Hoy vengo generoso, así que, para empezar, gracias por estar aquí.
Pero vengo que me salgo. Seguro que lo del domingo de Pentecostés me ha puesto en órbita y me ha colocado sobre la cabeza alguna de esas lenguas milagrosas que tocó a los apóstoles. Así que hoy no voy a hacerle caso al sentido común, que me pide prudencia, porque ya está bien de morderse la lengua. Uno se lo muerde todas las veces que haga falta, faltaría más. Pero nos la mordemos todos, todos, cuando toca, que aquí no se reparte mala leche para unos y hostia bendita para los demás.
Verán ustedes. Yo tenía en Barcelona un amigo rico, gallego e ingeniero. Como buen gallego administraba de lujo sus ingresos, y no te cuento los gastos. Y como ingeniero gallego siempre parecía que nunca estaba, pero ¡vaya si estaba! Nunca le pregunté cómo se hizo rico o cómo se construyó el pedazo de casa en el monte. No sé cómo lo hizo, lo que sí sé es que siempre estaba al lado del magro. Ya digo, no sé cómo se las apañaba, pero se hizo rico y no sé si porque era ingeniero o porque ejercía de gallego. Ese amigo era amigo, aunque fuese rico e ingeniero y eso que ya saben ustedes lo que le cuesta a un ingeniero ver el bosque cuando hay un árbol por medio. Lo digo porque por aquel entonces a mí me parecía que yo era de izquierdas.
Rico y con corbata
Bueno, pues ese amigo amigo siempre me venía con la misma martingala: Decía, escuchen: “Cuando crezcas querrás ser rico y te pondrás corbata”. Me he acordado muchas veces de él, incluso después de muerto, el pobre, pero todavía no he adivinado lo que quería decir, qué tenía que ver el tocino con la velocidad. Por qué con la edad uno tenía que hacerse rico, porque aquello sonaba a que si no, es que iba ser un fracasado. Y no es que uno ya fuera pobre por entonces. Pues un currante como otros muchos, comenzando después de la puta mili. Lo de fracasado es algo que siempre te llega más tarde, me parece a mí. Te tiene que dar tiempo.
Pues ya digo: me han hartado. Estos días me han puesto a cien con la dichosa historia del chalet de la familia Iglesias, ésa, la de Pablo. A ver si alguien me aclara por qué la gente que dice que es de izquierdas o hace voto de pobreza o le hacen un escrache de esos como cuando Zapatero se construyó el chalet en León. Anda que no hay chaletones en urbanizaciones de postín en los que meriendan caviar falso y escuchan a Paco Ibáñez de fondo. Pues bueno, ¿y qué? El paladar no tiene ideología, creo yo, vamos.
La familia Iglesias se va a multiplicar por dos, Dios lo quiera, en unos meses. Y han visto que es mejor vivir en Galapagar que en Vallecas. Que levante la mano quien opine lo contrario. Y si la levanta es que no conoce Galapagar ni Vallecas. Pero es como si a uno le pusieran verde por comprarse una casa de esas que construyeron al lado de la estación del AVE, salvando las distancias, y te llamasen facha de mierda por haberla comprado allí. Es verdad que se pagaba un millón de aquellos en negro negro, vamos, negro del todo, pero eso le ocurrió, que yo lo sé, a todo quisqui, currante o a los ricos caprichosos para que sus hijos se pirasen de casa por fin.
Cabeza y corazón
Por eso hoy no me quería callar más. Ser de izquierdas es algo que se lleva en la cabeza y se demuestra con el corazón. Y para eso está el sentido común. Uno no puede ir por ahí gastando lo que no tiene por emparentar con la gente de derechas o por si ven mal lo del chalet en el barrio del Ave María, como yo lo llamo, porque eso está donde Cristo perdió la zapatilla. Es que la familia Iglesias no tiene nada que justificar. Claro, que a lo mejor hay que morderse un poco la lengua cuando hablamos de la vida privada de los demás, porque luego siempre hay picajosos que no lo entienden así. Bueno, ellos no se han revuelto, pero hay algunos que… no han dejado pasar la ocasión.
Porque de eso se trata ¿no?, de la vida privada de cada uno. ¿Qué se gasta 650.000 euros en una casa? Benditos sean ellos que los pueden conseguir. Y no me dan envidia, lo juro. Con mi casa en Benalmádena, el carnet de socio en el coto y la piscina del pueblo, que la van a poner gratis, me voy apañando.
Claro que, a lo mejor, ahora que lo pienso, mi amigo gallego ingeniero y rico tenía algo de razón. Igual con ponerme la corbata hubiera estado todo arreglado… Pero no, que otros se la ponen y no les vale el truco.
Al final, miren ustedes, todo es cuestión de qué calle pise uno. Háganme caso. Si se sientan en una terraza cerca del Pilar, van a ver pasar todo tipo de personas y con verlos ya podemos casi adivinar por dónde viven. Pero del atuendo no se fíen, así, de pronto, porque el hábito no hace al monje; y de curas mejor no hablamos. Como les decía, es bueno verlos pasar unos años, que la vida coloca luego a cada uno en su casilla. Esto es como el ajedrez. Puedes ser peón o rey, alfil o reina, pero tienes que elegir blanco o negro. Aunque a veces parezcas un caballo dando coces, ya has elegido un color y las coces no engañan.
Lo dicho: gracias por estar aquí.