El problema no es que a los escribas les guste vestirse con grandes ropajes: el problema está en que todos se fijan en ellos.
El drama de nuestra sociedad no está en que son muchos los que solo se dedican a cuidar su apariencia y buscan la primacía por encima de todo: el drama es que la masa, el pueblo en general, solo busca esa apariencia como tarea de sus vidas y objeto de sus miradas. Antes, alguna persona importante podía llegar a ser famosa por alguna cualidad o alguna gesta de su vida. Ahora, la fama es, sin más, lo único que importa, desnuda de sus razones. Pero, insisto: el problema no está en los famosos, ni siquiera en los que manejan el dinero del mundo y hacen negocio mostrando la vida mediocre de estos famosos: el problema está en nosotros, en el número de personas que viven pendientes de ese espectáculo y olvidan las cuestiones radicales y profundas de la vida.
Jesús de Nazaret, al final de su vida, critica la apariencia y el boato de los escribas. Es decir, también la apariencia, la fama y la superficialidad vacía pueden habitar el mundo de la religión. Revestidos de ropaje, buscando los primeros puestos, deseosos de poder, preocupados por la cuota de pantalla o su presencia en los medios, también los hombres y mujeres que hablan de Dios pueden ser “escribas actuales” que viven de la apariencia, aunque sea espiritual.
La clave está en lo que no se ve. ¿Cuánto tiempo dedican a hablar con Dios estas personas que nos hablan de Dios? ¿Cuánto han sufrido y estudiado para preparar sus discursos? ¿A cuántas cosas han renunciado en nombre de ese Jesús crucificado al que predican? ¿Cuánto han tenido que perdonar, cuántas humillaciones han vivido en el silencio, sabiendo vencer la tentación del rencor?
Después de criticar la hipocresía, la apariencia de los “hombres de Dios” de su tiempo, Jesús se fija en una mujer que se acerca al templo, al lugar de las limosnas. Es viuda: pobre, por tanto. Y echa una limosna muy pequeña; pero Jesús sabe ver más allá de las apariencias: ella ha colaborado más que los que ofrecen grandes limosnas porque lo ha dado todo.
Quizá lo más importante de la viuda no es lo generosa que fue en comparación con los ricos, sino el hecho de que Jesús nos enseñe a mirarla. La “modelo” que Jesús nos ofrece es una mujer viuda, con toda su debilidad. El Maestro de las bienaventuranzas enseña a sus discípulos a mirar a otro lado para aprender las claves de la vida: no están en los famosos, en la televisión, en los cínicos, en los importantes, en los que cuentan y la gente mira. ¡Hay todo un mundo de belleza ahí fuera, esperando nuestra capacidad de contemplación! El bien existe, Dios sigue actuando: pero no sabemos mirar a los lugares adecuados desde los que se está gestando el Reino y va cambiando el mundo.
Sabiduría de la vida
Si miramos solo la televisión, si solo tenemos ojos para las pantallas de nuestros móviles, si solo nos atrevemos a mirar lo que los poderosos nos quieren mostrar, nunca aprenderemos la sabiduría de la vida, nunca encontraremos la esperanza para construir nuestro futuro. Es importante que la Iglesia se haga presente en los medios, ¿cómo no? Pero es también fundamental que se atreva a enseñar a mirar otros rincones de la realidad, llenos de vida y belleza; rincones donde, como en tiempo del Maestro, Dios se complace en habitar.
En el ejemplo de la viuda hay algo más. Es la última enseñanza de Jesús antes de comenzar la Pasión. Él dice que la viuda ha entregado “lo que tenía para vivir”, mejor, literalmente “su vida”. ¿Qué nos muestra el evangelio a continuación? La entrega de la vida de Jesús. La viuda es anticipo, símbolo de la realidad de la cruz del Maestro: él sí lo dará literalmente todo.
En el fondo, Jesús nos enseña a mirar a esos lugares pequeños clave de la vida, no solo para enseñarnos una moral nueva, sino para que podamos descubrirlo a él y la belleza de su entrega por nosotros.