Uno de los bienes más preciados de nuestra sociedad es el dinero. Conozco a poca gente a quienes no les gustaría que les tocara la lotería. El deseo de dinero no distingue de ideologías, ni de lugares de origen: la riqueza es un bien apreciado por todos nuestros contemporáneos.
Otra de las características de nuestra sociedad es la saciedad, sobre todo alimentaria. Los banquetes de bodas hace tiempo que se han convertido en una ocasión en la que se come de más y en la que se tiran grandes cantidades de comida. Pero este problema no queda reducido a las bodas. Cuando nos toca elaborar un menú para alguna fiesta especial, como Navidad, tenemos graves dificultades para acertar, porque estamos acostumbrados a comer de todo y a vivir saciados en cualquier época del año. No son pocas las personas, por otro lado, que pagan a un especialista para que les ayude a comer menos por motivos de salud y de estética.
También el ocio, el viaje, la risa y la diversión son aspectos característicos de nuestra sociedad. Es cierto que, cuando se profundiza en la vida de las personas, no todo es alegría y jolgorio: la vida está llena de sufrimientos que queremos ocultar y de problemas que no sabemos resolver. Pero la apariencia que buscamos, el ideal, es la persona “happy” que no parece tener problemas y todo lo vive con desenfado.
Por añadir otra dimensión a todo lo que venimos diciendo, la búsqueda de aceptación es otra de las metas que buscamos en lo cotidiano; que todos hablen bien de nosotros. Nos molesta, no solo cuando somos criticados, sino cuando somos corregidos aunque sea en pequeños detalles. La cultura del “like” no se reduce a internet: nos encantaría que todo el mundo pusiera un “me gusta” en nuestra vida.
Desde esta perspectiva, se hace muy difícil leer con verdad el discurso del llano de Jesús en el evangelio según san Lucas. Él dice que son dichosos los pobres, los que tienen hambre y sed, los que lloran y aquellos de los que todo el mundo habla mal.
Para dejar claras las cosas, a diferencia de la versión de san Mateo, san Lucas pronuncia un conjunto de cuatro maldiciones contrarias a las bienaventuranzas: los ricos, los saciados, los que ríen y aquellos de los que todo el mundo habla bien deben considerarse desgraciados, malditos, con un “ay” divino pronunciado sobre su forma de vivir.
¿Quién lleva razón, Jesús o nuestra sociedad? Porque no parecen compatibles los dos estilos de vida, los sueños de estas dos formas de situarse ante la realidad. Es más, creo que no nos equivocamos si decimos que también las personas religiosas participan de los ideales de nuestra sociedad: dinero, satisfacción, alegría y fama.
Ayer y hoy las bienaventuranzas de Jesús suenan extrañas, proféticas, a contracorriente. En cambio, no son pocos, también no creyentes, los que dicen estar encantados con las Bienaventuranzas de Jesús y su mensaje; dicen estar completamente de acuerdo con ellas.
¿Cuál es nuestro problema? ¿Dónde radica nuestra ceguera? ¿Habremos convertido las Bienaventuranzas en una ideología? ¿Tal vez leemos sin escuchar, hablamos sin que nuestras palabras tengan un contenido real? ¿Nos hemos vuelto todos nominalistas? Tal vez sea cuestión solamente de incoherencia, aunque parece tratarse de algo más profundo.
¿Cómo hemos de leer las Bienaventuranzas de Jesús en este tiempo que nos ha tocado vivir? ¿Qué cambio están pidiendo en nuestra manera de mirar y de vivir, en la escala de nuestros valores?
Falsos profetas llama Jesús a aquellos que viven los ayes; profetas como los de antaño, en cambio, considera a los que viven las Bienaventuranzas. Esto es, seguramente, lo que más urgentemente necesita nuestro mundo y nuestra Iglesia: profetas que viven y dan testimonio de ese otro estilo de vida, el de Jesús.