Si el filósofo polaco hubiera vivido hoy y en aras de la globalidad, no habría tenido mayor inconveniente en sintetizar ambas; “tiempo, memoria y dinero, para lo que…me interesa, quiero o me conviene”. Y es que la memoria en el hombre es casi siempre, por no decir inexcusablemente, selectiva. Nos acordamos con suma facilidad de los hechos o circunstancias que más nos agradan o favorecen y olvidamos de igual manera los contrarios. La cosa se fragmenta y mucho cuando sin haberlas vivido las sacamos a flote; es entonces cuando además de selectiva, es demasiado miope y a veces ciega.
La memoria humana es un proceso mental que nos procura recordar. La memoria genuina es aquella que nos retrotrae a lo vivido, aunque bien es verdad que con frecuencia esos recuerdos los tenemos distorsionados. Es lo que sucede por ejemplo cuando regresamos a un lugar después de muchos años y comprobamos que lo real o existente no concuerda exactamente con lo recordado. Pero en cualquier caso, la memoria se antoja siempre como una maestra para nuestra supervivencia pues nos permite volver a tener presente multitud de extremos: quiénes somos, experiencias pasadas, lo acertado y erróneo que hicimos o presenciamos, aquello que fue conveniente o arriesgado.
La memoria es materia tratada por la sicología cognitiva desde sus distintos niveles y tipos. Memoria sensitiva, afectiva, inmediata, memoria a largo plazo…cuanto más profundo y determinante es lo sucedido en nuestras vidas, más largo tiempo permanece en nuestra memoria, alguno de ellos durante toda la vida.
Así mismo las memorias pueden ser autobiográficas por las que recordamos eventos personales, visuales o fotográficos y también topográficas u orientativas de espacios y lugares. En los tres casos hace referencia y tiene como centro a la persona que recuerda, de manera que es una cualidad personal e intransferible. Sin embargo y curiosamente, de la memoria lo que resulta más conocido por todos son sus trastornos, principalmente la amnesia y no tanto así otras como la eidética o el recuerdo de imágenes con una precisión exagerada. Olvido completo y recuerdo exquisito. Sorprendente que esta ciencia no cite a la historia como un tipo de memoria.
Pues bien la, para muchos expertos jurídicos mal llamada memoria histórica, trata de un conglomerado en el que aparecen mezclados algunos de los términos referidos. Aparte de que la historia es historia y nada más, algo irremediablemente inalterable, intentar hacer memoria sobre ella es una inexactitud conceptual por decirlo suavemente, pues la memoria es exclusiva de las personas; la nuestra en concreto tiene además la vocación en muchos puntos de alterarla para conveniencia sectaria, prueba de ello es que recuerda únicamente parte del pasado lejano y no tiene interés en actualizarse con hechos especialmente graves por sangrientos mucho más cercanos en el tiempo.
Tony Judt, historiador británico, especializado en política europea habla de que la memoria no debería en ningún momento sustituir a la historia porque tiene el peligro de hacerla subjetiva, es decir, irremediablemente interesada y parcial, “Yo creo profundamente en la diferencia entre la historia y la memoria; permitir que la memoria sustituya a la historia es peligroso. Mientras que la historia adopta necesariamente la forma de un registro, continuamente reescrito y reevaluado a la luz de evidencias antiguas y nuevas, la memoria se asocia a unos propósitos públicos, no intelectuales: un parque temático, un memorial, un museo, un edificio, un programa de televisión, un acontecimiento, un día, una bandera. Estas manifestaciones mnemónicas del pasado son inevitablemente parciales, insuficientes, selectivas; los encargados de elaborarlas se ven antes o después obligados a contar verdades a medias o incluso mentiras descaradas, a veces con la mejor de las intenciones, otras veces no. En todo caso, no pueden sustituir a la historia”.
La memoria histórica se fija en hechos acaecidos de interpretación no unívoca, para erigirse como la verdad oficial de pensamiento único. En la nuestra aparece justamente la misma pero contraria a la educación del régimen franquista que recibimos. Se diría pues que nuestra memoria histórica pretende ser la memoria de la venganza ideológica y dialéctica ante unos hechos trágicos que se dieron históricamente y que entre todos intentábamos y habíamos logrado al menos superar.
Si como pretende parte de esta Ley es restablecer los derechos de aquellos que lucharon defendiendo la república, cosa justa, creo que debería haberse llamado, Ley para el restablecimiento de derechos, es decir, una ley para mirar al futuro y no para intentar modificar el ya inamovible pasado.