La noticia del fallecimiento de María Kodama, la viuda del escritor Jorge Luis Borges, me sorprendió al filo de la madrugada. Ya sabía yo que estaba enferma de cáncer y que su estado era de gravedad, aunque la muerte, pese a conocer su terrible puntualidad, siempre nos sorprende. De repente recordé aquella reunión en el hotel Palace de Madrid, en compañía del poeta José Generado Manrique de Lara. El motivo era la organización de unas jornadas en la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, aprovechando que la viuda del escritor argentino pasaba unos días en Madrid. Ya estaba todo acordado, y la invitación al almuerzo corría de mi cuenta. Estaba también recién estrenada la primavera.
Era al final del siglo pasado. María Kodama llegó puntual y un tanto recelosa de que yo aprovechara la ocasión para hacerlo otro tipo de preguntas. Preguntas de tipo familiar que ya habían aparecido en los medios informativos. Pero ni yo quise llevar la conversación a asuntos tan desagradables ni ella lo habría permitido. Porque a María Kodama, al menos aquel día, sólo le apasionaba la obra y el recuerdo de su esposo, el que estuvo profundamente enamorada. Comenzó hablándonos de su gran estimación por Rafael Cansinos-Asséns, de su obra “La novela de un literato”, donde su autor nos legó todo un panorama de la literatura española de aquella época.
María Kodama era una mujer sencilla y estudiosa. Precisamente nos recordó aquella mañana que su primer encuentro con Jorge Luis Borges se produjo en Buenos Aires, que era hija de un judío alemán y que la biblioteca de su padre era el gran recuerdo de su adolescencia. Recuerdo que una palabras de Borges venían a decir que a él no le importaba morirse si tuviera la certeza de que en el cielo también había bibliotecas. Y lo dijo muchas veces. “Si tuviera que destacar un hecho capital de mi vida tendría que referirme a la biblioteca de mis padres. En realidad, creo no haber salido nunca de esa biblioteca. Es como si todavía la estuviera viendo. Por otra parte, la madre de María Kodama, María Antonio Concepción era de origen español, lo que hizo posible su afecto a la cultura española.
Les aseguro, amables lectores, que para mí fue un día inolvidable. La esposa de Jorge Luis Borges me produjo la impresión que merece la memoria del gran escritor y poeta. Al que no pude conocer personalmente ni en Madrid ni en Buenos Aires, porque no coincidimos, pero pedí a Maria Kodama algunos rasgos de su personalidad: “Tenía una gran capacidad de asombro, y decía que cuando la persona perdía esa capacidad envejecía y moría”. Y es una gran verdad. Los asombros son buena parte de nuestra capacidad imaginativa. Adónde ponemos los asombros, escribió el poeta extremeño Jesús Delgado Valhondo, y coincidía con una de las principales esencias de la la literatura.
Siempre tuve un especial aprecio por María Kodama. Desde aquella mañana del hotel Palace mantuvimos una buena amistad. También recuerdo su vinculación con varios poetas del treinta y seis como el ya citado Cansinos Asséns y los ultraístas entre los que, si ni mal recuerdo, llegó a figurar Gerardo Diego. No he querido que en la muerte de María Kodama faltase esta apunte, de primera mano, sobre su recuerdo, aunque un poco apresurado.