Los últimos datos que hemos conocido sobre población han puesto de relieve la necesidad de buscar propuestas imaginativas que logren incrementar la natalidad y combatan lo que con el paso del tiempo -y las estadísticas así lo demuestran año tras año-, se ha convertido en una realidad incuestionable como es la progresiva caída del número de nacimientos en España.
El director del departamento de Geografía y Ordenación del Territorio de la Universidad de Castilla-La Mancha, Ángel Raúl Ruiz Pulpón, me explicaba la necesidad que hay de poner en marcha de manera inmediata medidas que contribuyan a combatir la pérdida de población al contabilizarse un mayor número de defunciones que de nacimientos. La pregunta es, ¿por qué no queremos tener hijos?.
Paliar este “problema estructural”, como asegura el profesor, supone aplicar políticas de Estado que incidan de manera clara en las familias, en las parejas, para que éstas puedan tener hijos, como se está haciendo en países del norte de Europa donde llevan a cabo medidas altamente novedosas, como es el caso de Dinamarca. Pero también es necesario que se fomenten aquellas medidas ya conocidas pero que no tienen implantación suficiente aún como la conciliación, los permisos de paternidad, la implantación de horarios flexibles o cualquier otra solución imaginativa que contribuya, de manera determinante, a levantar esa tendencia a la baja de la curva de los nacimientos.
Sin embargo y pese a la puesta en marcha de estas u otras soluciones que ayudaran a las parejas a montar su familia, es necesario recordar que el aumento de la población también está estrechamente vinculado al crecimiento económico. El frenazo que sufrieron los nacimientos a partir de 2009, años en los que los estragos de la crisis sacudieron con fuerza las economías domésticas, es una prueba de esa estrecha relación, de la misma manera que lo es el hecho de que la población en edad fértil hoy es aquélla que nació en los 90, precisamente en unos años en los que se registró también un drástico descenso de la natalidad.
“Habrá que ver qué es lo que pasa –explica el profesor Ruiz Pulpón mirando al futuro- a partir del año 2030 cuando lleguen a la edad fértil quienes nacieron en los años de la pasada crisis o, más adelante, a partir del año 2040, cuando las personas que nacen ahora estén en la edad fértil. Nos encontraremos con otra hipotética reducción de la población”, vaticina.
La misma tendencia
Esta semana hemos conocido que la provincia de Ciudad Real cerró el año 2017 con 1.397 defunciones más que nacimientos (4.016). Según los datos del Movimiento Natural de la Población del Instituto Nacional de Estadística, en Castilla-La Mancha se sigue la misma tendencia que en el resto del España, y el número de defunciones (20.124) de la población residente superó al de los nacimientos (16.819) de ahí que en su conjunto esta Comunidad presente un saldo vegetativo negativo. Un dato a valorar: Desde el año 2010 no se había registrado un dato de nacimientos tan bajo; ese año nacieron 16.723 niños mientras que solo cinco años antes, en 2005, habían nacido 19.007 bebés.
La realidad, por tanto, es que esta sociedad de estos primeros años del tercer milenio es un poco más vieja cada año mientras y de forma paralela se impone una reducción de la fecundidad y todo indica que, a corto plazo, la tendencia no cambiará a no ser que demos con esas propuestas imaginativas y novedosas a las que se refiere el profesor Ruiz Pulpón y fuéramos capaces de lograr el milagro.
De las estadísticas de población en la provincia al cerrar el año 2017, sobresale que el número de defunciones ha sido superior al año anterior (un 5,8%), afectan por igual a hombres (2.730) y a mujeres (2.638), y sitúan por primera vez a la población ciudarrealeña por debajo de los 500.000 empadronados. No obstante, a nuestro favor tenemos que la esperanza de vida se mantiene por encima de los 82 años y eso es un dato positivo. Sonriamos, por tanto, ya que es un síntoma de bienestar y progreso.