Entre túneles y barrancos el moderno Alvia serpentea subiendo las montañas. Desde la ventana del tren se adivinan verdes valles, ríos presurosos y neveros en las cimas. Se pueden distinguir porque su velocidad ahora apenas sobrepasa los cuarenta km/h. Atrás quedaron los casi doscientos cincuenta cuando, dirigiéndose al norte, atravesaba la llanura castellana. Nos estamos acercando a Oviedo cualquier día de esta primavera.
Hemos resuelto viajar hasta la capital del principado para relajarnos unos días poniendo distancia de por medio y, además, para poder contemplar los diferentes monumentos que conserva la bella ciudad asturiana. Pero no se asusten, este texto no pretende ni quiere ser un simple folleto turístico.
Situada en un valle muy verde, a lo lejos la visión de la urbe resulta espléndida. Después de recorrer sus calles, comprobamos el equilibrio urbano que aportan algunos edificios representativos de la ciudad. Me refiero al teatro Campoamor y a otras muchas construcciones señoriales. Cabe destacar la importancia de su casco histórico, donde están situados el Museo de las Bellas Artes y la Catedral de San Salvador de estilo gótico. Complementan el conjunto numerosas calles peatonales con locales de comercio tradicional y de ocio, espacios ideales para el disfrute del turista.
Una asignatura pendiente que el viajero no debe obviar cuando visita Oviedo son los monumentos modelo del prerrománico. Me refiero a Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo.
Situados en el extrarradio de la urbe, su acceso es posible también con el transporte público. Desde estas dos joyas arquitectónicas podemos divisar la armonía de la ciudad, si acaso, la única nota discordante es el Palacio de Exposiciones, una firma más del arquitecto estrella Santiago Calatrava. Una polémica edificación que los ovetenses llaman popularmente “El centollu” y que, según dicen, costó cinco veces más de lo presupuestado.
Pulpo y cerveza para ver el descalabro del Barça en esta semana tan futbolera, también sufriendo por los merengues que se salvan de chiripa. Mirando a la televisión, un camarero sudamericano se lamenta del descalabro deportivo. Pero no se aprecia en la ciudad una excesiva presión migratoria, apenas vemos a mujeres con velos y, aquellos que se suponen inmigrantes, parecen estar plenamente integrados en la rutina de la capital.
Me ha resultado sorprendente la gran cantidad de esculturas distribuidas por toda la ciudad. En parques y plazas el bronce es el material ideal para representar personajes literarios como La Regenta, la divertida escultura de Mafalda sentada en el banco o el paso decidido del polémico Woody Allen. Pero también hay muchos conjuntos escultóricos mostrando escenas tradicionales. Los parterres repletos de tulipanes y pensamientos junto a parques limpios y bien cuidados, animan al transeúnte a disfrutar del paseo, todo, a pesar de estos chaparrones primaverales que en nada se parecen al típico orbayu.
Como cualquier metrópoli, Oviedo no es ajena al consumo de las grandes marcas de referencia. Mientras mi santa explora nuevas tiendas buscando no sé qué ganga, yo me distraigo observando los zapatos de los viandantes. Zapatos planos o de tacón, acharolados, de piel, con plataforma, manoletinas, tenis, mocasines, botines de colores estridentes o botas hasta la rodilla, zapatos elegantes o informales, calzado que provoca a la vista y que me distrae, zapatos con glamour para recorrer una ciudad moderna y cosmopolita. Mis ojos sólo fijan la mirada en el suelo esperando que pasen los minutos.
La restauración es un apartado importante a tener en cuenta para valorar la satisfacción que nos supone un viaje de ocio y su posterior recuerdo. Pero además, las excelentes viandas típicas de la tierra como la fabada, el cachopo, los carbayones o los diferentes tipos de queso regados con sidra nos han permitido el trato con los nativos, gente austera y comedida en emociones, pero siempre amable con el visitante, lugareños discretos, siempre atentos y serviciales ante una pregunta sobre un itinerario o ruta.
Se acerca el final y no quiero olvidar la agradable sensación que me provoca un músico callejero que, acompañado de su guitarra, canta sin forzar la voz. Sin estridencias, inicia un repertorio de canciones pasadas de moda, me suena ese estribillo que escucho, pero es más tarde cuando recuerdo el tema del grupo murciano M Clan.
No quiero irme de Oviedo sin volver a escucharle una vez más, deseo saludarlo y decirle que me gusta mucho esa canción. Casi al mediodía vuelvo a encontrarlo en el lugar de siempre y, tras unas palabras de reconocimiento, le echo unas monedas para valorar su trabajo. Él, agradecido ante el halago, me la dedica volviendo a tararear ese pegadizo estribillo: “Y es tan corrosivo este dolor, esta casa en ruinas que soy yo, roto y deshecho estoy todo por dentro…” Y me pregunto: Cuánto valen unos minutos de deleite o de satisfacción, qué precio poner a esos inesperados chispazos de felicidad que serenan el ánimo.
El último día de la estancia mejora el tiempo, pero ya nos vamos. Hace una tarde soleada y ahora el Alvia baja las montañas dirigiéndose hacia la meseta. En la mente retenemos los recuerdos de este viaje que reflejarán las fotos y este texto que comparto con el interesado lector. Después de unas horas de viaje, volvemos a casa. Ya es noche cerrada y de nuevo vuelve a llover. Es normal, estamos en primavera…