La conocida y prestigiosa editorial Espasa ha publicado recientemente el excelente libro Los últimos caminos de Antonio Machado. De Collioure a Sevilla, cuyo autor es el reputado hispanista, historiador, escritor y biógrafo de García Lorca, entre otros, Ian Gibson, un intelectual de primera fila, que además es investigador, estudioso y trabajador incansable, como lo demuestra en sus libros La represión nacionalista en Granada en 1936 y la muerte de Federico García Lorca (1971), la magna biografía Federico García Lorca (1985-1987), La vida desaforada de Salvador Dalí (1998), Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado (2006), Lorca y el mundo gay (2007), Luis Buñuel. La forja de un cineasta universal (2013) o Poeta en Granada. Paseos con Federico García Lorca (2016), entre otros, destacando especialmente, en mi opinión, su magnífico tomo Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca (1998), que es, sin lugar a dudas, la mejor biografía del genial poeta y dramaturgo español más leído y traducido de todos los tiempos. Asimismo, Gibson ha escrito una treintena de libros y obtenido importantes galardones nacionales e internacionales.
El libro
Los últimos caminos de Antonio Machado. De Collioure a Sevilla es un libro muy ameno e interesante de solamente 245 páginas, que se lee casi de un tirón y está dividido en 7 capítulos: «De Sevilla a Soria (Por Madrid y París)», «De Baeza a Segovia», «Caminos republicanos», «Frente Popular, Madrid asediado», «De Valencia a Barcelona», «Cita con ella» y «España, este dolor», con el que finaliza.
El volumen te va empujando gustosamente de un capítulo a otro sin apenas darte cuenta, ya que está muy documentado y narrado espléndidamente, con un lenguaje muy accesible, sencillo, que llega a todos los lectores, dado que, en mi opinión, lo que el autor trata es de dar a conocer los últimos meses de Antonio Machado a los amantes de la poesía del literato sevillano de la generación del 98.
Un poeta único e irrepetible, que unió vida, obra y ética, algo bastante difícil de conseguir siempre, pero particularmente en aquellos trágicos tiempos de la guerra civil provocada por Franco y su golpe de estado, en los que tantos cambiaron de chaqueta, dado que seguir siendo fieles a la República española, cuando la guerra ya se veía perdida desde 1937 —según relata don Manuel Azaña en su obra La velada de Benicarló—, era de ser una persona de integridad y lealtad inquebrantables, máxime sufriendo el tortuoso camino del exilio, como uno más de los cientos de miles y miles de republicanos que huían del asedio y la persecución de las tropas franquistas, que, hasta la frontera francesa, continuaron bombardeándolos sin compasión ni clemencia, sin tener en cuenta las palabras del Presidente de la República, Azaña, que, en su último discurso de guerra, pronunciado en el Ayuntamiento de Barcelona, pidió “paz, piedad y perdón”.
Muerte del poeta
El bueno de don Antonio Machado Ruiz murió el 22 de febrero de 1939 a los 64 años —aunque en la foto parece tener 80—, pocos días después de cruzar la aduana francesa, en el pueblecito de Collioure, en un humilde hotel y en la misma habitación que compartía junto a su madre agonizante, que, tres días después, le acompañaría…
Machado fue sepultado el 23 de febrero en un nicho proporcionado por una vecina del pueblo, Marie Deboher. Su madre fue enterrada provisionalmente en un rincón del cementerio reservado para los pobres. Actualmente, madre e hijo, comparten una tumba sencilla y humilde, que casi siempre tiene flores…
Pongo punto final con unos versos de don Antonio —el excelso poeta del que Gerardo Diego dijo que “hablaba en verso y vivía en poesía”—, que están entre los que más me gustan de este gran vate y hombre bueno, que, como tantos otros españoles, solamente quería una España en democracia, como la que actualmente tenemos.
“Y, al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito,
a mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando la hora llegue del último viaje
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar”.
Y así se fue al otro mundo uno de los más grandes aedos en lengua española, “ligero de equipaje”, dado que su frío cadáver fue envuelto en una sábana, como el mismo había escrito: “para enterrar a una persona, con envolverla en una sábana es suficiente”.
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