La conmemoración del 200 aniversario del madrileño Museo del Prado ha ignorado a un héroe anónimo, cuya determinación hizo posible la propia creación del Museo. Este héroe es el mariscal de campo Nicolás de Muniussir y Giorgeta, un austriaco al servicio del ejército de España y con residencia en Almagro durante muchos años del siglo XIX.
Hay que remontarse a 1815. Napoleón había sido derrotado definitivamente un año antes en la batalla de Waterloo. Inmediatamente las potencias europeas vencedoras establecieron un nuevo orden continental basado en la Paz de París, mediante el cual España quedó relegada a un segundo plano, a pesar de haber contribuido de forma decisiva a la derrota del emperador francés.
En la conferencia de París, los embajadores españoles impusieron en el texto del tratado de paz la obligación de Francia de devolver a España las numerosas obras de arte que habían expoliado del palacio real de Madrid, del Museo de Bellas Artes de San Fernando y de numerosos monasterios, iglesias y conventos de toda España. El rey José Bonaparte se retiró a Francia en 1814 con una caravana integrada por cientos de carros llenos de obras de arte y, sobre todo, de cuadros de maestros como Velázquez, Rivera, Zurbarán, El Greco y muchos otros. La mayor parte de estas obras de arte fueron depositadas en el Museo de El Louvre.
Devolución de las obras de arte
La diplomacia española intentó durante todo un año la devolución de esas obras de arte. Las nuevas autoridades francesas obviaron la reclamación española ante la debilidad política y militar de la España surgida de la Guerra de la Independencia.
Al final, se optó por una solución militar y sin esperar al visto bueno del gobierno de Madrid. El general español Miguel Álava, mano derecha durante toda la guerra del general británico Wellington, optó por entrar por la fuerza en El Louvre. Para ello mandató a su principal colaborador, el entonces capitán Nicolás de Muniussir para que entrase en el museo parisino. Miniussir se apoyó en la ayuda de 200 soldados británicos, prestados por Wellington, quienes, a bayoneta calada, entraron finalmente en El Louvre y forzaron la entrega de las obras de arte propiedad de España.
El general Álava y su capitán Muniussir fueron los dos únicos españoles que participaron en la batalla de Waterloo, al mando directo del general Wellington. Es más, la noche previa a la gran batalla, tras la reunión del alto mando británico, Álava y Miniussir fueron los únicos invitados a la cena con Wellington. Al día siguiente, durante la batalla, Miniussir fue decisivo al lograr que parte del ejército prusiano huyese ante la fuerte presión del ejército napoleónico. Wellington siempre estuvo muy agradecido a Miniussir por esa acción decisiva y por eso le devolvió el favor prestando a los soldados que entraron en El Louvre.
Esta decidida acción de Muniussir consiguió la recuperación de decenas de cuadros de Velázquez, El Greco, Ribera, Zurbarán y tantos otros que hoy son la base del Museo del Prado, así como herramientas de la Imprenta Real de Madrid e innumerables muestras de flora y fauna de las expediciones científicas españolas a Iberoamérica.
Como premio a su decisión, Muniussir fue ascendido a teniente coronel y recibió la medalla de San Fernando de primera clase. Y la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en agradecimiento, le nombró académico, puesto que ocupó hasta su muerte.
Residente en Almagro
Este militar, héroe de guerra, políglota, íntimo colaborador de Wellington, progresista, liberal y demócrata se instaló en Almagro a mediados del siglo XIX donde vivió durante más de veinte años. Fue uno de los mayores compradores de bienes desamortizados de la iglesia. Entre sus propiedades destaca la casa de La Tercia, utilizada como granero, almacén y molino.
No se sabe muy bien cuál fue su residencia en Almagro, aunque todo hace pensar que fueron varias casas de la calle Roldanes. Miniussir trató de alquilar al conde de Valparaíso su casa solariega de la calle Bernardas, en pleno barrio noble, pero el conde, residente en Madrid, no lo permitió.
Muniussir había participado activamente en la primera guerra carlista, siendo la primera autoridad militar de los isabelinos en la provincia de Ciudad Real, de ahí su conocimiento de las tierras manchegas. Incluso llegó a luchar contra el guerrillero carlista almagreño Palillos. Su amistad con destacados militares y políticos progresistas, como el general Espartero o el ministro Mendizábal, fue determinante para que fijase su residencia en Almagro e invirtiese su fortuna en comprar bienes desamortizados de la Iglesia.
Fue cuñado del general Torrijos, a quien ayudó desde su exilio en Londres a preparar la frustrada invasión de España desde las costas de Málaga. Miniussir al final no pudo acompañar a su cuñado en esa expedición militar al estar enfermo y eso evitó que fuera hecho prisionero y fusilado en las playas de Málaga. Precisamente el cuadro “El fusilamiento de Torrijos” es una de las principales atracciones del Museo de El Prado.
Una apoplejía obligó a Muniussir a trasladarse a Valencia, donde vivía su hijo. Allí murió. Su esposa y su hijo siguieron acudiendo a Almagro para ocuparse de sus propiedades, hasta que, al final, las vendieron. Su memoria se ha perdido totalmente de la historia de Almagro.