Ella se agacha, coge un puñado de nieve con la mano y la apelmaza. Aprieta mucho. Luego, con un encendedor a gas, le acerca una llama y pretende que la nieve arde y deja, informa porque aún no se puede apreciar en un vídeo, olor a plástico. De todo ello deduce una aseveración: “Esto es una mierda que nos mandan. Es puro plástico. Una prueba de que nos siguen engañando con todo”. 1:24 dura el vídeo. La negacionista no necesita más tiempo. Con ese minuto y medio le ha dado tiempo a recoger nieve, pasar frío, realizar la maniobra y exclamar la conclusión. Y la conclusión es “que nos mandan”, “que nos siguen engañando con todo”. ¿Quién? No importa. ¿Para qué? Tampoco.
Original, la señora, y qué graciosa ¿cómo no va a ser nieve la nieve? Original, desde luego que no: fuertes nevadas en 2014 en los Estados Unidos y primeros negacionistas y aventadores de conspiraciones que ni explican ni sustentan en ninguna otra cosa que su propia paranoia y sus propios intereses mucho más ocultos y más profundos que ese Estado por debajo del Estado que pretenden hacer creer que existe. Y graciosa, menos. Quizás nos parezcan graciosas las angustias conspiranoicas cuando a nosotros nos parecen grotescas. Y sin embargo, ninguna de ellas tiene maldita la gracia. El vídeo de la señora que asevera que la nieve es plástico tiene varias de las características del negacionismo paranoide y conspiranoico: exabruptos, falta de argumentos y, sobre todo, un absoluto desprecio por la verdad objetiva y científica. Tal desprecio que ni intenta rebatirla.
A los negacionistas americanos ya se les contestó con las mismas evidencias que en las nevadas de España han sido repetidas por los científicos: el proceso de sublimación, la capacidad calorífica muy alta del agua, la mancha negra que proviene del propio mechero que utiliza hidrocarburos y cómo estos reaccionan con el oxígeno del aire… Total: entre seis y ocho minutos de los vídeos que argumentan contra la superchería. Demasiado tiempo para quienes se pierden en cuanto pasan del número de caracteres permitidos en las redes sociales.
Unos pocos, pero no insignificante en número, acaban asumiendo las teorías de la conspiración. Iletrados y doctores que se sienten cómodos sin tener que preguntarse los porqués ni tener que entender con razones complejas las cosas que lo son, medios de comunicación que dan más espacio a las rarezas y escándalos que a las verdades, grupos en los que la presión para aceptar lo que en el grupo se dice anula la capacidad crítica de sus componentes…
Las teorías de la conspiración siempre hacen daño. Por simples, porque es más fatigoso entender que abrazar un mal axioma. No importa si metiendo ese mismo puñado de nieve en el microondas compruebas que la nieve se convierte en agua: la cocina queda a dos metros y no va uno a tomarse la molestia. No importa si tus vecinos o tus familiares enferman de COVID y mueren: la covid no existe, la vacuna es un satánico intento de las fuerzas del mal por controlarnos y punto. No importa si las elecciones en Estados Unidos se han realizado sin fraude: no vas a creer en los tribunales; ni vas a pensar que hay una mayoría a quien, legítimamente, le pareció mejor el candidato demócrata. El negacionista conspiranoico proclama fraude, elude aportar pruebas de ello, desprecia las que les presentan en sentido contrario, cree lo más simple, desoye la razón y, como tiene rifles a mano, asalta el congreso y planta las botas encima de la mesa de la Presidencia…
En 2014 eso tan gracioso de que la nieve no es nieve ya se dijo en Estados Unidos. Menos gracia tienen los cirujanos plásticos, por eminentes que sean, metiendo miedo con las vacunas. Y mucha menos gracia, aún, los demás ejemplos.