La Ley de la Memoria Histórica de Zapatero llegó tarde. Se llevaban ya treinta años de la llamada Transición y, más que curar heridas, removió recuerdos en una sociedad que, pese a los avances dados hacia el futuro –ahora celebramos 25 años de la Expo de Sevilla y de la Olimpiada de Barcelona- parece tenerle más gusto a relamerse las heridas que a intentar llegar a nuevos horizontes.
No hay lugar a dudas que los asesinados en la guerra civil y en la posguerra, con cuerpos tirados por cunetas y en fosas comunes, merecían toda una reparación. También sus familias. El ejemplo de Ascensión, la hija de Timoteo Mendieta, en Guadalajara, que ha dedicado toda su vida a dar con los restos de su familiar para poder enterrarlo dignamente merece del máximo respeto y llama a la admiración.
Otra cuestión es la utilización partidista, de uno y otro lado, de la norma en cosas que tienen mucho menos trascendencia, pero que generan mucho ruido y puede que algún voto.
En la provincia de Ciudad Real, poco a poco, se han ido modificando los callejeros y han desaparecido nombres de militares y símbolos relacionados con la Guerra Civil, tristes protagonistas de su historia, y se han ido cambiando por otros menos beligerantes, recuperándose algunas nominaciones anteriores al propio conflicto.
Salvo en el caso de Socuéllamos, cuyo actual Ayuntamiento ha pedido ayuda para poder acometer económicamente este cambio en las placas de las calles, que su dinero cuesta, para adaptarse a esta nueva etapa, ya que ese cambio se ha venido retrasando durante décadas.
La necesidad de llegar a acuerdos entre partidos de izquierda para poder gobernar en ayuntamientos de la provincia tras las pasadas elecciones de mayo de 2015 también ha conllevado un relanzamiento para el cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, incluso, a veces, superando la línea que separa la lógica de lo meramente ideológico, con lo que se deja abierta la puerta a que nuevas mayorías puedan volver a darle la vuelta a tortilla en tiempos venideros.
Luego están las asociaciones de uno y otro bando intentando sacar partido de un pozo que no debería dar más agua, con demandas que llevarían a la risa si no fuera todo tan lamentable.
En Madrid hay una buena liada con el cambio de los nombres de las calles. Actuación judicial incluida. En Ciudad Real capital también, claro. Los partidos situados más a la izquierda, cuyos miembros en su mayoría no vivieron el conflicto bélico y se han desarrollado vital y políticamente en las últimas tres o cuatro décadas, son los más beligerantes y los más intransigentes. Parece que la contraposición a un régimen que caducó hace cuarenta años diera pedigrí, como si les faltara algo en su currículo, cuando la izquierda, ahora mismo, debería tener objetivos más urgentes e importantes para cambiar las ciudades.
Como ha ocurrido en Ciudad Real capital, parece ser que las “consultas populares”, siempre minoritarias, tan difíciles de controlar, tan difíciles de verificar, todo lo tapan, le dan toda validez.
Argumentos de todo tipo
En la capital, el debate previo a las votaciones ha traído argumentos de todo tipo. Debates pequeños, siempre desde la defensa de los sentimientos más cercanos a uno, intentando hacer creer que esto estaba en la mente de la mayoría. Propuestas de santos, vírgenes, por un lado, escritores supuestamente reconocidos por todos, héroes anónimos, gente del pueblo, por otro.
Al final los votos han sido los que han sido y los resultados que se han dado son los que se han dado. Entre los más refrendados, Adolfo Suárez, un hombre que vino de la estructura política franquista y que supo ver o le hicieron ver que la dictadura ya no daba más de sí y que había que iniciar otro tipo de convivencia entre los españoles, jugando su papel, por un lado.
Por otro lado, Miguel Ángel Blanco, el concejal del PP de Ermua vilmente asesinado por ETA, como otros cientos de personas a lo largo de demasiado tiempo de existencia de la banda terrorista y cuya muerte hizo ver a los españoles la violencia de otra manera y posicionarse ante ella de otra manera. El tiempo de votación coincidió con el momento en que se cumplían 20 años de su asesinato y la polémica mediocre generada en toda España por si había que tener un recuerdo especial para él por la especial crueldad de su muerte o no.
Suárez, Blanco, el apoyo de los que han votado, en todo caso, no deja de ser un dato para tener en cuenta a la hora de meterse en peleas estériles sobre calles a las que, a lo mejor, se les quiere dar demasiado significado.