Si alguien pronunciara la manida frase “cualquier tiempo pasado fue mejor” incurriría en un injusto análisis de lo que fueron otras épocas en las que la mayoría de las personas sobrevivían a duras penas en condiciones precarias de dinero y salud; tiempos en los que tan solo una pequeñísima parte de la población vivía de una manera mezquinamente digna. Ni había medios ni había tiempo ni había dinero. Pero si la frase la retrotraemos a apenas unos años si puede tener sentido porque son tiempos difíciles los que hoy tenemos y se avecinan.
¡¡Ay, ay!! Mi querida España. Quién te ha visto y quién te ve. Tiempos muy recientes aún de esplendor económico cuando los billetes volaban fáciles sobre mostradores de las agencias de viajes, administraciones de lotería, voluntades, bares y restaurantes, bodas y comidas de empresa y que hoy se han convertido en aves cada vez más difíciles de capturar. Sueño breve para unos años de borrachera económica.
Me lo decía un camarero en Santiago este fin de semana. Este año está viniendo menos gente, comentaba. Yo le rebatía diciendo que hace un par de años también estuve por aquí y el número de peregrinos me parecía semejante. Pero el buen hombre pensaba en su negocio de hostelería, no en los bocadillos que los peregrinos consumían como frugal dieta.
Porque siguen siendo muchas las personas que hacen “el camino” en grupo o en solitario dedicados a mirarse al interior, a pensar en el sentido de sus vidas sin más ayuda que sus piernas, sus mochilas y dentro de ellas algo de pan, suficiente para sobrevivir y no embotar a los sentidos. Gentes de todas las latitudes que apoyados en improvisados cayados caminan por veredas de helechos entre vetustos hórreos hasta caer rendidos ante la fachada de la Catedral en la plaza del Obradoiro mientras que tunas estudiantiles y músicos de distinta suerte les dan la bienvenida en una mezcolanza de sensaciones, olores y emociones únicamente acalladas por el aroma a incienso que desprende el vuelo del “botafumeiro”. Y los que aún tienen “gasolina” en sus piernas y en su espíritu continúan a Finisterre para abrazar al grandioso mar que allí les espera. Religiosidad, cultura, música y paisaje embaucador para los sentidos y para el espíritu. Alimento para nuestra necesitada naturaleza interior.
El camino, los caminos que nuestra querida España siempre tiene abiertos cada mañana en el norte y en tantos lugares para invitarnos a conocer todos sus rincones; solamente hace falta tener inquietud y hambre de conocer lo que permanece medio oculto.
Porque España sigue estando igual de guapa, llena de paisajes envidiables, de lugares recónditos llenos de paz, de buena gente acogedora, deseosa de agradar, de quedar bien con el visitante, doy fe de ello. Desde Touriñán a Creus, desde Gata a Ortegal, desde Mahón hasta Valverde en la isla de Hierro. Gaitas, guitarras, dulzainas, tamboriles, chistus, jotas, timples, sardanas, castañuelas. España sigue sonando a multitudinaria tuna con alegres y vivas capas de terciopelo y piel, buena amiga de sus amigos, defensora de sus entornos y sus raíces, diferente en sus paisajes, en sus culturas, en sus gentes, en sus idiomas pero uniforme en su belleza y ojalá que en su futuro.