“En algún lugar de un libro hay una frase esperándonos para darle sentido a la existencia”
MIGUEL DE CERVANTES
Desde joven recuerdo ser admirador de quienes poseen un gran bagaje cultural y hablan con auctoritas, de los grandes escritores clásicos, sobre todo, de los de la antigüedad. Debo reconocer que siento envidia, —envidia sana se entiende—, por quienes muestran con solvencia y serenidad sus vastos conocimientos sobre las grandes obras de la literatura de los maestros de las letras clásicas, tanto de las de Grecia como de las de Roma.
Cuando estudiaba Derecho, me sorprendían aquellos latinajos utilizados en el lenguaje jurídico. En Derecho Romano, en Historia del Derecho o en Derecho Civil, abundaban las expresiones latinas que sintetizaban instituciones jurídicas y principios del derecho, que hoy se siguen usando. Una de las frases que llamó mi atención decía: ignorantia legis neminem excusat, es decir, la ignorancia de la ley no excusa a nadie de su cumplimiento.
En 2020 se publicó el ensayo de Irene Vallejo, El infinito en un junco. Se trata de una obra en la que su autora recoge el resultado de sus investigaciones sobre el origen y la evolución del libro, desde sus inicios en el antiguo Egipto, hasta la actualidad. La autora cuenta esta historia como si fuera una novela, aportando aire fresco a su brillante relato. Y, en ella, se citan las grandes obras de los autores clásicos. De los griegos y de los latinos.
Consigue atraer a sus lectores a una cultura eterna, proporcionando una panoplia de las obras más importantes de aquel periodo. A muchos, —entre quienes me encuentro—, nos proporcionó una guía de las obras de la antigüedad que ella considera más importantes. Y reconozco, —seguramente con retraso—, haber leído, completa, La Ilíada de Homero, después de hacerlo del extraordinario ensayo de la escritora y filóloga zaragozana.
La experiencia mereció la pena. Esta obra nos introduce en un mundo mágico, el de la mitología griega. Pero, a veces, años después, se demuestra que contaban historias reales y no noveladas. La Ilíada trata de la caída de la ciudad de Troya. Y veintisiete siglos después, concretamente en 1872, un alemán, —Heinrich Schliemann—, guiado por el relato de esta narración, descubrirá su ubicación y probará que se trataba de un hecho cierto.
En el año 2002, Ángela Vallvey, consigue el prestigioso Premio Nadal, con la novela Los estados carenciales. En ella su autora satiriza los conocidos libros de autoayuda, convirtiéndola en un divertido cuento sobre las debilidades y la grandeza de la condición del hombre. Pero, en esta novela, su autora hace también un homenaje a todo el mundo clásico, del que nos muestra sus amplios conocimientos y su solvencia al tratar de estos temas.
Hace algunas semanas, un amigo, —con quien comparto afición por el mundo de la literatura—, me recomendó un libro que puede contribuir a la mejora de la lectura de las nuevas generaciones. Se trata de Por qué leer los clásicos, de Italo Calvino, periodista y escritor italiano del siglo XX. Esta obra es un ensayo y una especie de guía de las obras y de los autores clásicos, de todas las épocas, en la que recomienda la necesidad de su lectura.
Entre otras muchas obras, Calvino habla de la primera novela de Charles Dickens, Los papeles póstumos del club Pickwick, que era, para un conocido historiador de arte, su obra predilecta. Parafraseaba párrafos de esta novela a cada nueva situación que se le planteaba. Creó un universo propio y hasta una filosofía con las que se identificaba este historiador. Y la elevó así a la condición de clásica, una obra a la que su admirador convirtió en talismán.
Pero algo debe de tener esta obra, —que tengo mucha curiosidad por conocer—, porque hay que recordar que dejó huella en un escritor excepcional del realismo español de los siglos XIX y XX, —Benito Pérez Galdós—, ya que el escritor canario tradujo al castellano esta novela, en la que fue su única traducción conocida. Y lo hizo con un plus de esfuerzo, ya que él no dominaba, con la solvencia que se requería, la lengua de Villiam Shakaspeare.
Conviene recordar que uno de los graves defectos que tienen algunas obras clásicas, es su defectuosa traducción. La novela Guerra y Paz, de León Tolstoi, escritor ruso del siglo XIX, fue un ejemplo de obra mal traducida desde el principio. Además, en el periodo de vigencia de la revolución rusa, fue severamente censurada, suprimiéndose una parte esencial de su contenido. Estos hechos la convertirán en una mala falsificación de la obra auténtica.
Hoy, esta novela tiene excelentes traducciones que le dan todo el brillo que tenía, recogen su contenido, —sin cercenarlo—, y son fieles al texto de la obra original.
Decía Pío Baroja, la literatura no puede reflejar todo lo negro de la vida. La razón principal es que la literatura escoge y la vida no. Con esta frase, el escritor vasco, defendía las bondades de la literatura, frente a lo ingrata que es nuestra propia vida.