner en marcha su inteligencia, su imaginación. Aunque se echa de menos el prestigio que le dieron Camilo José Cela, pintores como Benjamín Palencia, autores como Antonio BueroVallejo, ya en las páginas del tiempo dormido…
Y lo mismo podría decirse de Lhardy, donde acudían figuras como Ignacio Zuloaga, Mariano Benlliure, Pío Baroja… El político don Antonio Maura mencionó a Lhardy en su “Manual de Madrid”, y hasta el propio don Benito Pérez Galdós lo cita en sus “Episodios Nacionales . Se cuenta que, hasta no hace mucho, figuró en uno de sus salones un retrato de la princesa Isabel, la célebre “Chata”, hermana del rey don Alfonso XII, con una dedicatoria muy afectuosa. Y es que a Lhardy acudía el Madrid y la España cultural, sino la aristocracia y la nobleza del reino. El padre Coloma también hace mención a este restaurante en su novela “Pequeñeces”, y también aparece Lhardy en los libros y crónicas más célebres del pasado. Incluso Fernández de los Ríos le dedica frases muy elogiosas.
La capital de España, hoy ya más atenta a la órbita del progreso, más preocupada por los adelantos de las tecnologías que a los recuerdos históricos, está haciendo una excepción con Lhardy, sobre todo ahora que se cumple el siglo y medio de su fundación. los principales medios informativos le vienen dedicando espacios generosos, evocando lo mucho que cultural y sentimentalmente representa para los madrileños. El diario ABC ya dio cuenta de cómo durante este siglo y medio reyes, políticos, artistas y celebridades se han sentado a la mesa de Lhardy o han degustado el caldo y la media combinación en la barra del establecimiento, y se ha comentado cómo Isabel II acudía de incógnito para gustar el almuerzo de Lhardy, lo mismo que su hijo Alfonso XII. También se ha comentado que Pablo Sarasate, lo mismo que el periodista Maríano de Cavia, fueron amigos de don Miguel de Unamuno, entre otras grandes celebridades de los siglos diecinueve y veinte.
Fue un periodista francés, Emilio Huguenin, quien fundó Lhardy en 1839, un tiempo convulsivo y dramático para España. Hacía apenas seis años que había muerto Fernando VII y las guerras carlistas asolaban el norte de la nación. La derogación de la Ley Sálica, decretada por el monarca en los últimos instantes de su vida, dio el trono de España a su hija Isabel, pero a cambio de la división de los españoles, sobre todo los de las provincias del norte, los cuales que no acataron la realeza isabelina. Tiempos de revueltas, de cambios bruscos de gobiernos, del destierro de la reina y de encumbramiento de generales como Baldomero Espartero, Francisco Serrano Domínguez, Juan Prim y Diego de León. Pero años propicios al surgimiento de muy ilustres escritores y artistas.
Recuerdo algún almuerzo con escritores en Lhardy, mi asistencia a varios homenajes a poetas, a pintores, escritores amigos, y puedo dar fe del encanto del lugar, del ambiente cultural que allí se respiraba. En Lhardy, las palabras sonanaban y suenan con una especial solemnidad, con un tono que nos hace evocar otras épocas, sintiendo la impresión de que en cualquier momento, en cualquier mesa, pudiéramos encontrarnos con las grandes figuras del arte y la cultura de España