Normalmente, esta frase se utiliza en diversos contextos, dando siempre por supuesto su significado; pero este es el problema: no está claro el significado original de estas palabras en boca de Jesús. ¿Qué quería decir el Maestro cuando los fariseos y herodianos intentaban ponerlo a prueba con esta pregunta?
En primer lugar, digamos que la pregunta no es sincera: pretende acusar a Jesús con esta cuestión tan discutida en su tiempo; si responde que se debe pagar tributo, parece que se sitúa al lado de la potencia romana opresora, en contra del pueblo; en cambio, si responde que no, su palabra puede ser utilizada en su contra por parte de las autoridades.
Aquí tenemos ya una doble aplicación, interesante y compleja, para todos los tiempos. La economía, en tiempos de Jesús, era una forma de ejercer la opresión por parte de Roma, al menos así lo veían muchos judíos. ¿Es la economía en general, y ciertos impuestos en particular, una forma de ejercer el poder, de someter al pueblo? ¿Son todos los impuestos justos? La gestión del dinero, ¿se hace siempre para favorecer a las personas, o es utilizado por algunos para enriquecerse a costa de otros? Ya había dicho Jesús anteriormente que «no se puede servir a Dios y al dinero».
Por otro lado, este tema tan complejo y delicado puede ser utilizado contra los demás, para acusar a aquellos con los que no estamos de acuerdo, como hicieron los fariseos con Jesús; dialogar, no para buscar la verdad, sino para confrontar, para acusar; preguntar, no para enriquecernos con nuestras opiniones y acertar con las decisiones prácticas, sino para derrotar al otro, para que quede mal en una pregunta sin aparente respuesta.
A lo largo de la historia, tres han sido las interpretaciones principales de este texto:
En primer lugar, subrayando la primera parte de la frase –«dad al César lo que es del César»–, se ha insistido en la importancia de que las personas religiosas sean buenos ciudadanos y obedezcan las leyes civiles. También habla de esto san Pablo, de forma más clara, en la carta a los Romanos. La fe en Dios no nos exime de nuestra pertenencia a una sociedad concreta, con sus leyes y necesidades. Esta interpretación, muy antigua, es subrayada por los teólogos de la Reforma protestante.
Una segunda interpretación tiende a distinguir los ámbitos. Es, tal vez, la interpretación que más se da por supuesta cuando se utiliza esta frase. El ámbito material es diferente al ámbito espiritual: la persona, con alma y cuerpo, pertenece a ambos mundos y debe cuidarse de vivir correctamente en ellos. Todo lo material, incluida la economía, pertenece al ámbito civil y debe ser sometido a la autoridad establecida; todo lo espiritual, en cambio, le pertenece a Dios. Esta distinción, por ser clara y concisa, parece muy acertada, pero tiene el peligro de romper a la persona y de separar de forma drástica los ámbitos civil y religioso. Llevarían razón, entonces, los que dicen que la Iglesia debe quedar reducida a las sacristías y debe hablar solo de cuestiones espirituales. La religión sería una cuestión privada y personal, en la que nadie puede meterse, y que nada tiene que ver con la vida social y mundana. Ciertamente, Jesús de Nazaret no hizo esta separación.
La tercera interpretación subraya la segunda parte de la frase de Jesús: «Dad a Dios lo que es de Dios». Sobre este tema no habían preguntado los fariseos, pero es donde Jesús quiere situar la cuestión. La moneda lleva la imagen del César: le pertenece, como le pertenece todo aquello que se centra en la moneda; el ser humano, en cambio, es imagen de Dios y, por ello, le pertenece a Dios. Tened cuidado, por tanto –parece decir Jesús–, porque la economía puede alejaros de Dios y haceros olvidar a quién pertenecéis.
Las tres interpretaciones se iluminan y no son del todo contradictorias; pero deben colocarse de forma jerárquica, teniendo siempre en cuenta el resto del Evangelio. Así lo hacen las lecturas que leeremos este domingo: Ciro, como el César, puede ser un instrumento de Dios y, ciertamente, está por debajo del dominio de Dios. Al Creador le pertenecen todos los ámbitos de lo humano y, desde ahí, hemos de discernir nuestras decisiones en la vida cotidiana.